El aniversario número 83 del Partido Socialista de Chile lo encuentra formando parte de una de las coaliciones políticas más amplias en la historia republicana y política chilena; ejerciendo la presidencia de la Cámara de Diputados en un periodo de profundos cuestionamientos, falta de confianza y precaria legitimidad hacia la actividad política y los partidos; y, conduciendo la primera magistratura del país con una de sus militantes, que llegó al gobierno con la promesa de realizar profundas transformaciones al modelo neoliberal heredado de la dictadura cívico militar, y de profundizar la democracia que en los últimos lustros del siglo pasado comenzaba a nacer en el país.
Un aniversario muy particular, más aún si se considera que la conducción del PS se encuentra -por primera vez en su historia- en manos de una mujer, y nada menos que en las manos de la hija del Presidente Salvador Allende Gossens y figura señera del socialismo chileno fundado orgánicamente el 19 de abril de 1933, quien alcanzó la presidencia del partido con una altísima votación (57.77%) y con el compromiso, entre otros, de recuperar al PS para la militancia y para la ciudadanía y de devolver la dimensión ética a la actividad política. La impronta que le ha dado a su gestión partidaria se ha notado y de ello da cuenta su altísimo reconocimiento y valoración por parte de ciudadanía.
De ahí entonces que el actual aniversario del PS adquiera, desde el punto de vista simbólico, republicano, y político, dimensiones insospechadas para el presente y futuro de un partido que nació para suplir las insuficiencias de instrumentos orgánicos para la lucha social y política de los sectores marginados; para atraer y concitar la adhesión y el respaldo de los sectores de trabajadores manuales e intelectuales en torno a un programa de cambios y de transformaciones; y, para articular y promover la más amplia unidad de las crecientes fuerzas progresistas que comenzaban a abogar por la ampliación de la democracia y por la consagración de más derechos para la ciudadanía.
Por tal motivo, la celebración del aniversario del PS no solo constituye un espacio o un momento político propicio para reencontrarse con la riqueza de su historia, para reafirmar los rasgos característicos de su identidad política y social, para rememorar coyunturas pretéritas, para resituar y volver a poner de relieve antiguos y nuevos desafíos y para reafirmar éticamente convicciones y compromisos presentes y futuros.
En consecuencia, en la actual coyuntura nacional, el nuevo aniversario del PS no puede transformarse en una celebración más de su extensa historia y trayectoria colmada de vivencias y de experiencias que en diferentes momentos de la historia republicana y democrática del país ha contribuido a generar -junto con quienes han compartido sus ideales y propósitos en torno a los valores de la libertad, la justicia y la fraternidad- mejores y mayores condiciones y oportunidades para el progreso y para el desarrollo del país. Y, muy especialmente, de los sectores más carenciados.
Desde hace algunos años existe la percepción en el llamado “pueblo socialista” que el PS ha entrado en un paulatino proceso de acomodo de su identidad, que ha terminado por ceder a las lógicas y a las dinámicas de las comunicaciones que solo ponen los énfasis en el posicionamiento de discursos y de imágenes; en gran medida carentes de contenidos significantes para la ciudadanía, y que no logran comunicar con la misma fuerza de antaño el mensaje de los socialistas respecto de su vocación por el servicio público, por la igualdad y la justicia en el desarrollo social y por la presencia inconfundible de una ética partidaria en las iniciativas, propuestas y acciones impulsadas por el partido.
Esta identidad constituyó, sin dudas, un rasgo político que por décadas caracterizó al PS, convirtiéndolo en una de las fuerzas políticas y sociales más significativas e influyentes de la política nacional y latinoamericano entre los años 40 y 70.
En poco más de 25 años la presencia socialista en municipalidades, gobiernos regionales, Parlamento y en los gobiernos de la desaparecida Concertación de Partidos por la Democracia y ahora de la Nueva Mayoría, ha mermado considerablemente, como asimismo, ha habido un notorio distanciamiento respecto del mundo social y sus organizaciones. El PS ha experimentado no solo un desgaste político natural, sino que ha perdido la fuerza y las convicciones ideológicas para elaborar, presentar y defender sus programas y proyectos.
El temor a una eventual regresión autoritaria; la denominada “política de los consensos”, la recordada “justicia en la medida de lo posible”, la inserción en los mercados mundiales, la efímera promesa del “crecimiento con equidad”, la protección social; relatos icónicos en la política del último cuarto de siglo y algunos de sus efectos concretos, han provocado en el inconsciente y en el imaginario colectivo de la militancia y del pueblo socialista efectos devastadores cuya intensidad y profundidad aún se desconocen, pero que son claramente apreciables en los porcentajes de abstención observados en las últimas elecciones, en los bajos niveles de credibilidad y confianza en las instituciones republicanas; en definitiva, en los crecientes grados de desafección de la ciudadanía respecto de la actividad política y de la vida militante.
Tenía razón aquel dirigente partidario que a fines de los años ochenta con profunda convicción y elocuencia señalaba que participar en el gobierno del Ex Presidente Patricio Aylwin Azócar transformaría a los socialistas en una “fuerza auxiliar” de un proyecto que no les pertenecía. Efectivamente, no pertenece al ethos de los socialistas dejarse seducir y atrapar por las lógicas del mercado, por el poder del dinero, por un tipo de consenso político nacido en gran medida de la claudicación, por la aceptación tácita del relativismo ético en la vida política, o lo que es peor, por un tipo de política entendida como un bien de consumo, con el que se tranzan los sueños y las aspiraciones de los más postergados y necesitados.
Un número importante de militantes, especialmente los más antiguos, viven de y con imágenes y relatos de lo que otrora fuera el Partido Socialista. Imágenes y relatos de un partido que por razones históricas y políticas no volvió a ser el mismo.
Es penoso decirlo y es más triste reconocerlo. Sin embargo, también existe la esperanza de recuperar la identidad extraviada, la fuerza social de antaño, las convicciones políticas, la ética militante para actualizarlas y reinterpretarlas a la luz de las nuevas circunstancias históricas y, de ese modo, construir un nuevo proyecto político de transformación democrática para Chile y así aglutinar y movilizar a las nuevas generaciones de socialistas.
En este contexto, entonces el 83 aniversario del PS debiese marcar el comienzo de un profundo proceso de inflexión destinado a analizar y a evaluar tanto el desarrollo ideológico-programático como el comportamiento ético-político que el partido ha tenido post dictadura.
Quizás sea recomendable volver a las fuentes iniciales. Retornar a los principios y a los valores que los padres fundadores del socialismo chileno tuvieron en consideración para fundar el partido. Recordar las circunstancias históricas en las que el PS nació y lo que en esos momentos se requería, como instrumento partidario para realizar los cambios y transformaciones que el país requería.
La declaración de principios del año 1933 y la fundamentación teórica del Programa Socialista del año 1947, adecuados y adaptados al permanente devenir social y político -que no permite dogmas ni verdades imperecederas porque la realidad humana es dinámica y cambiante- sentaron las bases que dieron vida a una alternativa política que alcanzó gran respaldo ciudadano y permitió avances significativos para el conjunto de la sociedad.
Eugenio Mate Hurtado, Arturo Bianchi Gundián, Carlos Alberto Martínez, Eugenio González Rojas, Marmaduque Grove Vallejos, Oscar Schsnake Vergara y Salvador Allende Gossens, fueron todos hombres públicos, provenientes de distintos orígenes y formación profesional y técnica, de alta sensibilidad social, cuya consecuencia y entrega ayudaron a configurar el perfil y la identidad del Partido Socialista de Chile, en sus primeros años.
Hay que volver a lo esencial y sustantivo del pensamiento y de la acción socialista para recuperar la iniciativa y la fuerza dirigente al interior del propio partido y particularmente en el seno de la sociedad nacional. Ese es el gran desafío, esa es la nueva exigencia del socialismo.
No resulta fácil de entender, y es más bien paradójico, que en un gobierno encabezado por una socialista las libertades individuales y colectivas vayan a experimentar retrocesos. Sería lamentable que el control preventivo de la identidad, la llamada ley mordaza, la reforma laboral, y otras tantas iniciativas legislativas, muchas de las cuales cuentan con el apoyo y el respaldo de parlamentarios socialistas, finalicen sus trámites legislativos con fuertes restricciones o limitaciones a los derechos fundamentales de las personas y de los trabajadores.
El “realismo sin renuncias”, en este contexto, se transforma entonces tan solo en un recurso discursivo o en un intento casi desesperado por crear la ilusión de estar cumpliendo con los compromisos adquiridos.
Hay mucho en juego en la actual coyuntura nacional. El PS se juega la posibilidad de transformarse definitivamente en la bisagra que sujete, contenga, equilibre y articule con no pocos esfuerzos y costos políticos y partidarios las dinámicas y las lógicas internas de una coalición en permanente tensión y reacomodo ideológico y programático. O puede convertirse también en el administrador y dinamizador de las demandas e intereses de una coalición y de un gobierno que a juicio de algunos de sus líderes y autoridades gubernamentales ha culminado con la “obra gruesa” de las transformaciones comprometidas con la ciudadanía, por lo que solo habría que administrar y minimizar al máximo los costos y los daños que significaría no cumplir con elementos sustantivos del programa.
O por el contrario, el PS podría asumir el liderazgo de impulsar un nuevo proceso de conformación de fuerzas sociales y políticas progresistas y de avanzada, cuyo eje articulador, ideológico y programático, se sustente en el fortalecimiento y en la resignificación de los principios y de los valores del humanismo laico, cristiano, marxista y racionalista que, con la más amplia legitimidad y confianza de la ciudadanía, impulse un nuevo proyecto de transformación democrática para Chile.
Cualquiera sea la alternativa que finalmente adopte el PS, está claro que se hace necesario mayor coherencia y consistencia política en el gobierno, en el parlamento, en las regiones y en las comunas, y realizar los mayores esfuerzos por avanzar en la resolución del tema de la identidad partidaria, en la recuperación de la dimensión ética en la actividad política, en la vida militante; y fundamentalmente, lograr aumentar los bajísimos índices de participación política en los procesos eleccionarios que se avecinan.
Pero además, el Partido Socialista debe no solo formar parte sino también liderar e impulsar los nuevos procesos que en el ámbito de la economía la ciudadanía organiza para hacer frente al modelo neoliberal que les asfixia, que en la cultura les restringe y que en la política les defrauda.
Y muy particularmente, el PS debe rechazar categóricamente todo tipo de corrupción y promover diversas e innovadoras iniciativas para enfrentarla. No es aceptable y menos tolerable ver y saber de socialistas vinculados a actividades reñidas con la legalidad y con la vocación de servicio público. Como se puede apreciar, el socialismo exige más.
Patricio Bustos Pizarro
Profesor de Estado
Magister © en Ciencia Política
patriciobustospizarro63@gmail.com
19 de Abril de 2016