Parece que al príncipe se le aguó la fiesta. La generalizada sensación que del alud de la corrupción no se salva nadie, avanza hacia su comprobación, en el caso de MEO, por la vía vergonzosa de ser descubierto vinculado con corruptos de aquí y de allá.
Adiós al progresismo, a la idea de que solo los del duopolio son frescos de raja. Adiós a la idea de refundar el país sobre la base de emparejar la cancha y cambiar lo que haya que cambiar, desplazando a los malos y dejando espacio a los buenos progresistas al mando de su campeón impoluto, joven, distinto de los viejos políticos y diferenciado de la vieja política.
Muy atrás va quedando la idea de un acuerdo con la Nueva Mayoría para elevar a condición de salvador de su proyecto a Marco Enríquez Ominami, luego que Peñailillo, el delfín bacheleteano naufragara en medio de acusaciones de chamullos varios, enriquecimiento trucho y otras linduras cubiertas por la nebulosa de la complicidad de sus adláteres.
Ni corto ni perezoso, Marco se apunta como otro bergante en la ya fétida escena nacional. Y lo que se le viene es un marzo complicado.
Las preguntas comienzan a escocer: por qué no declaró el avión, qué recibiría a cambio de los empresarios brasileños corruptos y su corrupta empresa, cuánto le salió el chiste y como lo pagó.
Marco intenta desmarcarse pero comete otro error: sacarse el pillo, como dice el habla de la calle, por la vía de estrujar a un ya reseco senador Pizarro, ese casi zombi político que no sirve siquiera para destrabar un cheque sin fondos.
Lo que necesita con urgencia Marco es un evento tal que le permita salir del atolladero mediante algo espectacular. Pero eso no existe.
Y seguro que los rudimentos de su educación racional, laica y de calidad que recibió en Francia, ya la habrá advertido que una confesión, una solicitud de perdón y un temprano retiro a la espera de que el sistema se resetee para salvarlos a todos, se imponga una ley de amnistía y todo de nuevo, no es desdeñable.
El caso es que da la impresión que con ese avión capotó esa promesa de la política que ya se veía, sumando y restando, dirigiendo los destinos de esta larga y ancha faja de corrupción.
Habrá caído también en picada ese último esfuerzo por parecer de izquierda por la vía de la peregrina idea de vincularlo con la mítica de su padre, incluso con su verso favorito: con todas las fuerzas de la historia.
Y se habrá comprobado que lo barato sale caro.
Un avión de lujo, prestado como quien presta el auto, en un país en que la seguidilla de hallazgos tiene a medio mundo hurgando sinvergüenzuras de los otros para tapar las propias, era un riesgo que debió ser evaluado.
En el país del consenso y las cocinerías, nada como un buen empate.
Este país es demasiado entretenido. No hay día en que no nos informemos de un hecho que por sí solo hace reír, pero comparado con los que lo anteceden, es un pelo de la cola.
Reiteramos nuestra convicción: el pesimismo es el mejor predictor.
¿Las cosas se van a arreglar? No, van a empeorar. ¿Se hará justicia? No, se va a tapar todo por la vía de reuniones secretas que van a instalar la idea de la salvación nacional para evitar el desplome de la obra neoliberal. ¿Se irán a prisión los corruptos que han cometió un delito? No. Serán condenados a dos padre nuestro y un ave María.
¿Se sabrá la dura respecto del origen del avión? Jamás. Solo chamullos.