La muerte de un general cobarde, genocida y traidor, luego de motivar escuetas notas en la prensa y variadas reacciones en redes de internet, dejó las cosas donde mismo: la impunidad no es cosa nueva. Peor aún, es una condición con la cual vivimos los chilenos como lo más natural. Como respirar, como deber dinero.
Desde la perspectiva de la moral, de los derechos humanos y de la decencia mínima en la que debe vivir un país, resulta un agravio un caso así.
Del mismo modo, nos hemos acostumbrado, medios de comunicación mediante, a la existencia de una guerra de baja intensidad que cada día ofrece nuevas escaramuzas en las cuales sucede, calcado, casi siempre lo mismo: tropas de ocupación intentan controlar al costo que sea a los mapuche y apalean sin misericordia al trabajador o poblador que sale a la calle en su legítimo derecho a protestar.
Pero lo que sucede en el territorio mapuche tiene visos de una gravedad extrema. No se sabe cuánta tropa, ni de qué tipo es la que está desplegada en esas tierras. No se sabe el tipo de armamento que usa, el presupuesto que despilfarra, ni el nombre de sus aguerridos comandantes.
Lo que sí se sabe, que esas tierras sirven como hechas a mano para desplegar las tácticas contrainsurgentes que no está de más mantener a punto.
Las operaciones de ocupación de esos territorios cuyos habitantes exigen reparaciones ancestrales están siendo dirigidas por un Ministro del Interior, con la venia de su presidenta, que sabe lo que hace. La idea es no dejar espacio para la articulación, el libre tránsito, la acción coordinada de la gente agredida a diario, que sufre escandalosos montajes y a la que intentan doblegar por la vía de una cuasi guerra prolongada.
Y tal como lo explican los manuales contrainsurgentes norteamericanos, se utiliza el terror contra mujeres ancianos y niños, como un arma que no deja huella evidente y que controla y aterra.
En esa patriótica labor hacen su mejor empeño tropas del Cuerpo de Carabineros, las que, como dice su himno, son del débil el protector.
Armados como para la ofensiva final, las Fuerzas Especiales se empeñan en pasar a la historia como aguerridos comandos capaces de asaltar, controlar y despachurrar una mediagua en la cual se esconden aterrados, mujeres, ancianos y niños.
Bajo los principios de la verticalidad del mando, la obediencia debida, los protocolos de combate y los reglamentos disciplinarios, los mandos, desde la presidenta hasta el último de esos héroes, encuentran sus justificaciones para esa ocupación militar que viola todo aquello que los principios, los valores, las antiguas ideas de igualdad, fraternidad y libertad y los tratados internacionales a los que el Estado chileno está obligado a observar.
Les vale callampa.
Una de las grandes deudas que enfrenta gente como Michelle Bachelet, sus antecesores y adláteres, es no haber entendido, y si lo hicieron, doble felonía, y haber aceptado, que el huevo de la serpiente golpista y criminal sobrevivió vivita y golpeando en el seno de las instituciones armadas. Y quizás donde más.
Peor aún, ni cortos ni perezosos, les han entregado ingentes recursos financieros, muchos de los cuales se los han robado, refuerzos legales para ejecutar sus abusos y prestas justificaciones cuando se les pasa la mano, que es casi siempre.
La herencia bacheleteana tiene un vergonzoso ribete en términos de abusos en contra de la gente más desposeída y abandonada por sus gobiernos, política y antiguas ideas de izquierda.
A esta señora parece que le gusta el garrote.
Hemos dicho que es suficientemente subversivo y revolucionario proponerse la refundación del país sobre bases de mínima decencia, honradez e higiene. Con esas condiciones programáticas, una convergencia de gentes decididas tiene como para encarcelar a los corruptos y hacer justicia ahí donde se negó compulsivamente por los sinvergüenzas que se han aprovechado de los anhelos de la gente silvestre.
Recién no más Instituto de Derechos Humanos ha presentado una querella en contra de Carabineros, ¡Oh! ¡Paradoja! ¡Un organismo del Estado se querella contra otro organismo del Estado!, por el ataque de los uniformados a la comunidad María Colipi, donde resultó herido de bala un hombre.
Más al norte, la diputada Yasna Provoste pide al gobierno terminar con la represión inaceptable en contra de los trabajadores públicos de la Tercera Región, por parte del Cuerpo de Carabineros.
Quienes quieran optar por dirigir un país más limpio, responsable y honesto, deberán partir por comprometerse a enjuiciar desde los más altos jefes policiales, hasta el último carabinero de la tropa que se haya involucrado en apaleos inmisericordes, torturas a mocosos de catorce años, tocaciones inmorales a niñas, disparos a mansalva en comunidades mapuche y apaleos indiscriminados a los trabajadores que salen a protestar haciendo uso de un derecho que se creía bien ganado cuando terminó, se supone, la tiranía.
En una nación que se respete a sí misma, una policía como la existente en Chile no tiene cabida. O es derechamente una dictadura encubierta.