En la actual situación geopolítica, Rusia es sin duda alguna el contrincante más fuerte para la contención de la expansión desenfrenada del poderío norteamericano. Entonces, no es de extrañar la respuesta de los globalizadores “iluminados” estadounidenses y sus lacayos de la OTAN para utilizar hasta los JJOO y así denigrar, calumniar y acusar a los atletas rusos en el fraude del dopaje bajo el control estatal de Moscú.
De esta manera, los JJOO recién concluidos en Río de Janeiro han sido convertidos por Washington en los Juegos Políticos, y deciden utilizar la doctrina de Obama que dice: “doblegar al más fuerte en todos los frentes para que todos se inclinen ante EEUU”.
Pese a toda la parafernalia y a la gran movilización de los medios al servicio de EEUU para doblegar a los deportistas rusos, esto no ha podido suceder y pese a la desigualdad de condiciones y el ataque de los medios, ganaron muchas medallas de oro y ocuparon los primeros lugares en los tableros olímpicos, ratificando así su poderío.
Todo esto no es nuevo, pero sí penoso. Si revisamos lo que ocurría con los participantes soviéticos en las olimpiadas en el siglo pasado, nos daremos cuenta de que, desde la aparición de la Unión Soviética, los norteamericanos no podían estar en paz con la idea de que los atletas soviéticos, a quienes llamaban representantes del “Imperio del Mal”, eran capaces de vencer a sus colegas del supuesto “mundo libre” en casi todas las disciplinas.
Entre otras, comenzaron por acusar por ejemplo a las campeonas soviéticas en lanzamiento de disco, jabalina y martillo de ser “machonas hermafroditas”. Sin poder presentar ninguna prueba válida, exigían que las soviéticas presentaran pruebas genéticas de pertenecer al sexo femenino. Lo hacían por simple resentimiento y su incapacidad de competir con las atletas soviéticas que eran fuertes y grandes sin perder la feminidad.
Ahora, cuando en la Olimpiada de Río vemos las enormes figuras de las lanzadoras de bala norteamericanas y de otros países, a nadie en su sano juicio se les ocurriría acusarlas de aquellas cosas estúpidas y ofensivas que utilizaba la prensa occidental contra las lanzadoras soviéticas. Ahora usan otras formas de ataque en el afán cobarde de ganar a toda costa.
En el 1980, los norteamericanos boicotearon los Juegos Olímpicos de verano en Moscú. Para aquel entonces, los atletas de la URSS y los de los países socialistas empezaron a ganar un promedio del 58% de medallas. En 1984, la Unión Soviética, Cuba y Alemania Oriental se negaron a participar en los Juegos Olímpicos de verano en Los Ángeles. Tenían toda la razón, pues, los servicios de inteligencia norteamericanos y los medios de comunicación habían planificado una inaceptable campaña para perjudicar a los deportistas.
Sobre los ataques psicológicos, morales y físicos preparados contra la delegación de la URSS durante los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 fueron escritos varios libros. En uno de ellos, el escritor Philip D’Agati, The Cold War and the 1984 Olympic Games: A Soviet-american Surrogate War describe con detalles la presión psicológica que había estado diseñada para los participantes soviéticos en Los Ángeles.
Durante el segundo período del Gobierno de Barack Obama, la Guerra Fría, esta vez contra Rusia, fue resucitada de nuevo, especialmente en forma de guerra mediática, y era de suponer que iba a reflejarse de alguna manera en el deporte. Los primeros indicios aparecieron en el 2012, cuando la ganadora de la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Londres (2012), la corredora rusa Daria Pishchalnikova, mandó un email a la Agencia Mundial de Antidopaje (WADA) informando sobre el uso masivo del dopaje en el deporte ruso. Un año después, otra atleta de la misma nacionalidad, Yulia Stepanova, después de ser descalificada por dos años por la WADA debido a violaciones de las reglas de antidopaje, se convirtió en informante de la organización.
Lo curioso fue que el propio marido de Yulia, Vitaliy Stepanov, que trabajó en la agencia rusa de antidopaje (Rusada), perteneciente a la red mundial de WADA, fue quien le suministraba los estimulantes a su propia mujer y también decidió ganar buena plata y un puesto en EEUU. Así se convirtió en un informante de la central internacional de antidopaje.
Se calcula que Stepanov había mandado más de 200 emails a la WADA desde el 2013 denunciando que los rusos habían resucitado el programa de dopaje de la antigua República Democrática Alemana (RDA). —En los años 1960-1970 se utilizaba el uso de esteroides en el entrenamiento no solo en la RDA, sino en la República Federal de Alemania (RFA) con la autorización de la Agencia Federal Alemana de Antidopaje NADA.
No cabe duda que los Stepanov fueron parte de una conspiración orquestada en Washington y que los conectó con Hajo Seppelt, productor de la cadena alemana de televisión ARD, quien filmó cuatro documentales bajo el título El Secreto del Dopaje: cómo Rusia crea a sus ganadores, y que fueron presentados el 3 de diciembre del 2014.
De allí arrancó una fuerte campaña internacional antirrusa exigiendo prohibir a los deportistas de este país participar en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Las autoridades rusas no prestaron atención seria a esta campaña, simplemente la descuidaron sin darse cuenta de hacia dónde apuntaba esta vez la guerra mediática contra la nación eslava. No se dieron cuenta de que era parte importante del enfrentamiento geopolítico en términos de una “guerra híbrida”, que en los últimos cinco años está llevando a cabo Estados Unidos contra Rusia.
Los medios de comunicación globalizados no perdieron tiempo en desatar una aguerrida campaña antirrusa. El poderoso The New York Times exigió “prohibir la participación de Rusia en Río”; The Times (Londres) declaró que “era hora de sacar a Rusia de la Olimpiada”; The Guardian anunció que “no hay lugar en la Olimpiada para los tramposos”, y el periódico español El País afirmó que “la misión del Comité Olímpico consiste en sacar a Rusia del Siglo Oscuro”. La publicación alemana Bild decidió ignorar la participación de deportistas rusos en Río.
Las agencias de antidopaje de EEUU, Alemania, Canadá, España, Japón, Suiza y 20 grupos de deportistas olímpicos exigieron también prohibir a los rusos participar en Río. Estas acusaciones pueden ser infinitas si tomamos en cuenta que el jefe del laboratorio ruso de antidopaje, Grigoriy Rodchenkov, declaró a The New York Times sobre una supuesta trama de dopaje durante los Juegos Olímpicos de Sochi, la cual había ayudado a ganar medallas a por lo menos 15 atletas rusos.
En la versión de Rodchenkov, el servicio secreto de contraespionaje ruso (FSB) participó en la sustracción y cambio de las pruebas de orines utilizando un “agujero en el laboratorio”.
Lo más extraño fue que, tanto los documentales de Hajo Seppelt como las declaraciones de Rodchenkov, no suministraron ninguna prueba real del dopaje de los atletas rusos y la participación estatal en este proceso. Cuando el grupo de periodistas del canal VGTRK de la televisión rusa llegó a entrevistar a Hajo Seppelt en Alemania, el autor de los documentales no pudo presentar ni un documento que confirmara sus acusaciones.
La irritación de Seppelt fue tan desproporcionada durante la entrevista que en un momento trató de arrancar el micrófono a la entrevistadora y empujar al camarógrafo. Pero allí no terminó el asunto, pues el documentalista Seppelt persiguió a los periodistas durante más de media hora en la calle.
Tampoco Rodchenkov pudo suministrar documentos concretos acusatorios a la WADA y a los medios occidentales de comunicación contra los deportistas olímpicos rusos. Sin embargo, para la WADA fue suficiente para iniciar un proceso contra los atletas rusos para no permitirles participar en la Olimpiada de Río. No cabe duda que las instrucciones vinieron de Usada (Agencia de Antidopaje norteamericana) y del comité olímpico norteamericano.
Se sabe que el dinero manda, para esto el Gobierno estadounidense y el de Canadá aportan en conjunto el 29% del presupuesto de la WADA asignado a las autoridades de los países participantes en los Juegos Olímpicos. También el Comité Olímpico de EEUU (USOC) proporciona a la WADA el 27% del presupuesto asignado por otros Comités Olímpicos.
Después de que los esposos Stepanov y Rodchenkov se refugiaran en EEUU, la WADA acusó en noviembre del 2015 a Rusia por la “violación de las reglas antidopaje” y recomendó a la Asociación Internacional de la Federación de Atletismo (IAAF, por sus siglas en inglés) apartar a los atletas rusos de las competencias incluidas en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
El 17 de junio del 2016, el Consejo de la IAAF suspendió la participación de los atletas rusos. Para colmo, esta prohibición se extendió, como un ejemplo de castigo a toda la delegación paralímpica de Rusia, es decir, a 267 atletas discapacitados. El Comité Internacional Paralímpico basó su decisión en el informe de 323 páginas de la Comisión Independiente dirigida por el abogado canadiense Richard McLaren.
En este informe, elaborado en el 2015, McLaren acusa a Rusia de aplicar un sistema de dopaje a sus atletas auspiciado por el Gobierno. Lo interesante fue la historia de este informe. Ya en 2011, la WADA utilizó a un exagente de la DEA, Jack Robertson, para “investigar” el dopaje de los atletas olímpicos y fue él quien conectó a la atleta rusa Stepanova con el documentalista Seppelt. Desde el comienzo de la investigación, en la que participaron además de Robertson cinco exprofesionales de la CIA, el FBI, el Servicio Secreto y la DEA, el énfasis fue orientado hacia los deportistas rusos. Según instrucciones de la WADA, no les debían interesar a los investigadores los casos de dopaje en otros países.
En abril del 2015, el presidente de la WADA, Craig Reedie, mandó un email a la asesora del Ministro de Deporte de Rusia, Natalia Shelanova, diciéndole de no preocuparse sobre la investigación relacionada con los atletas rusos. Decía la misiva: “Yo aprecio mucho las relaciones con el ministro de Deporte Mutko y estaré muy agradecido si usted le informa que no hay ninguna intención de la WADA para afectar nuestras relaciones”. Tiempo después, The Daily Mail, de Londres difundió aquel email y la campaña antirrusa se agrandó de golpe, dando prioridad al informe de McLaren.
A nadie le interesó que el documentó fuera basado prácticamente en las declaraciones del exjefe de la Rusada, Radchenkov, que acusó a las autoridades rusas sin presentar ninguna prueba. Tampoco McLaren tomó en cuenta los documentos enviados por las autoridades rusas y no presentó el nombre de ningún atleta ruso acusado de dopaje. Por alguna razón omite los datos científicos de la WADA que muestran que los atletas rusos tienen poca incidencia en el dopaje y que este fenómeno no es de exclusividad de los rusos sino de todos los países.
Para colmo, McLaren acusó también a los paralímpicos rusos de dopaje sin ninguna prueba, metiendo a todos en el mismo saco. Hace poco, el vicepresidente del Comité Paralímpico de Rusia, Oleg Simolin, declaró que el Comité Paralímpico Internacional, después del éxito de los atletas con discapacidad rusos en Londres, donde ocuparon el tercer lugar por la cantidad de medallas alcanzadas, “empezó a cambiar las distancias y tipos de competencias en las que nuestros atletas eran fuertes por otras para las que no estaban entrenados”.
Curiosamente, la WADA tan quisquillosa con los deportistas rusos, no dijo nada respecto a los países que no cumplieron con el código establecido y suspendieron las pruebas de dopaje: Brasil, España, Bélgica, Francia, Grecia, México… Tampoco la WADA está interesada en hacer investigación de las agencias antidopaje norteamericana y canadiense. Las pruebas de la Usada son reconocidas inmediatamente sin ninguna investigación, mientras que las pruebas de Rusada pueden “ser abiertas y sustituidas las botellas”, a pesar de que la compañía suiza productora de recipientes para las muestras de orines Berlinger Special AG declaró que era imposible abrir o reemplazar sus recipientes.
Pero a quién de la WADA o el Comité Olímpico Internacional le interesa todo esto cuando el Senado y la Cámara de Representantes de EEUU se pronunciaron contra los atletas rusos y en su percepción tienen jurisdicción de la nación norteamericana sobre el deporte internacional. Por algo EEUU ha contribuido con millones de dólares a la WADA y, para el próximo año, su aporte gubernamental se incrementará de 3,7 a 4,8 millones de dólares por la “buena conducta” de la WADA.
Será por esto que la WADA no consideró como dopaje el tónico DELTA G ofrecido como experimento a unos 300 atletas olímpicos estadounidenses y británicos. Este tónico basado en cetonas (ketones), elaborado por la profesora de Oxford Kieran Clarke, aumenta el rendimiento de los deportistas. Anteriormente, su autora creó un tónico para las fuerzas armadas para aumentar su capacidad de combate y resistencia.
Mientras la WADA ha estado callada, los norteamericanos y los británicos han estado gozando de cetonas. A la vez, los deportistas rusos que lograron ser aceptados en la Olimpiada lucharon a pesar de todos los obstáculos que les pusieron en el camino la WADA y el Comité Olímpico Internacional.
*Periodista peruana