En este aniversario del golpe militar en ese país se conmemora bajo la presidencia de un gobierno de derecha, Mauricio Macri, y la visita del Presidente de Estados Unidos, Barack Obama. El imperio, responsable principal de la instalación de los regímenes de facto en América Latina, en los años 70 del siglo pasado, a pesar de que reconocen su intervención directa y su complicidad en crímenes de lesa humanidad, sólo se limita a la promesa – en este caso del Presidente actual – de abrir los archivos aún bajo confidencialidad.
La visita de Obama a Cuba y luego a Argentina no tiene nada de espontaneidad y filantropía, se trata más bien de recuperar la hegemonía norteamericana en América Latina, que estaba siendo disputada por China, en el plano económico, y por la Alianza Bolivariana para los pueblos de América Latina (ALBA) y la Unión de Naciones Sudamericanas, (UNASUR) en el plano político. Ya no es posible revivir la “doctrina Monroe, América para los americanos”, ni menos “el patio trasero, de Roosevelt”, por consiguiente, el gobierno de Obama es más hábil al promover la desestabilización de los gobiernos progresistas de Ecuador, Bolivia, Brasil y antes en Argentina. La visita a Cuba se reduce a una estrategia para penetrar en América Latina, continente muy olvidado – y hasta ignorado – según expresiones de la candidata demócrata a la presidencia, Hillary Clinton.
Frente a esta faramalla del poder hemos podido observar cómo el pueblo argentino se ha manifestado, especialmente en la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, rechazando la política reaccionaria del gobierno de Macri, que incluso, está dispuesta a pagar a los especuladores, poseedores de los “Fondos Buitres”.
La dictadura argentina tuvo características distintas a la chilena: en primer lugar, en ese país los militares se constituyeron en un verdadero partido político, por el cual se repartían el poder entre los caudillos militares – Videla, Galtieri, Menéndez -; en Chile, el tirano Augusto Pinochet y su mujer se apropiaron del poder y, además se robaron el dinero del Estado sin ningún contrapeso, con el silencio de la justicia y de un pueblo consumido por el miedo y con altas dosis de estupidez – hay que pensar que Pinochet, ya en democracia, tuvo el 40% de apoyo popular y, hasta hoy, el Estado no ha podido recuperar los bienes robados por los Pinochet-Hiriart, especialmente a través de CEMA-Chile.
En Argentina, al menos, las principales alimañas militares fueron juzgados durante el gobierno de Raúl Alfonsín, mientras que en Chile Pinochet y el Presidente Aylwin practicaban “la amistad cívico-militar”, sobre la base del lema “la justicia en la medida de los posible”, es decir, cero justicia.
En Argentina, el Presidente neoliberal Carlos Saúl Menem amnistiaba a los criminales de lesa humanidad e imponía la ley de punto final. A los Presidentes Néstor y Cristina Kirchner Argentina les debe el hecho de que los militares no hubieran terminado impunes. En Chile, a los traidores de la Concertación les debemos el que Pinochet hubiera sido declarado demente y muerto en su cama, rodeado de sus familiares, y en la actualidad, su conyugue goce del botín legado por su marido, a vista y paciencia del gobierno y de la justicia – es inaudito que la fundaciones de Lucía Hiriart sean dueñas de plazas comunales y múltiples propiedades que aún regenta -.
Los gestos en política son muy importantes, pero la frase “nunca más” me parece una simple expresión de buenos deseos si no va acompañada de la proscripción de todos los responsables y colaboradores “pasivos” de las dictaduras de seguridad nacional, tal cual se hace en Alemania con los nazis.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
25/03/2016