Noviembre 19, 2024

Del Escorial al Mapocho

Atardecía en Madrid aquel año 99 cuando en la plaza de la Inmaculada en la popular comuna de Leganés participamos en la inauguración del monumento  a Salvador Allende. Estábamos allí con Rebeca  junto a un buen número de leganeses, entre ellos las autoridades locales y numerosos compatriotas nuestros como el doctor Oscar Soto, médico del presidente mártir que estuvo en La Moneda aquel 11 de septiembre, chillanejo como yo y como Miguel Angel San Martín, periodista que entonces trabajaba en España y que nos acompañó ese día.Era octubre y ese día 8 el tribunal británico de Bow Street, liderado por el juez Ronald Bartle, había aprobado la extradición de Pinochet desde Inglaterra a España.

 

 

¡ Que diferente hubiera sido la historia si el gobierno chileno de ese tiempo no se la hubiera jugado por salvar al dictador como tan vergonzosamente ocurrió!

Concluida la ceremonia nos reunimos en amplia asamblea en un lugar ubicado a corta distancia de la plaza. Habíamos sido convocados para hablar del desarrollo de los procesos judiciales por violaciones a los derechos humanos que cursaban en Chile  desde el 12 de enero del 98 como consecuencia de la querella que ese día un pequeño grupo de abogados habíamos presentado junto a Gladys Marín.

Intervinieron muchas personas  que saludaron el esfuerzo de los familiares de las víctimas de la dictadura chilena y el papel del juez chileno Juan Guzmán y del juez español Baltasar Garzón. Fue entonces cuando desde el fondo de la sala se levantó un modesto trabajador, ya mayor, quien saludó los avances por verdad y justicia en nuestro país, pero agregó con voz quebrada…. “ sí, todo bien, pero acá en España, ¿porqué no se ha hecho nada de eso?¿cuándo por fin podré saber dónde están ocultos los restos de mi padre asesinado por la dictadura de Franco? ”

Silencio en la sala, tácito reconocimiento de la dolorosa verdad. Nunca olvidaremos el sentimiento de ese hijo de republicanos valientes  como tantos y tantas, miles y miles, de víctimas de esa dictadura feroz.

Y desde entonces hemos visto más claramente las semejanzas de situaciones entre nuestros dos países, tanto por los crímenes de lesa humanidad y la impunidad generalizada que le siguió, como por la responsabilidad que en el desenlace tuvo en ambas naciones la forma en que se puso término a sus respectivas dictaduras.

Porque en ninguno de los dos países las dictaduras fueron derrotadas, ni militar ni políticamente. Allá el pacto de la Moncloa, acá la transición pactada entre sombras, excluyente, discriminatoria y bajo condiciones y consecuencias nefastas que la vida demostró.

Como por ejemplo la vigencia hasta hoy de la antidemocrática Constitución pinochetista de 1980, o el recién terminado sistema bi – nominal de elecciones, o el fin del papel del Estado en la Economía, o la Ley de aportes de la venta del Cobre para gastos reservados de las Fuerzas Armadas, o el vigente decreto ley de amnistía, o el fin de la educación pública gratuita, o el modelo neoliberal en favor de los grandes grupos económicos nacionales y extranjeros, o el poder excesivo otorgado a los institutos armados  formados en añejas doctrinas anticomunistas que consideran al pueblo como su “enemigo interno”, o las restricciones a los derechos de los trabajadores y de los sindicatos.

Pinochet continuó siendo comandante en jefe del ejército y luego Senador Vitalicio. No olvidamos aquellas  fotografías de sus efusivos abrazos con presidentes de la república o con presidentes del Senado de la misma época. ¿Eso es transición?

Más que esfuerzos por los cambios democratizadores,  estos años han sido signados por esfuerzos de amarrar al país a lo esencial del tipo de Estado creado por las transnacionales y sus agentes nacionales. Sólo ahora se plantean horizontes distintos como una Nueva Constitución, la reforma tributaria, la reforma laboral, la reforma educacional, etc. No negamos sus contradicciones, dificultades o errores. Pero tampoco dudamos que la transición en este país recién comienza.

En España las cosas no han sido diferentes y recién en los últimos años surgen señales de nuevas formas de alianzas con nuevos contenidos. Pero en materia de verdad, justicia y reparación, España no logra acercarse a los niveles conquistados con tanto esfuerzo en algunos de los países latinoamericanos que sufrieron dictaduras, entre ellos el nuestro.

En ese contexto es que traemos a la memoria aquel sugestivo encuentro en El Escorial de hace 20 años, de un grupo de dirigentes de la Concertación chilena con altos oficiales  del ejército  y con asesores de Pinochet en un hotel del Escorial en Madrid.  Hablo del seminario “Las Fuerzas Armadas y la transición a la democracia: Los casos de España y Chile”. Sus principales organizadores fueron el embajador socialista chileno Alvaro Briones y el entonces agregado militar de la embajada chilena, Juan Emilio Cheyre. Estuvieron entre varios Ricardo Lagos, Jaime Ravinet, Jaime Gazmuri, y otros conocidos dirigentes, mientras que entre las autoridades de la dictadura de Pinochet estaban Sergio Rillón y Hernán Felipe Errázuriz.

Algún tiempo más tarde el embajador Briones publicaba un artículo en Chile en que llamaba a la “amnesia pública” respecto del tiempo de la dictadura. Su nota se llamaba “No vindicar el pasado”.

Nadie  regañó al embajador por ese explícito llamado a no perseguir la responsabilidad por crímenes de lesa humanidad. La posibilidad real de impunidad estaba clara.

Pero la vida les enseñó que en Chile había quienes no estaban disponibles ni para el olvido ni para el perdón. Desde luego estaba el heroico batallar de tantos años de las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos y de familiares de ejecutados políticos, de los ex presos políticos y el papel de entidades como la Vicaría de la Solidaridad, el Codepu, y personalidades heroicas como por ejemplo los sacerdotes  Andrés Jarlan, José Aldunate, Mariano Puga, Alfonso Baeza. O abogados tenaces y valientes como por ejemplo José Galeano, Andrés Aylwin, Eugenio Velasco, Fernando Castillo, Fernando Ostornol, Hugo Pavez, en esos años más duros de la dictadura.

Y así fue que apenas sólo dos años después de la reunión del Escorial en Chile se iniciaba mediante la querella junto a Gladys el proceso penal que sigue hoy en pleno desarrollo con cerca de mil 500 acciones judiciales que llevan numerosos jueces de dedicación exclusiva, hay una buena cantidad de prisioneros con altas condenas, incluído el presidio perpetuo. Hay además un número más alto de procesados. Entre ellos, uno de los organizadores del  seminario de Madrid, el general Juan Emilio Cheyre que llegó a desempeñarse nada menos que como comandante en jefe del ejército.

Los tribunales del Mapocho resultaron, pese a sus contradicciones, más decididos que los hispanos  a cumplir con el Derecho y con los Acuerdos y Convenios Internacionales sobre la materia.

El proceso constituyente que hoy se desarrolla en este país, con sus dificultades y problemas, resulta una ocasión imperdible para hablar y debatir acerca de estos temas.  De una parte sobre la defensa férrea del respeto a los derechos humanos fundamentales y de otra parte acerca del papel que una democracia real y efectiva debe asignar a sus instituciones armadas integrándolas al desarrollo social, humanizándolas, terminando con las odiosas discriminaciones de clase que se dan en su interior y que se proyectan al conjunto de la sociedad.

Algún día el pueblo español ha de volver, en las nuevas condiciones del mundo, a ese bello amanecer que fue la República Española y sus conquistas. También algún día el pueblo chileno recuperará el tiempo perdido, los viejos sueños serán realidad y el espíritu de Salvador Allende y de la Unidad Popular será recuperado.

 

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