Gobierno, oposición, Parlamento, tiendas partidistas… el remezón ya es derrumbe.
No hay muchas dudas respecto a que el actual andamiaje político, constituido por ese duopolio que conforman derecha y centro derecha (léase, respectivamente, Alianza con sus colgajos, y Nueva Mayoría), se encuentran en una fase que podríamos catalogar de terminal, al menos en lo que respecta a la aprobación pública, cuestión que por lo demás poco significa en términos reales, ya que la política en nuestro país se hace en cuartos oscuros, en sitios cerrados, en “think tanks” no muy conocidos, en cementerios partidistas… en fin, en cualquier lugar donde al pueblo se le prohíbe el acceso.
¿O usted creía que Pedro, Juan y Diego podían participar con derecho a voz y voto en las reuniones de “alto nivel” efectuadas en las sedes principales de los partidos políticos que conforman el duopolio, y allí emitir sus opiniones, propuestas y críticas? Ni lo sueñe…. en Chile, la Alianza y la ex Concertación se hermanan en aquello de “gobernar para el pueblo, por el pueblo pero sin el pueblo”, aunque a decir verdad jamás han administrado el país en beneficio de las mayorías.
Ninguna tienda partidista de los dos bloques principales ha considerado, en serio, la opinión de esas mayorías ciudadanas. Jamás el PS, o el PPD, la DC, menos aún RN y la UDI (y para qué hablar del PRSD cuya nómina real de afiliados ‘al día’ es menor que el número de socios del club deportivo “Tres Pilitas de Huano”), ha realizado una reunión importante –de aquellas que deciden destinos- en poblaciones populares, en sindicatos o en organizaciones comunitarias. Pero sí lo han hecho en oficinas de asociaciones y salones gremiales del mundo patronal, demostrando con claridad indesmayable que su verdadero mandante jamás ha sido- ni será- el electorado.
Sin embargo, el andamiaje armado con indudable entusiasmo -y éxito, hasta ahora- por este duopolio político que es un estamento más de la orgánica que administra el mundillo megaempresarial, comienza a experimentar los efectos no ya de la fatiga de material sino, específicamente, del abatimiento de su estructura debido a los remezones provocados por el despertar de la sociedad civil. Más aún, los diversos “enjambres sísmicos” paridos por las redes sociales y por organizaciones noveles pero ‘maceteadas’ (como es el caso de “No + AFP’s” e “Indignados”), resquebrajan los cimientos del mentado sistema, a la vez que ridiculizan las cualidades de los menguados liderazgos de la política oficial.
Si de verdad esas redes sociales y aquellos movimientos no partidistas tuvieran el poder suficiente para provocar cambios de fondo, estos ya habrían ocurrido… sin embargo, no es así. Se ha avanzado sólo algunos metros desde el lugar donde se inició esta larga lucha. Las castas políticas, sus tiendas partidistas y los poderes del estado, mezclados en un budín incomible, son los receptores de todas las críticas que el público manifiesta ya sin ataduras ni dobleces. Nunca, que yo recuerde, un gobierno ha contado con menos aprobación ciudadana que el actual (15%), ni una oposición –como la de hoy- con porcentajes vergonzosamente escuálidos (10%). ¿Es posible gobernar con tales cifras pendiendo sobre la cabeza cual espada filosa? Tal vez la pregunta esté mal formulada, pues lo que deberíamos inquirir es si, moralmente, se puede gobernar con tan escaso apoyo, y si un mundo político con tamaños cuestionamientos y rechazos tiene algún grado de autoridad para ejercer su función.
Ella –la cofradía política- responderá con certeza que sí… que obviamente puede gobernar con una aprobación a nivel de subsuelo y un rechazo a nivel de satélite de comunicaciones. Entonces, uno se pregunta, ¿y las movilizaciones sociales no hacen mella alguna en la caparazón de los ‘hombres públicos’? Creo, lamentablemente, que ellas poco y nada les dicen.
Es que en un sistema democrático las marchas deben constituir el prolegómeno de una votación, vale decir, la muestra inequívoca de cómo se comportará el sufragio próximo. Si no hay correspondencia entre ambos escenarios, entonces toda marcha –por masiva que ella sea- quedará en el inventario de la política como una voz de alerta, un aviso, y morirá siendo eso, tan sólo un aviso.
Nuestros políticos lo saben, así como saben también cuán probable es que en los comicios próximos –tanto edilicios este año, como parlamentarios y presidencial el 2017- un significativo porcentaje de la misma gente que ha salido a marchar, y también mucha de la misma gente que despotrica en las redes sociales, le entregará nuevamente el sufragio que requieren para continuar adscritos a la ubre estatal. En eso confían, y la Historia dice que en ello no se equivocan, pese a que el actual sistema pareciera estar socialmente en bancarrota.
“¡En democracia todo cambio que diga relación con asuntos legales, se discute y se aprueba solamente en el Poder Legislativo, en el Parlamento…y no en las esquinas, ni en las plazas ni en los centros de alumnos!”, dijo muy campante un conocido estrujador de teta fiscal que funge desde hace décadas como senador de una de las tiendas que forman parte del bloque gobernante. En los corrillos políticos se le conoce con el mote de “la Pimpinela Escarlata”.
Las cofradías políticas actuales se caen a pedazos, pero insisten en que el pésimo momento que vive el país en asuntos públicos es sólo “temporal y ocasional”, y de ello culpan al empedrado (prensa en general y redes sociales). Esto se comprueba leyendo las declaraciones de ciertos dirigentes de ambos bloques, quienes tozudamente reiteran una y otra vez que “el salvador de la patria” se encuentra entre ellos, y se apellida Lagos, Piñera, Insulza, Ossandón… vale decir, más de lo mismo, pues esos individuos aplican la máxima que esgrimen los peloteros cuando son derrotados estrepitosamente, y que reza: “el fútbol da revanchas”, queriendo decirnos que la “mala política se arregla con nueva (mala o peor) política”. Una pésima racionalización de sus propios fracasos, traiciones y actos de corrupción, con la que vuelven a echarse al bolsillo la opinión de sus electores, a quienes consideran incapacitados académica y moralmente para poner en la agenda pública los temas de interés nacional… pero, sin embargo, al momento de emitir sufragios, entonces esos mismos políticos otorgan a sus electores la calidad de sujetos relevantes y decisivos. Una contradicción que no resiste análisis.
La última movilización ciudadana rechazando el sistema actual de previsión social, masiva y espectacular, es más que el aviso certero respecto del posible derrumbe de la actual argamasa política-económica; es una réplica del solidario grito de alerta que usan los trabajadores de la construcción (los de la “constru”) cuando en los pisos superiores un andamio corta sus amarras… “¡¡Guarda abajooooo…!!”.
En el asunto que convoca este artículo, el edificio completo se estremece y vibra, aún se mantiene en pie, es cierto, pero algo en las alturas del mismo se está cayendo a pedazos, al tiempo que en los cimientos se escuchan las primeras crujideras. ¿Saldrán los de siempre con baldes de pintura y brochas para maquillarlo?