Diciembre 26, 2024

¿Quién mató a Lissette?

La mataron los mismos que hicieron todo lo posible para que su vida fuera una miseria desde muchos antes siquiera de su concepción.

 

 

Esos que hicieron las leyes que permitieron recluirla, hacinarla, en un establecimiento  cuyo nombre e intenciones no son más que una risa sardónica que se burla de sus víctimas prisioneras de la indolencia y el desprecio, cuya lista de espera es larga, casi infinita.

 

La cadena increíble de explicaciones brutales e inhumanas intentará como siempre sepultar varias veces el castigado cuerpo de Lissette. Hasta que ya no sea la molestia que es hasta ahora.

 

Los operadores de los criminales buscarán en las fichas médicas y las argucias legales las razones para destrabarse de las responsabilidades que asumieron a cambio de jugosos estipendios.

 

Las autoridades intentarán no reconocer la responsabilidad que les cabe en la administración de esos campos de exterminio al que van a caer aquellos sub productos que genera la cultura que domina y de la cual son sostenedores.

 

Esa muerte terrible no sale de la nada. Hace más de un cuarto de siglo que se liberó una casta  que a apoco andar se dio cuenta que la estaban dando. Y que de no tomarla, permitiría que otros con más ambición y decisión lo hicieran.

 

Y a cambio de poder y riquezas, un pleonasmo válido, renunciaron a sus hachas de guerra enconada en contra de la explotación y la miseria. Abandonaron sus aguerridas camisas y sus afilados machetes para ponerse a la cola de la nueva oligarquía.

 

En ese mecánica llegaron a manejar con la mano izquierda lo que dejó de herencia la tiranía. Lissette es un resultado de esa gestión.

 

Y lo hicieron muy bien. Y lo hicieron mejor.

 

Despacharon al pobrerío hasta las márgenes inmundas de las ciudades, verdaderos botaderos humanos, ofrecieron un remedo de educación pública que no ha hecho otra cosa que sobrevivir en la miseria. Se les instaló un sistema de salud que mata. Y un sistema de pensiones que destina a los viejos y pobres a morirse menos viejos y más pobres.

 

Se les ofreció viviendas que más bien parecen gallineros, aunque luzcan enarboladas y alineadas las antenas parabólicas y cada cual tenga brillantes aparatos de teléfonos.

 

A esa gente se la engrilló por la vía del crédito que paga otro y otro y otro y que se reparte al que quiera. Y se les embruteció por la vía del desprecio, las explotación, la droga fácil, el alcohol a precios de ganga y a la idea que este es un país de ganadores y ese estatus se puede lograr  con una nueve milímetros brillando en la cintura.

 

Lissette murió de capitalismo. Ya no vivía luego de nacer. Su vida fue un continuo de sufrimientos agudizados por el abandono de un Estado que solo sabe de correcciones ahí donde el vivaracho capitalista no le interesa entrar. Y la pobreza no es un buen negocio, salvo para las funerarias y las cárceles: ambas cobran por cuerpo.

 

Lissette murió atorada en la cadena del olvido. Igual como mueren sin tanto despliegue publicitario centenares o miles en las calles, las poblaciones, los hospitales, las prisiones.  

 

Igual como van a morir en breve esos niños que ayer no más dieron alimento al comidillo obsceno de los medios de comunicación y que hoy, sin tener edad siquiera para el Servicio Militar, ya asolan las villas miserias a la cabeza de sus bandas en las cuales el cartel y la pistola es todo.

 

A esa niña la mataron los políticos sinvergüenzas que hicieron de sus acomodos un ejercicio sucio con los que se llenaron de dinero. Y hoy son descubierto solo por ciertas  desprolijidades

 

A esa niña la mató la enfermiza necesidad de la presidenta de lucir sus números rutilantes en vez de gastar dinero y energía en ser algo de coherente con sus títulos y sus definiciones de humanismos e igualdades.

 

La mató la represión que se uniforma cada día para que el Estado combata la pobreza combatiendo a los pobres. 

 

La mató el abandono que hicieron los antiguos próceres que daban la vida por la causa de los pobres y ahora ni siquiera tienen pobres en su propias filas, apegaditos como se ven a lado de los matones, los traidores y los nuevos oligarcas y prepotentes.

 

La estatura moral de esta cultura tiene el tamaño y la forma de la triste tumba de Lissette.

 

 

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