Noviembre 17, 2024

Un gobierno liberal

Los pocos liberales que hay en Chile, y en el planeta, deben sentirse satisfechos: el segundo gobierno de Bachelet ha terminado siendo un auténtico gobierno liberal.

El liberalismo contemporáneo tiende a debilitar el Estado Nacional (fortaleciendo la globalización y su centro planetario) y entregando más poder y “libertad” a los individuos, es decir a los individuos que se autofinancian y son ajenos al rol económico colectivo y por ende a las luchas sociales, por definición también colectivas, esto es la pequeña burguesía, los empresarios y los llamados emprendedores. Para no considerar a algunos artistas, algunos artesanos y algunos profesionales “liberales”.

 

 

Los consumidores (casi todos) no son liberales, no pueden serlo, tampoco lo son los estudiantes, muchas gamas de profesionales, los trabajadores y las trabajadoras, los y las pobladores, casi todos las y los campesinos, los indígenas, los jubilados, las montepiadas, los militares, la inmensa mayoría del país no es liberal, ni lo será.

Todas las reformas que ha impulsado el segundo gobierno de Bachelet, voceando la idea matriz de la igualdad, han terminado siendo reformas liberales que se han sumado al sistema conservador, neoliberal, de capitalismo salvaje que vivimos.

Sólo una de ellas fue directamente a favor de los trabajadores (la de la titularidad sindical) pero el conservador (por definición) Tribunal Constitucional, echándose en el bolsillo la poca  representativ idad del Congreso, puso las cosas a favor de los siempre superpoderosos. Y la reforma laboral se licuó.

En estos años postpiñera transitamos desde el conservadurismo al neoliberalismo pleno. Un avance, pero no el que el movimiento social esperaba y que el pueblo mandató a las actuales autoridades.

Se ofreció una reforma tributaria para que pagaran los poderosos y se terminó aprobando, después de “una cocina”, por unanimidad con la derecha y el empresariado, una que no tocó a los más ricos ni a las empresas extranjeras. Tampoco, seriamente, a la burguesía, a la pequeña burguesía y emprendedores. Y resultó que es una reforma que no alcanza, ni de lejos, para financiar la reforma universitaria. No fue un error. No habrá otra.

Se ofreció una radical reforma educacional, que estableciera un sistema educacional gratuito y de calidad y por cierto integrado, no selectivo ni menos segregado. Ahora se deja un sistema “mixto”: con un área privada, donde se mantiene el lucro con platas del Estado, y un área pública, minoritaria y estructuralmente pobre. La educación sigue siendo un “bien de consumo” y no se ha dado ni un paso hacia el concepto de “gratuidad de la educación, como un derecho de todos”. No habrá gratuidad universal sino selectiva, gratuidad que dependerá además de los mayores ingresos del cobre y otros ingresos, dicen desde el gobierno. El servicio educacional será gratuito para algunos, a precio no muy alto para otros, a precio alto para terceros y a precio muy alto para los más “pudientes”. Un bien de consumo subvencionado. No un derecho.

¿No habrá que pensar que el problema es más profundo? ¿Por qué la educación es gratuita en Cuba pero no lo es en los EEUU? ¿No se reflejará en el bien de la educación el conjunto del sistema capitalista que vivimos?

Se amplió la ciudadanía, incorporando a los chilenos que viven en el extranjero, pero con “voto voluntario”, la expresión cúlmine de la ciudadanía liberal (voto pero no obligado, donde quiero y cuando quiero) y una abstención actual de más del 60 por ciento.

Se amplió el espectro de “la clase política” (a 30 partidos) lo que es, evidentemente, un triunfo “liberal”, también para “Igualdad”, Andha Chile, el nuevo Mir y el nuevo FPMR, y los otros 26.

Se avanzó en lo del matrimonio igualitario (Unión Civil), beneficiando la opción sexual individual o de pareja. Medida liberal.

Se avanzó en casos de aborto, entregando a cada mujer o cada familia el derecho a optar si cabe el aborto en las tres causales anunciadas. Cada mujer es “dueña de su cuerpo”. No hay políticas demográficas (como las hubo en los gobiernos de Frei Montalva y Allende) y como las ha habido en Europa y estrictamente en algunos de América Latina y China. Camino, sin duda, liberal.

Al individualismo económico y social de los 70 y 80 impuestos por la dictadura de derecha, se sumó el individualismo ideológico, educacional, e incluso sindical.

Se debilitó la utopía colectiva de lo ciudadano, de lo socialista, de la igualdad, de lo comunitario, tantas veces proclamada.

Se fortaleció  la diversidad (voceada incluso por la extrema izquierda), que tanto dista de la igualdad de los padres de la revolución burguesa y de la antiburguesa, de todos los socialismos utópicos.

La debilidad de “lo ciudadano”, de “lo público” y del Estado, así como “el vacío de poder” convienen al liberalismo, al individualismo y a los dueños del país y de la globalización, que cuando lo necesitan actúan unidos, hasta para lanzar bombas y reprimir al mundo.

Podría decirse que el nuevo “control de identidad”, recién lanzado, se opone al liberalismo. Esa observación sería ingenua: el liberalismo no apunta a la libertad de la gente, menos de “la gallá”, parapeta sólo a los que antes de su implementación ya tenían poder. 

 

 

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