Voces de la Nueva Mayoría tercian con encendidas acusaciones en el debate acerca de las AFP, su origen, implementación, perfeccionamiento y consecuentes desgracias. Abundan en esas críticas adjetivos, acusaciones y denuestos.
Como si vinieran llegando. Como si la realidad se hubiera inventado hoy. Como si ellos no tuvieran nada que ver con lo que critican.
Queda patente un cierto rasgo esquizoide de esas alocuciones. Cierto oportunismo repudiable.
Da la impresión que la Nueva Mayoría ahora, y antes, la Concertación, no han tenido ninguna responsabilidad en un cuarto de siglo a cargo del Estado.
Y que no han sido ellos los que han administrado con soberbia meticulosidad y agrado todo lo que quedó de la tiranía, entre lo que destella con brillo propio, el sistema que condena a los trabajadores a una vejez de espanto.
Lo brutalmente cierto es que la Concertación fue una aplicada heredera de lo que dejó la dictadura. Le encontró gracia y sentido.
Y esa pasión por perfeccionar esta cultura de espanto, ha sido asumida con entusiasmo por la Nueva Mayoría, rebautizada imaginativamente así por al intercesión de un enemigo jurado de la obra de la tiranía, el Partido Comunista.
No es de ahora no más que el tema previsional es motivo de alarma por parte de los trabajadores y de sectores que balbucean una propuesta de país a salvo del neoliberalismo.
Como se ha dicho, el sistema de AFP es uno de los pilares maestros de un modelo de país cuya superestructura política se desfonda a pasos agigantados, dejando un reguero pestilente de corrupción y desvergüenza.
Sectores críticos y francamente contrarios a esta cultura, han denunciado durante decenios el principió inmoral de la capitalización individual como clave para la obtención de una pensión luego de cuarenta o más años de trabajo.
Y porque, peor aún, esos dineros que finalmente financian a los sostenedores de una economía inhumana y depredadora, son de propiedad de los trabajadores.
Resulta entonces una dramática paradoja que las principales víctimas de la sangrienta tiranía financien el modo de vida y los negocios monumentales de quienes fueron los sostenedores, cuando no directos gestores, de esa misma tiranía.
Es que el sistema de previsión que conocemos tiene una componente ideológica muy profunda.
Se trata de que la derrota sufrida por el pueblo y la izquierda, sea lo más profunda posible y eso se cumple cuando esa derrota es cotidiana.
Y eso se recuerda en cada momento en que a un trabajador le sacan su dinero para financiar a sus explotadores.
El creador de ese sistema aberrante desde el punto de vista del que lo sufre, tiene razón cuando dice sentirse orgullosísimo de su obra.
Su visita al país en momentos en que arrecia una aún insuficiente bronca, tiene un sentido de cruzada mística, de peregrinaje refundacional. Es el retorno del creador para defender su orden monástica, su grial, la piedra angular de la fe dominante.
Y tiene además, un dejo de desafío.
Quiere sentir la satisfacción de uncir a los conversos que alguna vez hablaban de solidaridad, justicia y redención. Busca someterlos, humillarlos mediante la imposibilidad que tienen de decir esta boca es mía en contra de un sistema que les ha dado de comer y los ha catapultado a la riqueza y el poder del que gozan.
Escuece el alma decirlo, pero este extremista enemigo de la gente tiene razón cuando pregunta por qué la presidenta Bachelet no cambia el sistema.
Por eso su descaro, prepotencia y desprecio por quienes no han tocado su obra y sus vestigios, simplemente porque ha sido uno de los principales vehículos de sus propias riquezas y poderes cotidianos.
Simplemente se rindieron. Se los ganó el enemigo. Se los tragó la ambición.
Y en su desfachatez de traidores asumen sin decirlo, que las cosas son así y que buscarle el cuesco a la breva fue cosa de jóvenes irresponsables, soñadores e ilusos.
Y ahora, que ya están muy viejos para reeditar esas inútiles aventuras de juventud, deben pensar en sus apacibles retiros, los que por cierto, no serán financiados por ninguna pensión de alguna AFP.