Noviembre 16, 2024

La nueva utopística: defender y liberar los territorios

 

Todas las variantes que pregonabanla transformación de las sociedades han quedado hechas añicos, se volvieron confeti de colores. La realidad del mundo de hoy, globalizado, interconectado, hiper-tecnológico y alcanzando los máximos históricos de la explotación ecológica y social, ha enviado las principales propuestas del cambio social al depósito de lo inservible. Ni la revolución armada ni la reforma por la vía electoral son ya caminos viables y adecuados para emancipar a las sociedades. Ante la crisis de la modernidad industrial necesitamos de una transformación civilizatoria. Y eso implica la revisión del pensamiento crítico y las acciones emancipadoras y de la adopción de nuevos paradigmas. El viejo dilema entre reforma o revolución ha quedado superado y desbordado por la compleja realidad. Los revolucionarios y los reformistas de todo tipo se han vuelto anacrónicos. Estamos ante una singular paradoja: han surgido los revolucionarios decadentes y los reformistas obsoletos, los que aún siguen actuantes y aún más protagonizando numerosas batallas cuyo triunfo es imposible.

 

 

Hoy, intentar una transformación de las sociedades mediante la vía de las armas es el acto más descabellado que se conoce. Atrás quedó la épica revolucionaria que, serenamente analizada, indujo actos de suicidio colectivo y de demencia general alimentados por la política y la ideología convertidas en religión o en dogma. Hoy, intentar una revolución armada es dar a los grandes aparatos tecno-militares la oportunidad de probar sus nuevos y sofisticados armamentos basados en la aplicación de las ciencias de frontera, como la robótica, la nanotecnología, la electrónica, la balística, la tecnología satelital, la geomática, etcétera. Solamente las 10 grandes corporaciones fabricantes de armas en conjunto realizaron ventas en 2013 por 202.4 mil millones de dólares, y emplearon a más de 900 mil trabajadores, incluyendo unos 100 mil científicos (ver). Un dron (avión sin piloto) puede ¡localizar una huella humana a 1.5 kilómetros de distancia!

De la vía electoral no puede decirse menos. La llamada democracia representativa, la que domina como práctica, se ha vuelto una ilusión alimentada puntualmente por los aparatos de la propaganda y los anestésicos de los explotadores. El poder económico actual, el capital corporativo, controla, domina y determina a las clases políticas del planeta como si fueran mansos rebaños de ovejas. La llegada de partidos o dirigentes aparentemente alternativos, o son meramente temporales, es decir, tolerables por un tiempo, o son fácilmente cooptables o eliminables. La fantasía de la democracia cosmética, la idea de que el voto da mágicamente representatividad a un individuo, es irreal en tanto no exista un efectivo control social sobre las decisiones cotidianas del representante. Y eso tiene que ver con la ausencia de la escala y del espacio, con la existencia de una democracia desterritorializada y sin control social. Sólo un sistema que elige representantes por territorios o regiones y que va escalando en la construcción de una estructura de abajo hacia arriba, bajo el riguroso principio de mandar obedeciendo resulta real. Se trata de poner en práctica una verdadera democracia participativa, radical o territorial (grassroots democracy).

Hoy, la nueva utopística (según la acepción que ofreció I. Wallerstein) es la creación gradual y paulatina de zonas emancipadas, de islas ganadas al control ciudadano o social, de territorios defendidos primero y liberados después. Defendidos y liberados de los poderes políticos y económicos que en pleno contubernio explotan hoy a la gran mayoría de los seres humanos. Se trata de islas anticapitalistas, contraindustriales, posmodernas, cuya consolidación y concatenación van dando lugar a territorios liberados que comenzaron defendiéndose y hoy han logrado emanciparse porque ahí domina el poder social, llámese como se llame (autogobierno, autogestión, soberanía popular). La nueva utopística es lo que visualizaron Boaventura de Sousa Santos y André Gorz, es “… el socialismo, raizal, ecológico y tropical” de Orlando Fals-Borda, “… las prácticas emancipatorias descolonizadas” de Raúl Zibechi y la vuelta a esa esfera doméstica de la reproducción de la vida detectada por Fernand Braudel.

La nueva utopística se está construyendo tanto en territorios rurales como urbanos, e implica, por supuesto, un esfuerzo de conciencia, trabajo y solidaridad que no es nuevo, sino que simplemente fue diluido y olvidado en el imaginario de la modernidad, pero que aún está presente en los pueblos tradicionales (campesinos, indígenas, de pescadores) como práctica normal y cotidiana en su reproducción de la vida misma y que se expresa a través de filosofías autóctonas como el buen vivir (Andes), la minga o la comunalidad (Mesoamérica).

En México, como en buena parte de la América Latina y algunos países de Europa, esta tercera vía que conduce a una efectiva transformación civilizatoria avanza a pasos agigantados. Pocos lo ven y casi nadie reconoce su trascendencia. Ello es resultado de una historia cultural de unos 7 mil años, de una tradición de lucha social de más de 200 años, de la revolución agraria de inicios del siglo XX, de las condiciones de extrema explotación y deterioro que hoy se sufre, y hasta de la vigencia de iconos que movilizan a millones como el maíz, Emiliano Zapata o la Virgen de Guadalupe. En próxima entrega haremos una evaluación detallada de los avances logrados por esta nueva utopística en México, incluyendo la ubicación y extensión de territorios, y adelantaremos premisas sobre su gran potencial y su consolidación. Esté pendiente.

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *