Europa está metida en una recuperación económica que se ha extendido largamente, ha sido lenta y, además, frágil. El gobierno con sede en Bruselas es muy cuestionado en cuanto a su liderazgo político y su excesivo peso burocrático; también por el alejamiento con los ciudadanos.
El Banco Central Europeo no alcanza a afianzar el crecimiento del producto, el aumento del empleo y los salarios. Tampoco consigue regenerar el crédito y la solvencia del sistema bancario comercial. La desigualdad social ha crecido notablemente en los últimos ocho años; en algunos países es mucho más ostensible que en otros, Alemania parece haber resistido mejor, Grecia está en el otro extremo.
Todo esto ocurre en medio de una gran crisis migratoria que no sólo ha impactado en términos de los recursos financieros y materiales que exige, sino que ha ido calando hondo en las sociedades europeas, y provoca una visible reacción de corte nacionalista y xenófoba. La situación pone de manifiesto la idea de que hay demasiada gente de fuera, mucha de ella con una cultura y religión distintas que perturban. Los británicos lo han dicho ahora en las urnas.
No es este un asunto exento de serias complicaciones y no debería trivializarse, aunque en principio se esté en desacuerdo con tales actitudes. Las posturas más liberales al respecto, especialmente en Europa, pero también en el resto de Occidente, tienen enfrente un arduo proceso de pensamiento, de elaboración política y de expresión a escala social.
La política en el continente está en un periodo de recomposición con fuertes tendencias a la derecha y no precisamente una de carácter tolerante. Los partidos de la derecha han cosechado ganancias políticas del descontento, y se radicalizan cada vez más.
El ambiente, entre la carga económica sobre la sociedad y la migración, a la que se suma la violencia, es ahora más propicio para que el extremismo prospere. El Frente Nacional de Le Pen, en Francia, se fortalece, y con ello la posibilidad para acceder al gobierno. Mientras tanto, el presidente Hollande y su ministro Valls, socialistas, enfrentan las protestas de los trabajadores y las huelgas. Hungría y Polonia son casos sonados de giros al autoritarismo y la separación, pero los hay más en la zona de la Unión Europea (UE) y hasta en los países nórdicos.
La otrora potente socialdemocracia en la región está de capa caída. La Tercera Vía de Tony Blair fue un fiasco. La izquierda política no tiene plan ni destino. La idea misma de Europa, como se ha ido fraguando durante décadas en torno a la Comunidad y la Unión, aunada a la creación del euro, está cuestionada.
El eje político que en algún momento representaron las capitales Berlín, Londres y París estaba ya debilitado y ha recibido un mazazo con el voto por la salida de Gran Bretaña de la UE. Este es un golpe frontal a los acuerdos políticos de la zona y pone en entredicho el liderazgo de los actuales gobernantes. Nadie puede minimizar este hecho, el voluntarismo no prosperará, el gobierno regional no tiene una estrategia. La evidencia es, en cambio, la del regocijo general de las fuerzas más a la derecha, apenas saberse el resultado de la elección del día 23.
La primera víctima es Cameron, que renunciará en unos cuantos meses. La campaña para asegurar un voto por la permanencia fue tibia en el mejor de los casos e ineficaz a las claras. La que hicieron Johnson y Farage para alentar la salida estuvo marcada por acentos demagógicos y populistas, no demasiado alejados de los que ha ofrecido Trump en Estados Unidos. Este es el reinante espíritu de esta época.
Esto podría indicar una tendencia que amenaza a Francia; un impulso para los separatistas escoceses con renovados argumentos; la extensión de los nacionalismos y el aislacionismo, de lo que hay indicios en Holanda. Se pueden reforzar los movimientos antiextranjeros y en contra de las minorías; es una historia conocida y que tiene todos los visos de repetirse. Tenderá a fortalecer a Putin en Rusia. Pondrá al nuevo gobierno estadunidense que inicia a fin de año en una situación inesperada y muy complicada en cuanto a su política exterior con respecto al escenario en el que comenzaron las elecciones primarias.
Todo esto parece un coctel bastante tempestuoso. No es difícil dudar de la capacidad política para encauzar estos procesos por una vía conciliatoria, que tome un rumbo pacífico. Hanns Magnus Ensenzberger, siempre un lúcido observador de los hechos sociales, ha escrito recientemente: Puede que pase mucho tiempo antes de que los seres humanos estén preparados para aceptar la paz
. Basta echar un vistazo alrededor del planeta.
Hay quienes sostienen que el Brexit expone el claro rechazo a las políticas neoliberales en boga y su peso en el curso de la crisis desde 2008. La economía siempre cuenta. Lo que habría que discernir es si este es el motivo predominante en este caso. El desgaste social es, sin duda, muy grande. La geografía del voto británico indica que son las zonas con población blanca de trabajadores las que votaron por salir. Pero me temo que el asunto de la política económica no es el detonante principal. Después de todo, desde la señora Thatcher hasta ahora no ha prevalecido más que el neoliberalismo y la desindustrializacion con cara de conservadores y de laboristas. Los ingleses en especial no han sido entusiastas de Europa.
El creciente ritmo de llegada de extranjeros, sean otros europeos, sean africanos, indios y pakistaníes, y ahora los sirios con las variadas expresiones que acarrea, algunas de ellas llevadas hasta el extremo, es uno de los factores clave que han empujado al inicio del desmembramiento de la Unión Europea