No nos parece extraño que los que más celebraran la auto proclamación de Ricardo Lagos como candidato presidencial sean justamente los sectores de derecha y de la vieja Concertación. Es penoso comprobar que no existan referentes sociales o estudiantiles, por ejemplo, que vean con interés su eventual candidatura. Que su nombre no concite siquiera entusiasmo en el Partido Socialista o en su mismo PPD.
Así como desde la Democracia Cristiana y el propio Partido Comunista haya quienes piensan que, ahora sí, es necesario ponerle la lápida a la Nueva Mayoría y hasta manifiestan su disposición a competir con Lagos en una primera ronda presidencial.
El ex presidente más aplaudido por el gran empresariado es, al mismo tiempo, el más repudiado por los jóvenes y los trabajadores por su encantamiento con la institucionalidad de Pinochet que buscó sacralizar, incluso, con reformas cosméticas. Así como se le repudia por los severos actos de corrupción de su gobierno (como el MOP gate) y la mantención y fortalecimiento de los sistemas de previsión y de salud. Sin olvidarnos que a iniciativa suya, los empresarios que se coludieran ya no serían objeto de prisión, sino solo condenados a pagar multas muy por debajo de los montos de sus estafas y fraudes tributarios. Como tampoco de que bajo su administración Chile empezara a distanciarse de nuestros países vecinos, preocupado fundamentalmente de consolidar relaciones privilegiadas con los Estados Unidos, lo que derivó, por supuesto, en mayores resguardos y privilegios a favor de las inversiones extranjeras en nuestro país. Los estudiantes y sus familias tampoco le perdonan el Crédito con Aval del Estado (CAE), una fórmula que dejara altamente endeudados a los jóvenes y a sus familias por su derecho a cursar estudios universitarios. Como tampoco los capitalinos podrán olvidarse tan fácilmente de su responsabilidad en el fracasado Transantiago.
El que a juicio del ex senador socialista Carlos Altamirano hizo “el mejor gobierno de la derecha en las últimas décadas” no puede ser bien visto tampoco por el conjunto del progresismo auténtico, dado que pocos como Lagos representan ese “más de lo mismo” tan temido por la población. Esto es, la continuidad del actual gobierno y de una coalición que, como se sabe, alcanzan un nivel de desaprobación superior al 80 por ciento de la población.
Por más que La Moneda salude esta decisión de Lagos, la verdad es que ésta es un duro golpe para Michelle Bachelet y el oficialismo, porque ya nadie pondrá mucha atención en lo que le resta a su administración. Se les nota en sus rostros el estupor y la molestia; ese rictus imposible de ser disimulado en una Isabel Allende, o el mismo Alejandro Guillier y otros que abrigaban la posibilidad den ser candidatos, pero sometiéndose a esa elección primaria comprometida por la Nueva Mayoría y los partidos que todavía permanecen en ella. Aparece como prácticamente imposible que Lagos, en su megalomanía, esté dispuesto someterse a una consulta previa y no trate de imponer su candidatura por aclamación, como algunos ya lo proponen en su representación.
El más preocupado por la eventual postulación de Lagos debe ser el otro expresidente deseoso de ceñirse nuevamente la banda presidencial. Sebastián Piñera sabe que Lagos resulta mucho más encantador que él dentro del mundo empresarial y de los medios de comunicación, los que son tan decisivos en nuestras campañas electorales acotadas e influidas por el poder del dinero y de la propaganda. Sabe, asimismo, que a pesar de todos sus esfuerzos, Lagos en mejor visto que él desde el extranjero. Especialmente desde los Estados Unidos que hace rato prefiere gobernantes socialdemócratas pseudo izquierdistas más dóciles y controlables que aquellos actores de la derecha que siempre logran exacerbar los ánimos del pueblo y de los desencantados.
Para la izquierda genuina, sin embargo, la candidatura de Lagos es una verdadera oportunidad para deslindarse completamente de los referentes oficialistas y avanzar en la constitución de un frente, partido o movimiento único con firme resolución de llegar a La Moneda en andas del creciente e irrefrenable descontento social; apoyado en las multitudinarias manifestaciones sociales en contra del sistema de AFP, por una salud igualitaria y por una educación pública libre, gratuita y de calidad, entre otras múltiples demandas. Respaldado por los millones de chilenos hartos de los agudos desequilibrios en la distribución del ingreso, como de los privilegios irritantes que favorecen a los militares y uniformados. Por un país perplejo, además, ante la corrupción transversal de la clase política, de la CUT y de otros otrora respetables referentes. De los devaneos constantes de gobernantes y empresarios; o bajo la impúdica actuación, por ejemplo, del Ministerio Público que remueve de su cargo al fiscal que investigaba resueltamente los millonarios recursos de Soquimich destinados a sobornar y digitar las decisiones de legisladores, partidos y candidatos.
No podemos dejar inadvertidas las expresiones de los esos pocos personajes de la política que han salido a aplaudir la autoproclamación de Lagos, especialmente cuando aseguran que, por su envergadura, éste no debiera someterse a una elección primaria, sino ser ungido como candidato por los partidos oficialistas. Lo mismo que busca Sebastián Piñera de Chile Vamos y de toda la derecha donde sus operadores presionan en tal sentido.
Es extraño, e todo caso, que todavía el país pueda tolerar estos claros desatinos de la política cupular, cuando personajes como Lagos y Piñera en las encuestas están tan pésimamente evaluados, aunque reúnan uno o dos puntos más, todavía, que otros. Cuando ya en la última elección presidencial tuvimos un 58 por ciento de abstención ciudadana y todo indica que en las municipales, pese a la montonera de candidatos, la inclinación mayoritaria seguirá favoreciendo la abstención, producto del desencanto general respecto de todos los actores políticos del presente, salvo algunas excepciones que empiezan a consignarse recién en los sondeos y el reconocimiento público.
Ciertamente que intentos como el de Lagos y Piñera no contribuyen a fortalecer la democracia, sino a sacar de quicio a la ciudadanía. Cuando lo prudente de su parte sería quedarse en sus casas, hacerse una descarnada autocrítica y redimirse en el silencio a fin de salvar ilesos del juicio popular cada día más lapidario. Sabemos cómo nuestra historia ha levantado estatuas, monumentos, bautizado calles y avenidas con los nombres de caudillos y gobernantes de suyo traidores e incluso criminales como Arturo Alessandri Palma y Carlos Ibáñez del Campo. Quizás sea a esa impunidad a la que apelan hoy Lagos y Piñera después de sus desastrosos gobiernos que, además de pronunciar la inequidad social, entronizaron la falta de probidad en nuestras instituciones republicanas. Que alienten una amnesia colectiva, un objetivo ciertamente muy difícil de conseguir en la era de las comunicaciones, del internet y de las redes sociales. Cuando la historia ya no la escriben, necesariamente, los ganadores.