De acuerdo con Antonio Gramsci los intelectuales son el elemento articulador entre la infraestructura y la superestructura. Una clase dominada puede, antes de la toma del poder, afirmar su hegemonía lanzándose a la conquista de la sociedad civil en el terreno de la superestructura, para atomizar el bloque intelectual y destruirlo aun antes de que la lucha haya entrado en su fase política propiamente tal.
“Por intelectual debemos entender no solamente esas capas sociales a las que llamamos tradicionalmente intelectuales, sino en general, toda la masa social que ejerce funciones de organización en el sentido más amplio: ya sea en el dominio de la producción, de la cultura o de la administración pública”. (Quaderni del carcere 1).
La determinación del lugar que ocupan los intelectuales no es resultado, entonces, solamente de la superestructura o de la ideología; surge de aquello que es específico al modo de producción, a las fuerzas productivas modernas: el aparato de producción.
“Todos los hombres son intelectuales pero no todos ejercen en la sociedad la función de intelectual”. (Los intelectuales y la organización de la cultura).
Claro está, que la conquista de la sociedad civil no es tarea fácil ni se logra de un día para otro. Debemos reconocer que una variada gama de intelectuales (tradicionales) han intentado la formación de movimientos de vanguardia para tratar de crear conciencia en la necesidad de encontrar un camino que conduzca hacia un cambio radical, es decir estructural, del modelo neoliberal que permea toda actividad y se infiltra por todos los intersticios de la sociedad de nuestro país.
Sin embargo, estos movimientos han tenido, en la mayoría de las veces (si no en todas), una gestación cupular, su organización ha sido cupular y se han mantenido en un quehacer cupular, lo que los ha llevado a una muerte muy cercana a su nacimiento, es decir, vida y muerte, sin siquiera pasar por la pasión que merece toda obra política (zoon politikon: el animal político). A no dudar, esta situación se debe a que no se ha hecho trabajo en la base social, ni mucho menos, en la clase trabajadora. Pero también, y hay un elemento que no se puede obviar, a poco andar de la creación de un movimiento, surgen las rencillas internas, los protagonismos, las discusiones por el diseño de las estrategias, etcétera. El más reciente cisma de un movimiento que muchos veíamos con buenos ojos y pensábamos que podía constituirse, sin prisa, pero con paso firme, en una verdadera vanguardia ideológica y política, me refiero a Izquierda Autónoma, no es más que el ejemplo de la levedad de la vida de estas organizaciones.
De lo dicho hasta aquí, se desprende la importancia de la unidad de todos los estamentos que conforman las clases postergadas y que luchan por un cambio de paradigma. Los estudiantes están haciendo su tarea, pero no los podemos dejar solos, pues su lucha tiene los límites propios de su quehacer estudiantil y lo máximo que pueden lograr (siendo optimistas) es que sean aprobadas algunas de sus demandas (también la renuncia del Ministro de Educación), pero no están llamados a cambiar de régimen político, económico y social. La lucha por lograr la hegemonía es labor, especialmente, de los trabajadores de la producción, de la cultura, de la administración pública, es decir, de los intelectuales en el sentido amplio de Gramsci.
En este sentido, desde hace un tiempo, se han empezado a ver muestras de organizaciones alternativas en el campo del trabajo sindical; un ejemplo claro de una agrupación sindical de clase es el CIUS, Comité de Iniciativa por la Unidad Sindical. Uno de sus integrantes, Manuel Ahumada Lillo, secretario general de la Confederación General de Trabajadores de Chile, a través de Pulso Sindical, llama constantemente a la unidad de la clase trabajadora, a la organización, a la educación y a la lucha clasista por sus reivindicaciones.
Por otra parte, el ex dirigente de los trabajadores del cobre y ex militante comunista, Cristián Cuevas, en un artículo publicado en “Le Monde Diplomatique” del mes de junio reciente, llama a crear una organización de fuerza popular: “…necesitamos contribuir a la construcción de un nuevo proyecto nacional, y por lo tanto a levantar alternativas dialogantes dentro de las izquierdas, que tengan como principal prioridad la basificación social, la organización de fuerza popular, y en ello su proyección y articulación nacional en torno a un programa e ideario capaz de proyectarse políticamente en todas las instancias de disputa de poder”.
He recurrido a dos dirigentes sindicales sólo como ejemplo y ante la imposibilidad de nombrar a todos los luchadores sociales que en diversos ámbitos del quehacer social, político, económico, cultural, no se conforman con luchar sólo por reivindicaciones que atañen a sus intereses de sus propios trabajos, sino que, además, atañen a sus comunidades, a su región y, por qué no, a todo el país, infectado por el neoliberalismo decadente.
Es que se ha perdido el miedo a expresar lo que realmente queremos. No queremos más gobiernos “progresistas”, que lo único que han hecho es dar paso a gobiernos más neoliberales de lo que fueron estos gobiernos, mismos que se han autoproclamado como socialdemócratas y de centro-izquierda que tienen muy poco de social y casi nada de demócratas. En una palabra: los gobiernos progresistas o socialdemócratas no son de izquierda.
Ahora bien, junto con lograr la anhelada unidad, es imprescindible tener claro el objetivo a alcanzar y las tareas concretas en aras de cumplir este objetivo. Porque sin la identificación de la destinación general del camino, junto con la dirección estratégica y la necesaria brújula adoptada para alcanzarla, no puede haber esperanza de éxito.
El desastroso fracaso de la socialdemocracia en todo el mundo, en la defensa reaccionaria de los aspectos más indefendibles del orden dominante, nos brinda un poderoso recordatorio y advertencia: Europa y América Latina son un muy buen ejemplo.
István Mészáros (El desafío y la carga del tiempo histórico), nos alerta al respecto: “Sin duda la negación radical del destructivo sistema de control metabólico social constituye apenas un solo lado de lo que se tiene que hacer. Porque la negación incuestionablemente necesaria del sistema del capital sólo puede tener éxito si se le complementa con el lado positivo de la empresa en su totalidad. Es decir, la progresiva creación de un orden sociorreproductivo alternativo, desde un comienzo humanamente aprobable y viable, y también verdaderamente sustentable incluso desde la perspectiva histórica más prolongada”. (*)
Decía en un párrafo anterior, que se ha perdido el miedo a expresar lo que queremos, y en este sentido, concordando con Mészáros: “Dada la grave crisis estructural del sistema del capital, la cruda alternativa es hoy socialismo o barbarie, si no la completa aniquilación de la humanidad. Este hecho histórico avasallante demanda la prosecución de un conjunto de estrategias coherentes que no puedan ser revertidas a la primera oportunidad, a diferencia de los pasados fracasos debidos a la aceptación del ‘camino más fácil’ y la resultante defensividad del movimiento socialista”. (**)
(*) István Mészáros, El desafío y la carga del tiempo histórico, (El socialismo del siglo XXI), LOM, 2010, 1ª ed., p. 320.
(**) Ibid., p 323.