En la última encuesta CEP la Presidenta Michelle Bachelet alcanzó a sólo un 15% de apoyo ciudadano, un récord solo comparable, en América Latina, con Ollanta Humala, de Perú y, más bajo que el apoyo a Nicolás Maduro, de Venezuela, que alcanza un 30%, en plena crisis institucional política, social y económica; Dilma Rousseff, que enfrenta un juicio político y, además, suspendida de sus funciones de Presidenta de la República de Brasil, cuenta con un 20%.
En el cuadro de los Presidentes del período de transición a la democracia en Chile, Bachelet obtuvo la mejor nota en su primer gobierno – 4,8 en la escala de 1 a 7 – y la peor en su segundo mandato – 3,5.
En la democracia bancaria poco importa la aceptación o rechazo por parte de la ciudadanía, pues los procesos electorales son una mera fórmula para ungir al ungido previamente por los dueños del capital. Los altos índices de abstención sólo demuestran que los ciudadanos no son tan necios, pues se dan perfecta cuenta de que se les convoca para ratificar lo acordado por los dueños del país. Que el 70% de los chilenos no tengan su candidato presidencial es por sí una muestra del quiebre entre las élites y los ciudadanos.
Que el próximo Presidente sea elegido por 50%, 30%, 15 o 10%, es indiferente, pues igualmente tomará el poder para repartirlo entre sus partidarios – “ande yo caliente y ríase la gente” -. En la actualidad, los sueldos de los asesores superan los tres millones de pesos – lo confesó la gran compañera de trabajo del hijo de la Presidenta -.
El hundimiento del barco de la Presidenta, del Gobierno y de la Nueva Mayoría es un hecho irreversible, y de poco servirá nombrar un nuevo gabinete ministerial, pues en medio de este naufragio ni siquiera hay capitán, ni menos marineros, para ocupar los cargos que dejarían bacantes los supuestos renunciados ministros.
El rechazo a la Presidenta de la República no se ha transformado en antipatía hacia su persona, ni siquiera hay tirria a su respecto, pues la gente más bien culpa a sus asesores del mal gobierno en este segundo período. La Presidenta tampoco es culpable de tener un hijo tan inclinado a los negocios turbios, tampoco lo es de sus hijos políticos – Rodrigo Peñaillillo, Alberto Arenas – y en el conflicto con el ministro del Interior, Jorge Burgos, ella salió mejor parada que su funcionario – a Burgos se percibe como traidor y desleal a la Presidenta -.
El actual gobierno está pagando el precio de un reformismo que nunca fue capaz de congeniar con los movimientos sociales, que tuvieron un papel muy importante en 2011, contra el gobierno de Sebastián Piñera. Michelle Bachelet, si bien aún cuenta con mayoría en el parlamento, un arco de partidos políticos que abarca la centro-izquierda, no ha sido capaz de conquistar un apoyo de masas para apoyar las reformas, propuestas durante la campaña a la presidencia. Podría decirse que el actual gobierno teme a los movimientos y organizaciones sociales, y sólo atina a venderle dulces y paliativos, que no convencen a nadie.
El gobierno, o lee mal la realidad, o bien, no tiene ninguna voluntad de meterse a fondo en las reformas propuestas. Todo reformismo conlleva la crítica, por un lado, de quienes defienden sus intereses en general, la derecha, y, por otro lado, los que consideran que las reformas son muy tibias y se quedan a medio camino.
El ejemplo clásico en Chile, de un reformismo incompleto fue el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970). El diagnóstico de la realidad social de ese entonces era el más completo: la reforma agraria, por ejemplo, era un imperativo categórico – apoyado, incluso, por el gobierno de Estados Unidos, liderado por J.F. Kennedy – y todos coincidían con la necesidad de llevarla a cabo, pero apenas comenzó a implementarse, recibió las críticas de la derecha y de desde ese momento, odió a la Democracia Cristiana y al freísmo – lo único que los conservadores no pueden soportar es que les quiten la propiedad para entregársela a los campesinos. Por otro lado, la izquierda encontró las reformas de Frei muy débiles y que se quedaban a medio camino.
El fin del Presidente Frei Montalva comenzó a producirse cuando decidió detener las reformas, considerando que ya se había cumplido lo fundamental, y que llegaba el momento de detenerlas para evitar la crisis económica que se avecinaba. Formo un nuevo gabinete, muy similar al de Burgos-Valdés, cambiando a don Bernardo Leigthon por Edmundo Pérez Zujovic y, al igual que el actual gobierno, en ese tiempo, el partido único de sustento, la DC, se dividió. De ahí en adelante nunca ha logrado elegir 80 diputados de 150. La salida del reformismo de Frei viró a la izquierda, abriendo el camino a Salvador Allende y la Unidad Popular; el de Bachelet, mucho me temo que será a la derecha.
Durante los 30 meses del actual gobierno de Michelle Bachelet la mejor oposición ha sido la de los ex concertacionistas: Los Walker, los Zaldívar, los Aylwin, los Martínez, los Alvear… han dado golpes mucho más certeros y contundentes que los débiles dirigentes de la derecha, quienes con minoría parlamentaria, prácticamente han pasado desapercibidos y sólo recientemente han sacado la voz. Nada más peligroso que la “quinta columna” y “el caballo de Troya”.
Todos los diputados y senadores de la Nueva mayoría le deben sus cargos a la Presidenta Bachelet, y hay que ser de muy mala ralea para actuar como las ratas y abandonar el barco cuando se está hundiendo. Más digno sería seguir interpretando dulces melodías, a ejemplo de los músicos del Titanic.
Cuando todos los cobardes y oportunistas abandonan a la Presidenta, el “príncipe” Ignacio Walker, para justificar su huida, “aclara que él no estaba de acuerdo con el programa de reformas”. Tan peregrina afirmación puede explicarse de dos maneras: la primera, que Walker calló su discrepancia para asegurar a sus camaradas en el reparto del botín del Estado; la segunda, que fue acallado por los poderosos “rojelios”, que se habían apropiado del corazón de la candidata, que nunca ha dejado de recordar su estadía en la RDA – considere el lector que los comunistas tienen apenas un 5% de la votación, mientras que los democratacristianos un 15%.
Está claro que la Democracia Cristiana debe elegir entre el camino propio, que lleva a la derecha, o seguir en alianza con los comunistas.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
23 /08/2016