Noviembre 16, 2024

Marcha nacional por NO + AFPs: el clamor ciudadano y la estupidez de las élites

Las marchas ciudadanas siempre han marcado hitos  fundamentales en la historia de nuestro país: la marcha de La Patria Joven, en 1964, las marchas populares, en la época del gobierno de Salvador Allende, las marchas de protesta contra Augusto Pinochet, a partir de 1983, la marcha previa al triunfo del NO, las marchas de los estudiantes de 2011 y la última – del 21 de agosto del año en curso – por NO + AFPs.

 

 

Las marchas deben ser evaluadas sobre la base de distintos parámetros: el primero, la masividad; el segundo, la épica que genera en la sociedad; el tercero,   el impacto que provoca en la ciudadanía en general.

La medición de la convocatoria a las marchas siempre ha sido controvertida: nunca faltan los “expertos” que calculan el número de manifestantes por metro cuadrado, o bien, que visualizan cuán colmada de ciudadanos está la Alameda desde Baquedano a Los Héroes. En el pasado, el desafío que se planteaban los convocantes era el de llenar la Plaza Bulnes – sea como sea la marcha del 21 de agosto de 2016 fue capaz de convocar a un millón de personas  en cincuenta ciudades del país, de las cuales 250.000 en Santiago -, hoy se miden por la capacidad de copar las principales plazas y calles del país.

Más importante que la masividad es la épica que moviliza a las personas en pos de un objetivo,  es decir, el entusiasmo, la  disciplina, el compromiso, la organización y superar la oscuridad del momento que se está viviendo y buscar horizontes de esperanza  – la parafina del pobre -.

La manifestación de ayer tuvo un impacto en la ciudadanía sólo comparable a las estudiantiles de 2011, en que se demandaba una educación pública, gratuita, laica y de calidad para los estamentos de la educación. Nada más insensato que contraponer las manifestaciones de estudiantes a las actuales, contra las AFPs, pues ambas tienen la misma matriz: el fin de un modelo neoliberal, que condena a la ciudadanía a vivir sociales inaceptables – Chile es uno de los países más desiguales del mundo -. En este sentido, ambos movimientos sociales – el otrora y el actual – exigen una refundación de la República.

Las élites, tanto en el caso del gobierno de Sebastián Piñera (1990-1994), como el de hoy, de Michelle Bachelet, captan muy bien que son mayoritariamente rechazados por la ciudadanía, y el modelo absolutista de mercado hace agua, condenando a la mayoría ciudadana a la pobreza y, en muchos casos, a la miseria, pero se demuestra incapaz de dar solución a los múltiples problemas que acosan a la sociedad y, mucho menos, a visualizar un nuevo pacto social, que permita terminar con  el modelo actual, que ya se encuentra al límite de su supervivencia y construir una más solidario . En la lucha entre lo viejo que se niega a morir y lo nuevo que aún no nace, las élites se muestran torpes, mezquinas y codiciosas. La hora de las reformas del despotismo ilustrado (el gobierno de Bachelet) ha tocado fondo y llegado a su fin y, aunque estas castas privilegiadas se nieguen a morir, el desenlace está cercano.

El discurso político de quienes no quieren ningún cambio, o bien, de aquellos que pretenden sólo cosmética gatopardista, les queda  como último recurso el apelar al fantasma del populismo. Para estos personajes, todo lo que huela a popular es populismo y, como generalmente ignoran los procesos históricos, con frecuencia olvidan que los grandes aconteceres populistas, casi todos ellos, han surgido de una crisis de dominación oligárquica (Véase J. Domingo Perón, en Argentina, Getulio Vargas, en Brasil, y más contemporáneamente, Hugo Chávez, en Venezuela; en el caso chileno, Arturo Alessandri Palma (1920), Carlos Ibáñez del Campo, (1927 y 1952)).

Chile, durante el período de la transición a la democracia se creyó el cuento, propagado por los dueños del poder mundial – los Bancos y las Bolsas – de que era el lugar paradisíaco donde el león – los millonarios – acariciaba a los corderos(loa pobretes), un país donde espontáneamente manaba la leche y la miel y que todos sus ciudadanos eran felices y aspiraban a convertirse en emprendedores,  -como el famoso maestro Faúndez, que desde su celular hacía muy buenos negocios -.

El padre de las AFPs, José  Piñera Echeñique, se tragó más el cuento del país ideal, que tenía contentos a ricos y pobres, a niños y viejos jubilados, a mujeres y a hombres; lo único que diferencia a este fanático, seguidor de Hayek, de los nuevos ricos de la Concertación es que el primero es un “verdadero apóstol del individualismo y, los segundos son inmorales pragmáticos, cuyo único dios es el dinero.

De repente, a partir de 2006, con la generación de los pingüinos, se descubrió que el famoso milagro chileno era un fiasco, pues lo único que había hecho era “multiplicar los panes y los peces” en favor de una pequeña casta que se había adueñado del país, esta vez no de apellidos solamente “vinosos”, sino en su mayoría “bancosos”, como diría el poeta creacionista, Vicente Huidobro.

Una vez descubierto el truco del milagro chileno, apareció la realidad: somos un país de un 90% de pobres, con unos pocos muy ricos. ¡Y la saturación llegó a su culmen! Nadie puede vivir con $90.000 de la pensión solidaria, tampoco con los $200.000, el promedio de la jubilación de los cotizantes de las AFPs. La miseria y el abandono  en la vejez toca de frente a este segmento de la sociedad, que no sólo estuvo presente en la marcha de ayer, sino que también logró convocar a cuatro generaciones – guaguas, jóvenes, adultos y tercera edad- todos bajo la visión de lucha contra un sistema que impulsa la codicia de los ricos que destruye la solidaridad entre los ciudadanos.

Nadie cree en las pamplinas de los dueños de las AFPs y de los periodistas que los secundan, pues la  mayoría de los ciudadanos hoy sabe muy bien que, lejos de ser propietarios de sus ahorros, sólo sirven para enriquecer a los dueños de las grandes empresas y, aun cuando muchos ciudadanos ignoran en qué AFP depositan sus ahorros, saben muy bien que estas empresas ganan más del 30% anual y los “supuestos” propietarios de los ahorros, los cotizantes, apenas un 4%.

Ya los borregos están llegando a su fin, pues el pueblo está despertando, y la marcha del domingo, 21 de agosto, en todo el país,  lo prueba con creces.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

22/08/2016            

 

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