La emergencia de Podemos hace apenas dos años ha supuesto un cambio en el mapa político, al menos en el espacio que ocupa electoralmente, el centro, la socialdemocracia y la izquierda poscomunista. Lentamente ha ido aglutinando a las fuerzas a la izquierda del PSOE, desde el movimiento anticapitalista, los comunistas, los verdes- ecologistas y los movimientos sociales de amplio espectro. Su política de alianzas ha consistido en romper la hegemonía del PSOE y proponerse como alternativa al Partido Popular.
En esta dirección ha buscado crear confluencias con fuerzas nacionalistas y plataformas de izquierdas para sortear la ley electoral, que beneficia a los partidos mayoritarios. Su objetivo, con 90 por ciento de votos escrutados, se ve frustrado. La suma de escaños no permitirá un acuerdo de gobierno con el PSOE, que baja en diputados pero mantiene la segunda plaza. Los votos del PP y Ciudadanos confirman una mayoría simple superior a Unidos-Podemos y las confluencias. La puerta abierta a un nuevo mandato de Mariano Rajoy parece ser el escenario más probable a corto plazo, salvo que un hipotético desencuentro final haga que unas terceras elecciones se atisben en el escenario, algo que nadie quiere.
Tras la legislatura fallida, la convocatoria de nuevas elecciones abría esperanzas de un sorpasso de Unidos-Podemos al PSOE, circunstancia considerada como un vuelco del electorado hacia Podemos. Bajo un discurso instrumental: el ahora o nunca, Unidos-Podemos no ha logrado convencer, siendo el mayor damnificado, Izquierda Unida, y Alberto Garzón. La alianza instrumental se tambalea, si no está herida de muerte. La lógica del sorpasso, apelando al voto útil y emociones básicas: la sonrisa, el amor, la ilusión de un cambio fue insuficiente. ¿Estamos ante el techo de Unidos-Podemos?
Por otra parte, el PSOE ha capeado el temporal Podemos y las diferentes familias que le dan vida deberán asumir el liderazgo de Pedro Sánchez. Aunque no pueda ser investido presidente de gobierno, seguirá como líder de la oposición. Frustración en la militancia del PSOE y sus votantes, aunque no para sus dirigentes, los barones, entre ellos Felipe González, que apuestan por un apoyo al Partido Popular, sobre todo tras el resultado del referendo en Gran Bretaña y el Brexit. La estrategia de Podemos, de adueñarse del discurso del PSOE, reivindicando a Rodríguez Zapatero como el mejor presidente de gobierno que ha tenido España desde la transición democrática
y definiéndose como la nueva socialdemocracia, tampoco dio resultado.
Podemos debe meditar ahora si realmente es una opción de cambio a medio y largo plazos. Sus dirigentes ya han señalado que los resultados los consideran malos
, aunque no hablan de derrota política. Han sido hábiles en el manejo de los medios de comunicación y su mensaje les vale el lugar que han ganado en estos dos años; sin embargo, su crecimiento se ha detenido. Si su objetivo era debilitar al PSOE hasta convertirlo en fuerza residual, no lo han logrado.
Por otro lado, el Partido Popular, a pesar de sus escándalos de corrupción, ve cómo sus resultados mejoran, de 123 a 137 escaños. Es una recuperación estratégica. Sus opciones de formar gobierno se acrecientan y, seguramente, Ciudadanos, que pierde ocho diputados y se queda con 32, romperá el veto a Rajoy como candidato, acercándose a los populares. La lógica de la lista más votada, aunque nada democrática, puede ser un argumento válido en esta ocasión para salir del impasse y sellar acuerdos puntuales de gobernabilidad.
En definitiva el mapa político se ha movido poco, aunque la gran diferencia entre estas elecciones y las fallidas del 20 de diciembre de 2015 fue la posibilidad de formar un gobierno; PSOE con Ciudadanos y la abstención de Podemos fiscalizando desde fuera y frenar la voracidad de la derecha. Hoy, el escenario es diferente. Se vislumbra un gobierno de conservadores, con más recortes. La vieja política rejuvenece y la nueva no es tan nueva. Sólo una pregunta sobre el futuro inmediato: ¿a quién se pide responsabilidades por facilitar un gobierno reaccionario? A los votantes no, desde luego. Y ahora, ¿quién dimite?