El neoliberalismo concibe al hombre únicamente en su dimensión económica, pues la existencia social sólo tiene sentido en el mercado, que determina quiénes deben sobrevivir y quiénes desaparecer, a causa de la cesantía y el hambre: es un radical darwinismo social. Para Frederich Hayek el Estado no debe, por ningún motivo, prestar ayuda a los perdedores del mercado –claro no llega al extremo de los nazis enviándolos a los campos de concentración -. Milton Friedman admite algún tipo de subvenciones focalizadas en los pobres, en situaciones extraordinarias: José Piñera, su discípulo fiel, inventor de las malditas modernizaciones, planteó un tipo de rol subsidiario del Estado, por medio de los bonos de reconocimiento: cuando el trabajador, obligado por el patrón, tuvo que cambiar del sistema de reparto solidario al sistema de capitalización privada. Además, a quien no tuviera ninguna cotización, después de una cruel selección, se le pagaba una pensión asistencial, modalidad que rige hasta ahora; es como el pan para que los esclavos no mueran de hambre.
En los países europeos el sistema previsional es solidario y de reparto; en Estados Unidos y en Canadá hay un sistema mixto: solidario y de capitalización individual; lo mismo ocurre en Argentina, Colombia, Costa Rica y Brasil. Sólo en Chile, Nicaragua y El Salvador hay un sistema único de capitalización individual. Ningún país medianamente civilizado y desarrollado se atrevería a implantar el troglodita sistema de capitalización privada; somos los únicos en aplicar esta estulticia, al igual que ocurre, en lo político, con el sistema binominal.
La subsidiaridad a la chilena consiste en que el Estado se hace cargo de todas las grades empresas que fracasan o quiebran; sí bien las AFPs. , Junto a los Bancos, son las empresas más rentables del país, han colapsado respecto al objetivo de dar jubilaciones decentes a la mayoría de los chilenos y, como estos ciudadanos de segunda quedan en la indefensión, el Estado se hace cargo de ellos para que no mueran en la intemperie.
Las AFPs. Han seguido el proceso mundial de monopolización, por vía fusiones o por aniquilación de los competidores; hoy son solamente seis sociedades que se han repartido, según el economista Manuel Riesco, en quince años, una suma de 23 mil billones de pesos, lo que equivale al 40% del PIB chileno, de 2016; En el 2016 ganaron 72.5 millones de dólares, aumentando su rentabilidad en un 39.58% respecto al año anterior.
Las AFPs. Son las únicas empresas en el mundo que captan a tres millones de trabajadores, que están obligados a cotizar en alguna de las seis AFPs, con el 12% de su sueldo. El sistema antiguo de galeras es una broma al lado de este abuso.
¿Qué ganan los trabajadores con este negociado? Las rentabilidades de cuatro fondos de pensiones: los primeros, de renta variable y, los últimos, de renta fija. Como nadie tiene empleo permanente asegurado durante veinte o treinta años, la mayoría cotiza cuatro o cinco meses durante el año, lo cual supondría que el trabajador debería doblar los años de trabajo para lograr una jubilación decente. Se calcula que el pensionado, al llegar a la edad de acogerse a retiro, debe tener entre ochenta y cien millones ahorrados para recibir, apenas, una renta vitalicia de $200.000, es decir, menos del “sueldo ético”.
No escribo sobre la precariedad del empleo en Chile, pues es intrínsecamente inmoral; no tengo a mano la información sobre el número de trabajadores con boleta de servicio y contratos temporales, pero estoy seguro de que comprende la mayoría de trabajadores estatales y privados chilenos. Obviamente, todos ellos no cotizan, salvo que los hagan como independiente
¿En qué instrumentos financieros invierten las AFPs? En acciones y bonos. Se ha comprobado que en las crisis de los sistemas financieros las AFPs ganan más que en las épocas de bonanza, pues se enriquecen con las comisiones de administración; quienes salen perdiendo son los usuarios – se les olvidó que la “ley del embudo” está en el artículo 1 de la Constitución virtual del “Estado de Tontilandia”.
Hoy está de moda la historia de las crisis capitalistas; según un analista económico, se contabilizan 92 grandes terremotos, desde 1929. A partir de 1990, recuerdo algunas: la de la burbuja de las “.com”, la de la caída de los precios de los bonos, a causa de una alza súbita de las tasas de interés, dictadas por el FED, el efecto “tequila”, por la devaluación del peso mexicano, la del rublo, la japonesa (o asiática) y la actual. Los cotizantes de las AFPs ven perder la rentabilidad de sus ahorros en cada una de estas crisis; es cierto que no se ha derrumbado el sistema financiero especulativo y, a largo plazo, la inversión en renta variable termina siendo conveniente.
Es completamente falso que los bonos no pierdan valor: en cada cataclismo financiero se van al suelo las deudas de los países emergentes y, en especial, las corporaciones de menor calificación que, en gran número, terminan en cesación de pago. No creamos que por estar en los dos últimos fondos de pensiones las personas, a punto de jubilar, están aseguradas de salvar su dinero, producto del esfuerzo y privaciones de toda una vida. Me pregunto: ¿Es ético que el Estado obligue por ley a sus ciudadanos a ser partícipe de un mundo financiero, altamente especulativo? ¿Cómo se le puede pedir a un trabajador, que está a punto de jubilar que espere dos o tres años para que pase la turbulencia, crisis, colapso o recesión, en Estados Unidos? Si no es rico, como Piñera y otro puñado de empresarios, que tienen capital para soportar la montaña rusa de las bolsas, tendrían que vivir de la colección de hierbas, como el maestro Epicuro.
No todo el mundo puede, como los pocos millonarios de este país, comprar acciones depreciadas y venderlas caras, en la bonanza. Chile no respeta la libertad individual, pues no permite la elección entre un sistema privado de pensiones y uno público, como ocurre en estados Unidos y Canadá. El país condena a la mayoría de los chilenos a enriquecer a las AFPs o recibir la pensión básica solidaria, equivalente a $90.000,
Una de las lecciones de la crisis financiera es que el capitalismo funciona sin ningún tipo de control: se especula a troche y moche; el ejemplo más evidente, por estos días, lo constituye los espurios juegos financieros de los famosos Hedge Funds, (Fondos de cobertura. Se sabe que la mayoría está quebrada y sólo les pueden salvar los dineros fiscales, inyectados por los Bancos Centrales de Estados Unidos, de Canadá, de Europa, de Australia, de Japón y, ahora, de Rusia.
Los Bancos, incluso los más grandes y poderosos, prestaron dinero sin ningún respaldo a personas, según ellos, de dudosa catadura crediticia; ahora recurren al FED para salvarse de una falta de liquidez y poder cumplir sus compromisos. Hoy por hoy, ningún Banco está dispuesto a hacer préstamos a sus congéneres, sólo reciben recursos del Banco Central; las ganancias para los privados, las pérdidas para el Estado.
La mayoría de los bancos participa en el negocio de la Previsión: así ocurre con el Citibank en fusión con el banco de Chile, con el Santander y el BBVA, y otros. Salvo que los diputados de la Concertación quieran incluir al BancoEstado, la mayoría de estas instituciones financieras ya participan de este tan rentable negocio. Yo no creo que en el sistema oligopólico neoliberal exista la libre competencia. En general, se propende al monopolio vía fusiones y nada garantiza que si aumenta el número de participantes, no termine como ha ocurrido con las AFPs, en unos pocos que se reparten la torta.
Los bancos tienen muy mala fama: se aprovechan de sus clientes para enriquecerse y son en Chile la industria más lucrativa. Augusto Pinochet los salvó de la ruina con dinero de todos los chilenos y que aún hoy no pagan la deuda, llamada subordinada.
Aun cuando rechazo todas las formas de capitalización privada pues, a mi modo de ver, son éticamente inaceptables, a los manos me parece mejor una AFP estatal que una privada, sin embargo, hace mucho tiempo, el BancoEstado usa los mismos procedimientos que los bancos privados, traicionando así su misión fundacional de apoyo a las pequeñas empresas y a los más pobres.
Puedo perfectamente concebir que algunos socialistas sean neoliberales, pero de ahí a aplaudir a los bancos, me parece tremendamente antiestético.
Nota: algunos datos estadísticos han sido extractados de informes del economista Manuel Riesco
Rafael Luis Gumucio Rivas
23 08 2016