El desarrollo de marchas, bloqueo de rutas, tomas de caminos y protestas sociales en las regiones sureñas, ¿marca el inicio de nueva etapa del comportamiento político chileno, o fue sólo un ‘incidente’?
Es posible que algunos legisladores y varios empresarios pretendan que la Historia, al registrar lo acaecido en los mares del sur del país, lo caratule como un ‘incidente’, una cuestión pasajera y aislada sin mayor repercusión futura. No faltarán historiadores dispuestos a jugar esa baza a cambio de algunos billetes extras; también habrá otros que sin cobrar un peso decidan adornar los hechos de acuerdo a la conveniencia de su propia ideología.
Pero, lo que ni unos ni otros lograrán es ocultar esa especie de ‘despertar’ ciudadano acaecido en las regiones del norte y sur del país, asunto que hasta hace poco parecía propio únicamente de penquistas, porteños y capitalinos.
Ya nada será igual a lo que era hasta ayer, eso es un hecho de la causa, y las castas políticas pese a ser conscientes de ello aún apuestan a la mala memoria de los chilenos, o a nuestra comodidad pusilánime que impone sus términos luego de una protesta masiva y prolongada. Las cofradías partidistas saben que la indignación popular, sin conducción unitaria, liderazgo, ideología ni programa, tiende a difuminarse con cierta rapidez. Por ello, entonces, carentes de moral y de autocrítica, muchos parlamentarios y dirigentes de esas tiendas han retomado su conducta habitual, regresando con desparpajo a las mismas prácticas que provocaron en su momento el disgusto del electorado.
Lea usted las recientes declaraciones de pelmazos políticos como Pablo Longueira, Andrés Zaldívar, Hernán Larraín, Osvaldo Andrade, y otros más, pertenecientes al mismo gallinero llamado “duopolio”, para constatar que lo mencionado en las líneas anteriores corresponde al verdadero pensamiento de quienes, asociadamente, se han echado Chile y su gente al bolsillo.
La apuesta principal de ese mundillo político, al menos durante los próximos meses, será convencer a los chilenos respecto de elegir el ‘mal menor’, tanto en lo electoral como en aquellas cuestiones que la sociedad civil considera relevantes. ¿Las AFP’s están siendo severamente cuestionadas? A crear pues una AFP estatal. ¿La gente pide Asamblea Constituyente? Hagamos entonces un ‘proceso constituyente’ –manejado por los detractores de los cambios- a sabiendas que la participación ciudadana será mínima. ¿Qué los ‘encapuchados’ y la delincuencia en general preocupan a los chilenos? Bien, nada mejor que una “agenda corta” para acallar voces (aunque todos saben que, por ejemplo, el ‘control preventivo de identidad’ no evita ni evitará la acción de los ‘encapuchados’, pero con él se intimida a la población). ¿Se da cuenta? Camino fácil… es el camino del mal menor, que no soluciona el problema de fondo ni ataca sus raíces.
Y si de mal menor hablamos, no olvidemos que en lo referente a la sucesión presidencial la cosa sigue el mismo sendero que hemos descrito. ¿Lagos o Piñera? El mal menor. Ambos lo son. Parece increíble que en Chile no existan personas con capacidad de gestión y administración, vocación de servicio y ‘cojones’ suficientes para poner de pie lo que está de cabeza en varias materias, como son los derechos de las minorías, la legislación laboral, la renacionalización de nuestros recursos principales (cobre, litio, etc.), una reforma educacional en serio y profunda, mejoramiento real de las pensiones, una regionalización necesaria (pero ‘de verdad’), junto a una larga fila de otras materias cuyo número es demasiado alto para incluirlo en las cortas líneas de esta nota.
¿Sólo los mismos, los ‘desconocidos de siempre’, pueden llegar a La Moneda a dirigir el país? ¿Entre los centenares de profesionales y técnicos, no hay nadie más que esté capacitado? ¿Las tiendas partidistas tampoco cuentan con otros nombres, limpios, honestos, calificados? En esas tiendas, y desde hace tiempo, se encuentra el balón. Ellas deben jugarlo. ¿Lo harán como de costumbre? He ahí la duda.
Es cierto que todo sistema democrático requiere de partidos políticos; sin ellos, la democracia se convierte, más temprano que tarde, en un cacicazgo peligroso. Así entonces, la raíz de los problemas que hoy aquejan a Chile se halla en las tiendas partidistas que lo dirigen, en su entreguismo al gran capital, en su indomable amor por el dinero sucio y por la corrupción. Ahí está el quid del asunto.
Las actuales tiendas que conforman los dos bloques principales no dan el ancho, no tienen ni tendrán voluntad de respuesta para satisfacer las impetraciones de la nación. Son partidos atrapados y absorbidos por el electoralismo y el clientelismo (que permite continuar succionando la teta fiscal), con lo cual dejaron de lado –para siempre- la misión de gobierno y la estatura de Estado que de ellos se requiere. Hoy, esas tiendas –dirigidas por politicastros interesados sólo en su bienestar personal- son franca servidumbre del gran capital, del mega empresariado. Carecen de movimiento propio.
¿Cuál es entonces una solución factible, siempre dentro del sistema democrático? A ojo de buen cubero, pareciera que la respuesta pasaría por incorporarse masivamente a los actuales partidos que conforman el duopolio, coparlos numéricamente e iniciar –desde dentro- los cambios requeridos. Otra solución podría ser estructurar nuevas fuerzas políticas, impidiendo el ingreso de viejos estandartes del clientelismo, la corruptela y la traición.
Bueno, en eso están algunos chilenos hoy (de derecha, de centroderecha, de centroizquierda)… aunque temo que en varios de los nuevos referentes algunos ‘próceres’ del duopolio puedan encontrarse trabajando silenciosamente en calidad de asesores, pues para ellos la política se ha transformado en vicio, y como ocurre a todo vicioso, la vergüenza les es una cuestión desconocida, no existe.
En fin, de aquí a la fecha de los comicios municipales iremos descifrando el puzzle que ha quedado en la palestra luego del “incidente” sureño provocado por la marea roja y las empresas salmoneras. En octubre sabremos a ciencia cierta si lo acaecido en esas regiones fue más que un simple estallido, es decir, si fue el inicio de una nueva etapa del comportamiento y acción política del pueblo chileno, o se trató sólo de aquello que aseguran los señorones del oficialismo duopólico: un incidente político más.