Noviembre 17, 2024

Un nuevo Bretton Woods

Los vaticinios sobreuna profundización grave de la crisis del capitalismo mundial menudean. Hablan de ello expertos de varios países desarrollados, lo hace también la OCDE o el FMI. Por supuesto, en el caso de las instituciones internacionales no se pronuncian esas brutales palabras (profundización grave del capitalismo mundial), sino sólo bajan las expectativas del crecimiento.

 

 

El principal culpable del presente es, por supuesto, China, porque está actualmente creciendo a una velocidad que nunca alcanzaron las grandes potencias (por arriba de 6 por ciento), debiendo hacerlo a la que nos tenían habituados hasta hace pocos años, en torno a 10 por ciento. Sus importaciones han caído, cuando eran el principal motor del crecimiento de la economía internacional, aunque exportaba más aún de lo que importaba y estaba acumulando unas reservas estratosféricas que tenían muy preocupadas al resto de las grandes potencias, especialmente a Estados Unidos, que no se cansaba de acusarla de manipular su tipo de cambio, sin ver la increíble pulcritud con que ha vapuleado al mundo con su sistema financiero y monetario.

Cada día uno puede hallarse con nuevas noticias sobre inventos en materia de instrumentos financieros, y mil recomendaciones diferentes, dependiendo de hacia dónde apunten los obuses financieros de Wall Street, el Fondo, o Washington mismo. Lo inesperado sucede cada día.

Todos saben que no existe un sistema financiero internacional, que le sirva al capitalismo mismo, como no existía antes de la Segunda Guerra Mundial. Al final de esa guerra, había que crear instituciones para el gobierno de la economía internacional y, en 1945, ahí estaba Estados Unidos como potencia incontestable (producía más de 50 por ciento del PIB industrial del mundo), y no le fue difícil convocar a la reunión que tuvo lugar en Bretton Woods e imponer un sistema para gobernar/dominar la economía internacional. Se inventaron el FMI, el Banco Mundial y el sistema monetario bautizado como oro-dólar. En 1945 por fin el mundo tenía un sistema monetario internacional, del que había carecido por varias décadas.

Ese sistema convirtió al dólar en la divisa internacional por excelencia, pero estaba, sin remedio, y rapidito, destinado al fracaso. A partir del fin de la guerra la economía mundial tuvo una impresionante ola de crecimiento, responsable de que el sistema oro-dólar tuviera una vida tan extremadamente breve. Un crecimiento así, significaba un crecimiento aceleradísimo de los intercambios. Entre mayor es el número de intercambios mayor es la necesidad de dinero en circulación. Claro, Estados Unidos se encargaría de proveerlo. Pero no existía otra forma para proveer de dólares al mundo, que no fuera la generación permanente y creciente de un déficit comercial por parte de Estados Unidos con el resto del mundo. Entre mayores los requerimientos de dinero fiduciario, más rápido trabajaban las máquinas de Estados Unidos fabricando el billete verde.

Irremediablemente, la relación oro-dólar de 35 dólares la onza, que se fijó en 1945 en Bretton Woods, se volvió insostenible. El mundo requería cantidades inmensas de la divisa para hacer sus intercambios, y Estados Unidos los proveía mediante las importaciones que realizaba. Inundado el mundo de dólares hacia fines de los años 60, Estados Unidos ya no poseía el oro necesario para devolver a cada tenedor de un dólar, 35 onzas de oro. Así que Nixon, el 15 de agosto de 1971, dijo al mundo no cambiaré un dólar más, por oro, y háganle como quieran.

El sistema oro-dólar murió y se le sustituyó por un conjunto de mecanismos brutalmente autoritarios. Todo se desreguló –se eliminaron las reglas que regían el patrón-oro–, y se le cambió por unas reglas que varían según las potencias y los bancos leen lo que ocurre a la economía mundial, especialmente a los países llamados desarrollados. Se dejó que los bancos fueran al mismo tiempo banca de inversión y banca comercial, que se inventaran todos los instrumentos de fraude y saqueo que salieran de esas mentes obtusas y perversas que tienen los banqueros, que crearan todo el dinero que quisieran por la vía del crédito; y en efecto, especialmente los grandes bancos han creado una inefable cantidad de dinero que la economía no puede ni podrá absorber productivamente. Los gringos se inventaron también unas instituciones cuyos patrones son los bancos, y que se llaman calificadoras, cada una de las cuales tiene sus propios criterios para calificar a los países, y esa calificación es la que obliga a que todo mundo se alinee a las políticas que dicen bancos y FMI que deben ajustarse, y que derivó del Consenso de Washington.

Washington es, para John Williamson, que armó en un papel el consenso, el conjunto de instituciones que residen en esa ciudad: FMI, Banco Mundial, la Reserva Federal, los think tanks de esas instituciones y del gobierno de Washington. Williamson recogió 10 tesis provenientes de ese conjunto en el cual él decía haber hallado un consenso. Ese consenso pasó a llamarse después en todo el mundo neoliberalismo. Y hoy, ese caos sin precedentes que es la economía mundial, es en realidad el hijo bastardo de los pésimos acuerdos de Bretton Woods.

Hoy por hoy, los mismos que dieron nacimiento al Consenso de Washington, y cientos o miles de sus simpatizantes en el mundo proponen como necesario un nuevo Bretton Woods. Son impensables las barbaridades de acuerdos que saldrían de un nuevo Bretton Woods. Pero sin duda estarían pensadas para preservar los intereses del uno por ciento.

 

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