Noviembre 13, 2024

Rolling Stones en La Habana: Cuba se reconcilia con el rock and roll

 

Ni fuegos artificiales, ni explosiones escénicas; sólo dos horas y media del más puro y vigoroso rock and roll hicieron que los asistentes al concierto de anoche en La Habana, se reconciliaran con un género musical que les estuvo vedado por mucho tiempo.

 

 

Sabemos que años atrás era difícil escuchar nuestra música aquí en Cuba, señaló un exitado Mick Jagger. ¡Pero aquí estamos!, dijo en tanto recibía una de las más grandes ovaciones que se haya dado a artista alguno en La Habana.

Pienso que los tiempos están cambiando en verdad, ¿no lo creen? La noche había comenzado con Jumpin’ Jack Flash. Los asistentes eran variados. No era la Babilonia ni la Babel de oro, era más bien el abrevadero de la fuente de la eterna juventud, porque ahí estaban los verdaderos rocanroleros cubanos, compareciendo con Sus Satánicas Majestades.

Barrigas cerveceras, colas de caballo blancas, cabellos trasquilados, intelectuales de viejas glorias, viviendo los pormenores de un concierto verdaderamente efectivísimo con pepillos (niños) posrevolucionarios y una gama de turistas que se identificaban por la pluralidad de idiomas en los que se comunicaban para cantar o alabar a los dioses del escenario.

Qué emoción, todavía el lunes cuando supimos la noticia imploramos al cielo que protegiera a Jagger, que éste no se rompiera un menisco, que le diera algo: angina de pecho, infarto… un calambre, que no le pasara nada, porque la noche del viernes tendría que actuar, me decía una funcionaria del Instituto de Música que quiere el anónimato. E insistía: Él es joven a sus 72 años, este chico es realmente joven, me susurraba al oído mientras yo veía a Mick agitando las caderas.

¡Oooh!, gritaba, coreaba, convocaba Jagger a la multitud, dando saltos, haciendo cabriolas vocales, sacando la lengua, tocando la lira, resoplando la armónica, agitando su melena teñida, moviendo las nalgas. Esos glúteos millonarios. ¡Vaya!, si él es joven, por qué chingaos no somos jóvenes todos los que estamos aquí, casi me grita un paisano que lleva una manta que dice ¡Viva México, cabrones!, yo lo miro con un poco de recelo.

Estos han de venir de alguna de esas colonias bravas del DF, son hermanos del pendiente en la oreja, y me dice socarronamente, “y cuidamos las arrugas, tanto como Sus Satánicas Majestades”.

La edad media que no es tan media, más bien es una edad variada. Hay viejos gozones, chamacada alborotadora, niños y banderas, banderas latinoamericanas. Ondeaban la de Colombia, Brasil, Argentina, Chile, y por supuesto la de México, que orgullosamente se paseaba como si en lugar de los Stones, fuera nuestra selección la que estuviera en el escenario. Y también la bandera de Cuba, en la que Jagger arropó su esbelto cuerpo vestido de saco negro bordado en rojo y plateado, camisa roja satinada y pantalón negro.

El ambiente, para decirlo en corto –medio millón de asistentes, que comenzaron a llegar al concierto gratuito desde muchas horas antes–, era un ambiente insólito, o al menos a mí me lo pareció, o al menos si tomamos en cuenta los conciertos de los Stones que de tan vistos, para algunos se vuelven rutina. Aquí no, en la capital de las Antillas se vivió con mucha alegría, ritmo y frenesí. Jagger, que es el de la voz que comunica, informó: “Anoche fuimos a la embajada británica y tomamos whisky, y comimos shit. Luego comimos frijoles con arroz; eso estuvo bueno, pero lo más rico fue bailar rumba”, dijo esto mientras meneaba el caderaje.

Una mirada al escenario y con un guiño ordena la siguiente pieza. Es el clásico del rock and roll, Not fade away que popularizara Boddy Holly, ese es un guiño para su compadre Keith Richards, y un aviso de lo que sigue inspirando a la venerable banda británica es la esencia del rock and roll. Keith por lo visto ya dejó de fumar, porque no lució en toda la noche su clásico cigarrillo en la comisura de los labios, evidenciando una vez más que es la espina dorsal de la banda, y un pillo siniestro que le saca a la guitarra sonidos imposibles.

El milagro del ciberdiálogo

El escenario de la Ciudad Deportiva es amplio, y aunque es inmenso Jagger demostró que tampoco le quedaba grande ya que no paro de saltar de un lado a otro con la vitalidad de siempre. No fue el mismo escenario que utilizaron en el Foro Sol, éste fue más sobrio, pero con seis pantallas de alta definición que, repartidas en el entorno, nos hacían ver muy cercanos a los músicos.

El milagro del ciberdiálogo nos presenta en tamaño gigante los labios carnosos de Jagger. El público femenino se relame de gusto cuando Mick abre la boca, cantan entusiasmadas cuando Mick abre la boca, sacudidas a cada lamida de esa lengua de sex shop.

Entonces todos cantamos Honky Tonk Women. Pieza sórdida de ribetes caribeños en la que todo el personal, músicos y espectadores, participan. En este momento, los terrenos de la Ciudad Deportiva se han convertido en enorme pista danzaria de brincos y saltos. La gente canta, baila y respinga imitando al cantante de los Stones que agita sus manos, sus brazos, con calambres de libélula agitando las alas. Todos lo imitan, la fiesta total.

Fue inevitable, pues, identificarse con semejante gracia, de semejantes pillos, con ese Keith Richards a la que la pose de bandido del rock empieza a petrificarse en carne arrugada y pelos grisáseos, ese Keith Richards de irónicos labios y ojos de rimel, que todavía insiste en venderse como cantante contra todas las evidencias.

Un deleite ver al Jagger bailando

Imposible no sentir un ambiguo deleite al contemplar a Jagger meneando el culo en su imitación de la gallina mojada. Sabemos que íntimamente Mick piensa que la suya tal vez no sea la forma más digna de ganarse la vida, pero se traga su cinismo superior, Jack cede una vez más a escenificar la ceremonia que nos hace felices. Inevitable sucumbir ante la dignidad inconmensurable del maestraeso Charlie Watts, viejo zorro venerable, astutísimo asceta de los ritmos que con discreción ha sabido llevar una vida más allá de los truculentos episodios que han protagonizado sus colegas machacando sus tambores, incursionando en el bop free, acid jazz y procurando nunca dejar de ser un Stone. Demostrando por qué siempre es la mejor batería del rock.

Y qué decir de ese sentimiento que embarga ante un Ron Wood, siempre al tanto del acontecer musical stoniano, siempre anteponiendo el punto preciso y refinado a la guitarra sucia de Richards.

Los Rolling Stones son grandiosos porque aún corre por sus venas el rithm & blues que degustaron en su juventud. Enfrentarse en este momento a la escucha de los Rolling Stones en un momento en que el mercado de la música ha impuesto la confusión estética no es una operación sencilla para aquellos que aún no han recibido el bautismo verdadero del rock. Y ponen a prueba en sus presentaciones su validez como si de defender su vida se tratara.

Los Stones, como buenos monstruos sagrados se aferran a la nostalgia y sus conciertos a pesar de estar nutridos de frescas canciones, siempre tienden a recuperar la esencia de los Stones clásicos, los que les hizo únicos y apasionantes, tal como sucedió esta noche. Hubieron algunos asomos vudu lounge y a temas que casi ya no tocaban como la romántica Angie, que se la dedicó a todos los cubanos románticos.

Cabe señalar que a lo largo del concierto Jagger estuvo adulando a los cubanos. En su español acubanado son ustedes muy chéveres, están ustedes en talla (estar en la onda), y siempre se preocupaba por su estado de ánimo: “I feel good”, para que le respondieran “All right”. Y él decía por lo bajo, como para mantener un diálogo y un ritmo: Cubaaa, Cubaaa, Cuubaaa. Gracias, Cuba, por toda la música que has regalado al mundo; ustedes son muy grandes y se merecen lo mejor, y empezó el tempo de percusiones, panderos y claves, que es la introducción de Simpatía por el diablo, que marcó el punto final de la noche. Intento de salir, y regresan para despedirse con Satisfaction, diciendo hasta la vista, como sugiriendo que habrá más Rolling Stones en la isla.

 

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