Noviembre 20, 2024

¿El arte es de izquierda o sólo es arte sin apellidos?

¿Ha tenido usted conversaciones profundas, a nivel de análisis existencialista, con su cónyuge, su pareja, sus amigos? En tardes lluviosas, cuando la noche cae tempranamente y el clima obliga a permanecer en casa, un par de tragos, con la salamandra trabajando a todo dar y la quietud del espíritu y del alma aleteando llamados de sirenas homéricas, remansan el alma, avivan el seso y despiertan la total identidad del ser, entonces y sólo entonces la lengua se libera de los candados sociales.

 

 

Es ahí cuando la conversación fluye desde el lugar más recóndito del yo, y las confesiones de asuntos ocultos –o entrampados por la conciencia empapada de ideologismo- escapan del voluntarismo sectario alcanzando su mundo verdadero, aquel que guardamos cual tesoro innombrable cuya existencia nos negamos a reconocer ante terceras personas… y en ocasiones (en muchas ocasiones) ante nosotros mismos, como si ello fuese un pecado mortal.

¿Estoy filosofando a lo  ‘baratieri’? No, simplemente trato de contar lo que de vez en cuando revolotea en mi argamasa mental y sociopolítica, en mi arquitectura cultural (pobre, es cierto, pero propia). Y en defensa de mi sanidad mental me permito suponer que a usted, también de vez en cuando, le ha sucedido alguna vez algo similar, lo que me daría una mínima dosis de tranquilidad pues me permite barruntar que no estoy demente… o por último, en el peor de los casos, que en esa locura no soy el único ni estoy solo.

Es difícil explicar todo este asunto cuando la ‘majamama’ de ideas hace un maratón en nuestro cerebro sin lograr cuajarse en palabras o en escritos. Por ello, creo que los ejemplos salvan la situación y desglosan, al menos en parte, lo que uno intenta explicar.

Para nadie -de aquellos que tienen paciencia para leer mis escritos- es un misterio saber que soy franco anti imperialista, anti fascista, decidido partidario de aquel Republicanismo Cívico que hasta el año 1970 se abrazaba al quehacer político del vetusto Partido Radical, ese de los Matta y los Gallo, de Aguirre Cerda, de Juan Antonio Ríos y de Bossay.

Sin embargo –y este es el quid del asunto que convoca a estas líneas- cada vez que escucho la grabación de canciones entonadas por Sinatra, por Simon & Garfunkel, por Aretha Franklin, Dean Martin, John Denver o Kenny Rogers, siento que soy (perdóneme usted, compañero) un neoyorquino más. Me resulta imposible abstraerme de la belleza que emanan  de trabajos realizados por monstruos musicales como Lloyd Webber, o por cineastas de la talla de Woody Allen y Spike Lee. Neoyorquinos sin fronteras. Eso creo que son.

Recojo (para mi defensa) las palabras que ciertas páginas de redes sociales atribuyen a Cristovao Buarque, en ese momento Ministro de Educación de Brasil, y que apuntan a la internacionalización de Nueva York; lea usted: <<“las Naciones Unidas estuvo realizando el Foro Del Milenio, pero algunos presidentes de países tuvieron dificultades para participar, debido a situaciones desagradables surgidas en la frontera de los EE.UU. Por eso, creo que Nueva York, como sede de las Naciones Unidas, debe ser internacionalizada. Por lo menos Manhattan debería pertenecer a toda la humanidad. De la misma forma que París, Venecia, Roma, Londres, Río de Janeiro, Brasilia… cada ciudad, con su belleza específica, su historia del mundo, debería pertenecer al mundo entero”>>.

Me reconozco izquierdista de cepa. Reconozco ser admirador a ultranza de la revolución cubana, de la valiente y audaz Historia (así, con mayúscula) tejida por Fidel, Camilo, el Ché y Dorticós en la querida isla caribeña, desafiando (y nunca rindiéndose) al gigante imperialista que se encuentra a escasas millas del territorio caimán, patria de Martí. Aplaudí y amé al Vietcong y a Ho-Chi-Min, pero muy especial y decididamente acompañé, ayudé y  admiré (y sigo haciéndolo) a Salvador Allende.  Luché contra la dictadura pinochetista formando parte de las filas del Comando Nacional de Trabajadores.

Sigo siendo un izquierdista ‘allendista’ sin tapujos ni dobleces…  enemigo acérrimo  de los reconvertidos a la fe neoliberal como Juan Pablo Letelier, Camilo Escalona, Carlos Montes, Sergio Bitar, Rafael Tarud, Ricardo Lagos (Escobar y Weber) Isabel Allende, Carolina Tohá, Michelle Bachelet. Según la opinión de algunos ex concertacionistas (hoy mayordomos de la derecha económica), soy un despreciable  “duro”, un espécimen peligroso para la salud del familisterio de Ali-Babá.

Sin embargo, pese a todos  los pesares ya descritos, y aún a contrapelo de  mi extraña arquitectura mental e ideológica, continúo emocionándome cada vez que escucho a Sinatra, a Simon&Garfunkel, a John Denver,  a la Franklin, a Kenny Rogers… o cuando veo por enésima vez un film dirigido por Spìke Lee, Woody Allen, Stanley Kubrick, John Carpenter, o Sam Peckinpah (quien conquistó mis neuronas con su película “Quiero la cabeza de Alfredo García’). Y ni hablar si veo una vez más un viejo film de Jeanne Moreau, Laura Antonelli, Mónica Belluci, Vittorio de Sica, Vittorio Gassman, Lawrence Olivier  o Anna Magnani.

El haber sido partícipe (como auditor/espectador) del histórico festival de Woodstock el año 1969, luego partícipe en directo del Festival de ‘Piedra Roja’ (Santiago, 1970) y posteriormente haber sido uno de los presentadores juveniles a nombre de la FECH (Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile) de la primera actuación en público de Quilapayún y Duvauchelle que representaron, actuaron e interpretaron  la “Cantata Santa María” el año 1973  en el viejo Estadio ‘Chile’ (hoy ‘Víctor Jara’), ¿me impide  -o me prohíbe-  admirar y aplaudir  a los neoyorquinos mencionados en las líneas anteriores? ¿Ello me hace ser menos izquierdista, o por el contrario me hace ser más universal?

Dejo flotando la pregunta, la duda… más bien dejo la pelota dando botes… ¿el arte, el cine, la música, el teatro,  es ideológico o es global, universal? He ahí la cuestión principal que motivó esta nota.

Usted, amigo lector, tiene la respuesta. A usted le pregunto, pues confieso que me gustan los artistas mencionados en las líneas anteriores, lo que a mi juicio en absoluto pone en duda mi consistencia ideológica. ¿O usted opina lo contrario? Le aseguro que en conversaciones profundas, sin ataduras, con su pareja o sus amigos, encontrará la respuesta.

 

 

 

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