Noviembre 19, 2024

Un funeral y una marcha

La historia está llena de imprevistos que apelan a repasar sus versiones ante la vorágine de imágenes y declaraciones para las cámaras que oscurecen los acontecimientos del pasado y del presente. El ex presidente demócrata cristiano Patricio Aylwin, transformado en ícono de la transición pactada entre la dictadura cívico militar y el establishment político de la Concertación, después de haberse destacado por gestos y discursos de clara connotación golpista durante 1973 y coronar su vida de político como primer presidente elegido por los votos después de Salvador Allende, murió un día antes de la manifestación estudiantil convocada para el jueves 21 de abril.

 

 

Dos maneras de vivir el presente

Medios y políticos de la coalición gobernante llamaron a los estudiantes universitarios a postergar su marcha por ser el segundo día de duelo nacional decretado para homenajear al difunto hombre de Estado rebautizado como un demócrata ejemplar. Los estudiantes respondieron directamente a los admiradores del patriarca concertacionista : “Hoy día los hijos de la gran frase que se cimentó durante la transición, que es ‘en la medida de lo posible’ (1), tenemos claro que lo único posible es lo necesario.” Y “Nuestro futuro sigue en deuda; de nosotros depende cambiar la educación”.Hermosos llamados a pasar a la acción y a no vivir prisioneros de mitos conservadores.

 

Como bien sabemos, algunos medios se obsesionan con la “encarnación”, las “figuras representativas”, los “líderes” y todo ese repertorio de filosofía individualista y heroica de la historia. Y cuando no encuentran eso que buscan a toda costa, lo inventan. Hacen una construcción social de la realidad y sucumben a una liturgia política donde el discurso oficial que legitima la versión de los grupos dominantes es la que se impone.

 

Fue así como, desconfiando de los llamados de la vieja política oficial, los estudiantes hicieron oídos sordos a los cantos de sirena del inmovilismo y retomaron el camino de las grandes movilizaciones para reivindicar sus derechos e imponer su agenda a un Gobierno que no rompe sino que ajusta el modelo mercadista en la educación superior. Mientras tanto, los actores preponderantes de la transición pactada y de la consolidación de las instituciones creadas por la dictadura se embarcaban en la parafernalia post mortem para continuar con el mito de que lo que existe es fruto del “pragmatismo inteligente” y que dada las circunstancias, en aquel momento, cuando se aceptó la hoja de ruta del dictador Pinochet allá por 1985, no habían otras opciones.

 

Dos hechos que muestran una vez más el foso que separa a quienes reclaman para ellos la vuelta a la democracia, y que en función de eso construyen un relato acerca de los méritos de Patricio Aylwin por haber aceptado un marco jurídico político donde se reconocía “en los hechos” que la dictadura tenía la fuerza y su propia legitimidad constitucional. Nadie les niega que el votar NO el 5 de octubre de 1988 fue una buena cosa para poder después votar el 14 de diciembre de 1989 por un presidente y un programa. Lo que no permite de ninguna manera justificar el carácter que asumió más tarde la transición concertacionista. Que adhirió sin matices siquiera al esquema institucional funcional al modelo económico neoliberal de los “Chicago boys”. Y que la Concertación de partidos por la democracia abandonó toda veleidad de cambio, y al hacerlo desperdició un caudal político ciudadano transformador de la manera más indecorosa imaginable.

 

De transiciones y transitólogos

Sin embargo, recordemos que los protocolos de los investigadores o transitólogos (2) que habían estudiado la transición Filipina, Griega, Española y Argentina ya habían propuesto antes del 84 el paradigma de las ‘transiciones modélicas”. Que los “papers” ya circulaban en la academia norteamericana y en los desks de los policymakers  del Departamento de Estado de las administraciones Carter y Reagan. La conclusión de aquellos estudios era la misma que se le aplica a los estudios de inversión y mercado. Hay que eliminar la “incertidumbre” en un proceso de transición de un régimen de dictadura militar a parlamentario/presidencial electo y partir por el reconocimiento de los “interlocutores válidos” que tienen legitimidad institucional e internacional.  

 

Había que reconocer como normal el actuar del “actor militar institucional” (las FF.AA.) incline a la violencia desmedida. No provocarlos. Toda otra salida generaba desorden y caos. El ingeniero Boeninger de la DC se engolosinaría con tales análisis entre el cálculo y la funcionalidad del juego de los actores. Otros, como Francisco Javier Cuadra, desde la vereda opuesta, apostarían al tirano, al Estado Leviatán y al terrorismo de Estado para aplastar la lucha social. Al término de la Segunda Guerra Mundial un esquema parecido había sido puesto en práctica en Grecia, Italia y Francia para derrotar los avances de las izquierdas y los programas de democratización de derechos sociales y de las economías sociales propuestas por las resistencias al nazismo.

 

La recomposición ideológica del bloque dominante

Fue así como se recompuso el fino tejido social de la elite chilena que pese al pasado reciente de quiebres descubrió que seguían compartiendo la misma cultura política, las mismas redes de influencia; que estaban hablando el mismo lenguaje jurídico institucional, tal como hoy se sigue haciendo en el Tribunal Constitucional, en el Consejo de Observadores Ciudadanos que controla el “proceso constituyente”, en Chile Transparente, en el Congreso, en el Servicio de Impuestos Internos, en el congreso y los ministerios (como el de Defensa que obstaculiza la entrega de las actas del COSENA a  periodistas tenaces por informar).

 

Todas estas son instituciones que se inscriben en la misma lógica transicional de obtención de pactos y consensos de gobernabilidad entre las fuerzas del bloque hegemónico. Es la obra gruesa que dejó la dictadura. Para eso, entre el 1982 y 1985 había que operar dentro de un marco ajustado; y así lo hicieron. De ahí transformaron necesidad en virtud y a quien los representó, en líder espiritual del régimen postdictadura. Es que no les quedaba otra. Glorificar hasta impedir la comprensión real de los hechos con tal de mantener vivo el relato de la transición exitosa.

 

En los mismos ochenta se impondría el neoliberalismo como visión única y racionalidad hegemónica a la que adherirían los partidos socialdemócratas de Europa. La debacle de los partidos comunistas burocratizados en Europa del Este, los sucesos de Polonia donde los trabajadores de Solidarnosc se enfrentaban a la misma burocacia y un Papa anticomunista (Juan Pablo II) serían factores de derechización de las fuerzas políticas que antes habían luchado por el cambio social.

 

La tesis aylwinista fue una tesis conservadora que se proyectó al presente

 

Vale la pena seguir recordando un poco más. El Chile de los 1984-1985 en que se impone la tesis aylwinista de aceptación de la condiciones de Pinochet hacia la democracia, era un Chile de luchas y protestas sociales de estirpe popular y de partidos de izquierda vinculados a los movimientos sociales tal como lo explica el diputado Boric de Izquierda Autónoma en su reciente columna(3). Paralelamente, el establishment buscaba una salida ordenada al régimen militar que se agotaba. El problema, como ya lo hemos delineado, es que los dirigentes políticos de la época le compraron todo a la dictadura (Constitución de 1980 incluida) y se negaron a darse un margen posterior de maniobra para hacer política democrática, cumplir las reformas prometidas y ampliar la democracia. Se olvidaron de la Asamblea constituyente, de los imperativos de la justicia para vivir en democracia y sin impunidad; de la renacionalización del cobre y siguieron con el impulso sin frenos privatizando todo lo privatizable convencidos del credo neoliberal. Así empezaron los concertacionistas primero, legitimando el marco de actuar político a la Guzmán, con un sistema político binominal que conjura el quiebre debido a los dos tercios designados culpables, pero cuyo objetivo era prolongar el paradigma de Guzmán para trabar esas reformas necesarias.

El contexto internacional no era favorable a una vuelta atrás

Cualquier ciudadano ansioso de verdad se dará cuenta de lo anterior. Lo que se excluye siempre es el contexto internacional donde después de la elección del mismo Aylwin no había ninguna posibilidad de vuelta atrás hacia dictaduras militares.

 

Las potencias occidentales hicieron del tema una causa común y Reagan (EE.UU) una política de Estado que les permitiría afrontar a la URSS y a gobiernos de izquierda salidos de combates contra las dictaduras. No obstante Somoza había sido derrotado en Nicaragua y los sandinistas tenían elecciones libres; en Irán caía el Shah, los coroneles se habían ido en Grecia; en Portugal éstos mismos habían expulsado al dictador y en Argentina tambaleaba y se iría derrotada por Thatcher la dictadura militar de Galtieri (4). Este impulso democrático y retórica sobre el tema duró hasta fines de los 90 y permitió a los EE.UU. justificar más tarde la invasión de Irak de Sadam Hussein. Hechos y conclusiones siempre ocultados de manera premeditada por la academia conservadora  y el establishment político para justificar las condiciones de Pinochet, sus boinazos y enlaces. Pragmáticamente hablando, había espacio (como hoy lo hay) en los años en que la elite de la DC, la cúpula de la Iglesia y la política norteamericana forman la Alianza Democrática para ya ir planteando satisfacer derechos sociales conculcados y luchar por ampliar las libertades democráticas. En Chile eso era un logro de un movimiento social policlasista. Más posibilidades  aún existieron de hacerlo durante el gobierno de Aylwin.

La respuesta estudiantil

Hoy, son las instituciones de esta transición pactada y considerada modélica según los cánones de la ciencia política conservadora las que hacen agua por todos lados. Al punto que el ejecutivo, figura clave de la institucionalidad del Estado postdictdura adopta una agenda autoritaria que como bien lo expresó la joven diputada comunista Karol Kariola, conduce derecho a un Estado policial al restringir. Por suerte ahí estuvieron los estudiantes como en 2011, el año de la impugnación del neoliberalismo, hechos de carne, sangre y pasiones democráticas y revolucionarias vivas, movilizándose masivamente este 21 de abril para hacer posible el sueño inconcluso de apertura de las grandes alamedas por dónde circulen los hombres y mujeres libres. Mientras ellos, los de la casta —es su derecho y hay que respetarlo— veneran su muerto, pero de paso quieren, además, en el ámbito ideológico pretenden sacralizar un pasado que magnifican, pero marcado por las pasiones tristes de una transición significada por la corrupción política, la concentración de la riqueza  (¡el 1% controla 32% del ingreso nacional, peor que antes!) y la profunda crisis de legitimidad de sus instituciones.

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(1) Frase que traduce el estilo conservador de Patricio Aylwin en lo que respecta a su política de Estado hacia las FF.AA. y las violaciones a los DD.HH, así como su actitud ante la reivindicación de justicia y castigo a los culpables y contra la impunidad. La fórmula aylwinista terminó por traducir bien el espíritu de la Concertación en los gobiernos que se siguen proyectando hoy como el de la Nueva Mayoría de la presidenta Bachelet.

(2) http://www.theclinic.cl/2016/04/21/columna-quien-define-lo-posible/

(3) Los escritos clásico sobre el tema fueron escritos  por Guillermo O’Donnell y Philippe C. Schmitter.

(4) Sobre el período y la geopolítica de la época en el Cono Sur leer: “Guerra y conflicto de las Malvinas: Margaret Thatcher, Galtieri y Pinochet” en: http://g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=1037

 

   

 

   

 

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