Noviembre 19, 2024

Carta sobre Patricio Aylwin

Estimado Señor  Héctor Toledo:

Conocí, desde muy niño, a don Patricio Aylwin Azócar y a muchos de los dirigentes de la Falange Nacional, pues mi padre, Rafael Agustín Gumucio fue fundador de ese Partido y, posteriormente, su último presidente y el primero del Partido Democratacristiano. Profeso por don Patricio la misma admiración, extensiva a todos los fundadores y dirigentes de la Falange Nacional, cuyo gran mérito fuel el entender la política como una tarea de redención del proletariado y llevarla a la práctica en perfecta comunión entre la ética y la política..

 

 

En esta carta pretendo diferenciar el hombre de carne y hueso en la persona de Patricio Aylwin y el juicio histórico-político sobre su actuación en la historia de Chile.

La primera vez que ejercí mi derecho a voto lo hice por Eduardo Frei Montalva y, a mi juicio, la Revolución en Libertad dejó como legado histórico nada menos que la destrucción del Chile dominado por la hacienda, destruyendo el latifundio – la Reforma Agraria -. Es indiscutible el aporte de Patricio Aylwin y los parlamentarios democratacristianos en la reforma del artículo 10, número 10, de la Constitución de 1925, que permitió la expropiación de aquellos terrenos de latifundios.

A partir de 1965, la Democracia Cristiana contaba con 80 diputados sobre un total de 150, y una minoría en el senado, a causa de la elección por mitades de sus integrantes; el hecho de ser un partido minoritario por voluntad popular hacía que todo lo que ocurriera en las luchas internas del Partido  repercutiera, decisivamente, en lo que ocurriera en el país y, además, fuera el centro de preocupación de la Prensa.

Por ese entonces, Patricio Aylwin encabezaba el sector oficialista del Partido, es decir, el freismo, pero otros dos sectores críticos, los terceristas que, posteriormente formaron el Partido Izquierda Cristiana, y los rebeldes, liderados por Julio Silva, Jacques Chonchol y Rafael Agustín Gumucio; las dos últimas fracciones eligieron conjuntamente una directiva que, por cierto, fue muy mal recibida por el Presidente Frei Montalva, quien demostraba poca capacidad de enfrentar la crítica interna y, sobre todo, la autonomía del Partido respecto del gobierno, entendido que un partido político va mucho más allá del tiempo histórico que un gobierno que dura seis años.

Don Patricio fue muy severo para condenar las críticas a la lentitud – e incluso retrocesos – con se implementaba la política de Revolución en Libertad por parte del gobierno. Más allá de los severos reproches hay que reconocer que se disputaba con fiereza, con una ética marcada de la convicción y respeto fraterno.

Es oportuno aprovechar esta oportunidad para responder a las falacias con ocasión de la muerte de don Patricio, emitidas por el ex Presidente Frei y el senador Andrés Zaldívar, en el sentido de que la directiva rebelde tercerista, en el histórico encuentro de Peñaflor, pretendía hacer que la Democracia Cristiana saliera del gobierno, lo cual, según mi opinión, es un verdadero absurdo, pues sus líderes habían sido fundadores del ese partido. El tema de fondo era otro: se puede definir entre formar parte de la alianza política y social del pueblo, encabezada por un democratacristiano, o bien, seguir el camino propio – el famoso vuelo del cóndor superando las derechas y las izquierdas que, al final, terminaban en las derechas, o en más  mesiánico de los aislamientos –en algunos esta posición era sincera, pero en otros era una forma decente de disimular el deseo de aliarse con la derecha.

Iniciado el camino de la división en la Democracia Cristiana  con la fundación del Mapu (1969) ya no detuvo más, siguiendo con la Izquierda Cristiana (1971), y los “colorines” más recientemente.

Mi crítica a Patricio Aylwin en particular va dirigida a su actitud y actuación política respecto al gobierno de Salvador Allende: como presidente de la Democracia Cristiana, el haber cerrado el diálogo, luego de la cena a la cual había invitado el Cardenal Raúl Silva Henríquez, despejó el camino a la destrucción de la democracia y  el consecuente drama del golpe militar.

Es difícil aceptar como válida la argumentación de Patricio Aylwin, en ese entonces, en el sentido de que el acuerdo de la Cámara de Diputados de declarar ilegal el gobierno de Allende tuviera como objetivo central el corregir las deficiencias y abusos de la Unidad Popular – el mismo diputado don Bernardo Leighton reconoció públicamente que fue engañado para conseguir su voto, y que jamás lo hubiera hecho de haber sabido que iba a ser el alibi para justificar el golpe de Estado -.

Radomiro Tomic, que vivió y murió como democratacristiano, claramente responsabiliza a su partido en la gestación del golpe de Estado argumentando que contaba con la mayoría en el Parlamento, como también el apoyo de la sociedad civil.

Sería muy ingenuo pensar que los militares llevaron a cabo un golpe de Estado sin el apoyo de la Democracia Cristiana. Por lo demás, los verdaderos líderes del golpe – Bonilla, Arellano, y otros, habían sido edecanes de Frei Montalva -.

Los abogados utilizan el aforismo legal “a confesión de partes, relevo de pruebas. Baste leer la declaración del Partido Democratacristiano apoyando la Junta de Gobierno instalada, a pocos días del 11 de septiembre, cuando las calles de Santiago miles de obreros eran conducidos en camiones, como ovejas al matadero, como también la carta que enviara Eduardo Frei Montalva a Mariano Rumor, en la cual retrata a los militares como los salvadores del país.

Nos permitimos citar varias frases de Patricio Aylwin en apoyo a los golpistas: “si me dieran a elegir entre una dictadura marxista y una dictadura militar, yo elegiría la segunda”. “El gobierno de Allende había agotado, en el mayor fracaso, la ´vía chilena hacia el socialismo, y se prestaba a consumar un autogolpe para instaurar por la fuerza la dictadura comunista´”.

Don Bernardo Leighton escribió algunas cartas muy duras a su amigo,  Eduardo Frei Montalva, enrostrándole su incondicional apoyo a la Junta Militar, (Me permito sugerir que se lean estos documentos en la Colección de la Revista Chile-América, que se editaba en Roma y que algunos de ellos se pueden encontrar en internet).

LLa directiva de la Democracia Cristiana quebró con la Junta Militar a raíz del cierre de la Radio Balmaceda, luego de un diálogo en que el general Bonilla demostró  orgullo y odio cerril para humillar a don Patricio Aylwin. A partir de este hecho se dieron cuenta el tipo de criminales, con sed de poder, a los que habían alabado como “salvadores de la patria”.

Es cierto que Bernardo Leighton y Renán Fuentealba ( va a cumplir su sigo de vida, único fundador de la Falange aún con vida) iniciaron toda una política de apertura a los exiliados de izquierda en pro de la formación de un frente amplio antidictatorial, sin ninguna exclusión. Estos dirigentes fueron condenados y reprendidos por la directiva democratacristiana, que no aceptaba ninguna alianza con los comunistas, incluidos los socialistas de Almeyda. De nuevo, para no alargar en exceso esta carta, me permito remitir a los lectores a la Colección de la Revista Chile-América que, seguramente se encuentra en las bibliotecas o en internet.

La Fundación Ebert propició en Colonia Tovar – comarca al estilo alemán, muy cercana a Caracas (Venezuela), un encuentro de partidos y personas demócratas chilenas, en el cual participaron Bernardo Leighton y Renán Fuentealba, sin que mediara la autorización y el respaldo de la Democracia Cristiana del interior, aún dominada por el freismo.

El llamado a los cristianos a unirse a la lucha contra la dictadura, firmado por Bernardo Leighton y Rafael Agustín Gumucio, tampoco fue apoyado por las directivas freistas.

Hay que reconocer que Eduardo Frei y Patricio Aylwin viraron, radicalmente, respecto a la dictadura militar y, a partir de ahí, tuvieron actuaciones muy valientes y meritorias –  de más está decir que el discurso de Frei Montalva, en el Teatro Caupolicán, en 1980, significó la firma de su sentencia de muerte, asesinado el 22 de enero de 1982 -.

La Comisión de los 24, en la cual Aylwin tuvo una brillante actuación, se propuso entregar a Chile una nueva Constitución que reemplazara, completamente la de 1980 – que sería derogada –  que contenía ideas tan brillantes como la instauración del sistema semipresidencial y una profunda regionalización, pero a la larga quedó en cero debido a la propuesta de Aylwin de aceptar las reglas de la Constitución ilegítima de 1980. (Este tema exigiría un nuevo intercambio epistolar, pero sí afirmar que uno de los juristas y personas que más he admirado en mi vida fue el presidente de esa Comisión, don Manuel Sanhueza Cruz).

La segunda parte de la vida política de don Patricio Aylwin, ya Presidente de la República, merece ser analizada en profundidad, lo cual exigiría un trabajo exhaustivo de análisis, cuyo centro de discusión versaría sobre si efectivamente existió una transición a la democracia en Chile, o bien, sólo una evolución en tres  etapas: de la tiranía a la dictadura y de ésta, a la democracia protegida. Como lo he escrito en muchos artículos, creo que la monarquía presidencial es difícilmente compatible con la democracia formal, con separación de poderes, igualdad ante la ley y control ciudadano con respecto al desempeño de las castas políticas en el poder. En el fondo, en el panorama actual, Chile sigue siendo un  país oligárquico, regido por una democracia dominada por los bancos.

Fraternalmente,

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

                

 

         

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