Falta un par de muertos. En la intriga que tienen a varios generales metidos hasta la tusa en robos descarados de dinero que es de todos los chilenos y que el tirano hizo que fueran reservados, es decir, secretos, falta aún mucho por descubrir. Falta que alguien de los testigos o de los directamente involucrados muera en extrañas circunstancias.
Porque no solo la tiranía le heredó ese afán por robar. Además les dejó una cultura perfeccionada en diecisiete años de utilizar con un odio sanguinario las armas que la nación les entrega para la defensa de la nación, para asesinar de la manera más cobarde a gente desarmada, rendida, amarrada, destrozada en la tortura.
El valer militar del que tanto hablan y con el que se llenan la boca, parece que no es tal. Da la impresión que esa cultura de la honestidad y decoro, fue reemplazada por la aspiración a ser cada día más rico aunque sea por la vía de robar.
Desde el momento en que el tirano se retira nadando en millones y su viuda aparece como dueña incluso de plazas públicas, es que algo huele muy mal en el Ejército vencedor y jamás vencido.
Da la impresión que los generales se acostumbraron a vivir del modo en que les prodigó la dictadura: a salvo de las desventuras de los ciudadanos comunes y silvestres, viviendo apartados de la realidad.
Ya no resulta extraño que los uniformados no se hayan cambiado de sistema de pensiones. Ni que jubilen tempranamente con pensiones que superan las de cualquier estúpido civil.
Como ya resulta parte del paisaje conocer, aunque sean retazos, de los negociados en los que corren coimas por la compra de material de guerra, manejos fraudulentos de los fondos de la previsión militar, compras tramposas de repuestos y otras vituallas, falsificación de facturas, entre otras linduras.
La familia militar no puede estar ajena a la cultura de la sinvergüenzura que impulsó desde el poder total durante diecisiete años de gestión que no admitió la fiscalización de ningún tipo, y en donde usufructuaron desde el Estado sin que nadie, salvo sus compinches civiles, tuviera acceso a esas mecánicas corruptas.
Los militares han profundizado la distancia que los separa del resto de la población. Las escuelas matrices son reductos en los que el clasismo es el principio con el que se eligen los cuadros de la oficialidad. No hay acceso para pobres, indios o marginales.
Sus barrios, son cotos infranqueables para quienes no sean de la hermandad. Es mal visto para un oficial vivir en barrios de gente común, manejar un auto de bajo costo, no tener perros de raza, ni un par de nanas que los paseen.
Los llamados a defender la integridad del territorio y a su gente, se convirtieron enemigos de esa gente, sobre todo de los pobres y marginados.
Como vemos, el mosquito que transfiere la corrupción no ha reconocido ni vestimentas ni posiciones sociales. La peste fétida del robo a gran escala y realizado por sujetos de cuello, corbata y charreteras ha invadido no solo los pasillos de las instituciones políticas y empresariales, sino que se ha desarrollado también en el ámbito severo, pulcro y jamás vencido de las instituciones armadas.
Las señales de la división profunda que cicatriza en el país han quedado demostradas gráficamente en los sucesos de los últimos días.
Los estudiantes airados por las promesas incumplidas de la autoridad marchan en una esquina y en la otra, se huele el republicano rito de las exequias de Patricio Aylwin, un golpista que muere como un hombre de Estado.
El primero de Mayo encuentra a los trabajadores marchando en calles distantes y direcciones antagónicas. En una la CUT y el gobierno y en otra todo el resto. En una la represión sin misericordia, en otra, la disciplina del funcionario bien pagado.
Y en los tribunales desfilan esta vez sin paso de ganso ni con los compases de Radetzky, los generales que han hecho gárgaras con el valer militar y la idea de gentes adustas y honestas.
Así se profundiza la esquizofrenia que sufre este largo y angosto país destazado por sujetos que deberían estar en la cárcel desde hace mucho.
Pero como aún falta mucho por investigar y descubrir, estamos a tiempo de que las cosas tomen otro color por la vía de descubrir un par de cadáveres, los que, como se sabe, no hablan.