Cuando un Ministerio de Relaciones Exteriores es tan ineficiente – como es el chileno – lo único que se puede esperar es una serie de derrotas diplomáticas y, cuando esto sucede, se hace más fácil echarle la culpa al árbitro – los “viejos de babero” de La Corte de La Haya. Es cierto que estos jueces viven a costa de los estúpidos conflictos limítrofes, especialmente de los países latinoamericanos, pero la solución no está en sacar a estos honorables caballeros desahuciando el Pacto de Bogotá, sino en mejorar el trabajo del entrenador – el Canciller y su equipo ministerial -.
Si comparamos nuestra Cancillería con Torre Tagle y los doctores del Chuquisaca tendremos que aceptar que nuestro equipo es de segunda división y que sólo puede jugar en los potreros de la política internacional, y no pretender, por consiguiente, incursionar en la primera división.
El Canciller chileno, Heraldo Muñoz, no es peor que sus predecesores “aristocráticos”, pues el problema no está en el director técnico, sino en un equipo de diplomáticos que carecen de profesionalismo y que, además, son sólo buenos para departir en cocteles y antes, cuando Chile se creía muy rico, para firmar pactos de libre comercio, acentuando una política internacional puramente comercial – qué otra cosa se puede esperar de un país de mercachifles cuando, por ejemplo, el ex Presidente Sebastián Piñera es el rey de los especuladores de la Bolsa y está clasificado entre los hombres más millonarios del mundo -.
El hada madrina abandonó, de la noche a la mañana, a la Cenicienta chilena: ya no crecemos al 6%, sino apenas al 1%; a pocos países les interesa ahora realizar pactos comerciales con Chile, un país venido a menos y nadie quisiera bailar con la fea o el feo.
Estados Unidos, que antes admiraba a Chile y lo tenía como el modelo de un “socialismo sensato”, actualmente, los líderes, muy veletas, han cambiado de amores y se declaran partidarios de Mauricio Macri: Argentina reemplaza, fácilmente, a Chile en el liderazgo de los chupamedias de los yanquis.
La insensatez de nuestros gobernantes y cancilleres de despreciar al resto de países de América Latina la estamos pagando muy caro: hemos tenido un récord de demandas por parte de nuestros países vecinos – Perú y Bolivia – antes estuvimos a punto de iniciar una guerra con Perú – de Juan Velasco Alvarado – y con Argentina – de Leopoldo Galtieri -.
Nuestra estrategia frente a las reclamaciones de Perú y Bolivia ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya no puede estar más equivocada: basarse solamente en Tratados de comienzos del siglo XX, presentándose como un país apegado a la ley, de nada sirve ante un Tribunal que sólo aspira a tener contentos a los clientes que han solicitado sus servicios, a fin obteniendo rentabilidad y poder.
Los temas en conflicto, el triángulo terrestre con Perú, la salida al mar, el Silala y el Lauca son temas políticos, comunicaciones y diplomáticos. A pocos países de la comunidad internacional les interesa los mapas, los Tratados y las opiniones de los juristas internacionales, pues lo que está en juego dice relación con la buena comunicación de la causa que se defiende – en este plano, el Presidente Evo Morales ha logrado siempre dejar en ridículo a nuestros agentes diplomáticos y, por medio de las redes sociales, conseguir el apoyo unánime de los países de América Latina y del mundo en general.
Si contáramos con diplomáticos medianamente profesionales, además de un gobierno con visión latinoamericanista, cambiaríamos en 360º nuestra política con nuestros países vecinos. Si entendiéramos que Argentina, Perú, Bolivia y Chile tiene mucho que ganar y si abrimos una zona de libre comercio en el norte, amparada por el diálogo y el entendimiento, nos permitiría desarrollar un plan común de producción, por ejemplo, de energía solar y geotérmica, podríamos colocarnos a la cabeza de América en la generación de energía limpia, y por otro lado, un pacto para explotar el litio por empresas estatales y no privadas, nos convertiríamos en productores de este commodity.
Por desgracia, nuestra política exterior se basa en la disuasión armada, es decir, en el militarismo más vulgar y brutal y el un nacionalismo que sólo impulsa la estupidez e ignorancia de los pueblos, y que en Chile está animado actualmente por la pareja de chauvinistas, Tarud y el colorín Edwards.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
30/03/2016