CUBA NO ES ajena a la filosofía de “cambio de régimen” elaborada por Estados Unidos a lo largo del siglo XX y que sistemáticamente aplica a todos los países. Sin embargo, con Cuba la practican de modo diferente.
Esta ideología no significa necesariamente imposición de sistemas políticos, sino exigir de otros la aplicación de políticas que no contradigan los intereses generales de Washington. Y aunque no es totalmente cierto, diferenciamos al resto de la nación de Washington, porque la perpetuidad bélica y las tragedias humanas que éstas ocasionan a la población tanto por la muerte de sus jóvenes, como por los desvíos de recursos que limitan atender esenciales necesidades públicas crea cuestionamientos y también protestas.
Un ejemplo de esos cuestionamientos son las tendencias que observamos en las preliminares de estas elecciones de noviembre próximo. Pero el distanciamiento entre esa práctica y algunos diferentes criterios de la población no es total, porque existe también un sentido de superioridad en el ideario popular. Esta manera de pensar tiene sus fundamentos en razones particulares de historia y estilo de vida, pero sobre todo en la ausencia de información ampliada sobre las culturas y particularidades de los sistemas políticos de otras naciones.
Dicha filosofía, aunque es aplicada de manera selectiva, carece de homólogos en la arena internacional si se compara con Cuba. En este caso nos encontramos ante un especial ensañamiento. No sólo por la intensidad con que la aplican y la desfachatez de sus diplomáticos con sus injerencias en los asuntos internos de la Isla, sino por la manipulación abierta con que actúan en el campo de su política exterior.
Un elemento que resalta en las relaciones con Cuba es que todo acercamiento pasa por entrevistarse con los llamados “disidentes”, o sea aquellos que quieren un cambio de sistema. Contradictoriamente cuando visitan dictaduras feroces como la de Arabia Saudita, donde las ejecuciones capitales están a la orden del día, no piden entrevistarse con los chiítas de las provincias orientales o con las mujeres desafectas por su exclusión casi total de la vida pública o con otros disidentes que quieren terminar con una monarquía absolutista, apoyada y defendida por Estados Unidos.
También podríamos decir que Cuba, para ser recíproca, debía reunirse en Estados Unidos con los disidentes de allí, quienes existen, aun cuando nunca aparecen en sus periódicos. Los movimientos de ideología trostkista y comunista, o los sectores negros que rechazan el sistema político del país, son los disidentes estadounidenses. Pero Cuba no lo hace porque practica una política seria, nos guste o nos disguste decirlo. Además, estos disidentes son tan irrelevantes como los de Cuba.
Los estadounidenses que apoyan su sistema político, aun cuando sus criterios no estén representados en el gobierno, no son opositores, sino que forman parte de la diversidad de opiniones dentro del proceso. Opositor es quien predica un cambio de sistema político. En Cuba existe una amplia gama de opiniones que apoyan el proceso y discrepan de las políticas del gobierno, sin embargo, no son opositores y rechazan ser considerados como tales.
Así como Cuba nunca anuncia reunirse con la oposición en ningún país que visita, Estados Unidos tampoco acostumbra hacerlo, excepto cuando se trata de Cuba. No se conducen así con el resto de los países ya sea porque son afines o bien porque no les interesa hablar con quienes se oponen al statu quo. Cuando visitan China o Vietnam o la propia Rusia, aun cuando no aceptan su sistema político, evaden el tema porque son poderosos y quieren evitar confrontaciones inútiles.
Es la ley del embudo y lo peor de todo es que esa conducta confunde a personas honestas que nunca se han planteado las cosas que aquí decimos. En primer lugar, porque el término oposición es manipulado para que quienes escuchen no entiendan y en segundo, porque la prensa no lo explica y quienes lo hacemos no tenemos acceso a la misma. Incluso si somos demasiado libre pensadores, los propios procesos que apoyamos nos ignoran.
La normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos llegará cuando la Isla sea medida con la misma vara que aplican al resto de las naciones, incluyendo aquellas que son de su total desagrado.
La hipocresía y los compromisos con falsos valores, como el maridaje con el remanente conservador cubano de Miami, junto a algunos vivos que viven en Cuba y se definen como víctimas, son parte de esa intromisión, la cual, lamentablemente, erosiona un camino que está en espera de ser pavimentado para recibir la primavera.
Así lo veo y así lo digo.
*Periodista cubano residente en EEUU.