En el Día de la Mujer habría que destacar a dos grandes chilenas entre muchas otras: Patricia Verdugo quien, en su libro Los zarpazos del Puma, publicado por Chile-América – copiado también en miles de ediciones piratas – denunció valientemente las atroces masacres perpetradas por el militar Sergio Arellano Stark y su comitiva en la “caravana de la muerte”, que recorrió varias ciudades del país con un mandato perentorio del tirano Augusto Pinochet, que daba poderes absolutos a Arellano para resolver las situación de los presos políticos, juzgados por esos aciagos días en consejo de guerra o, simplemente, se encontraban en las cárceles. Desafortunadamente, Patricio Verdugo ya no está entre nosotros.
La segunda mujer a destacar es Carmen Hertz, luchadora incansable en la denuncia permanente en la defensa de los derechos humanos y del desenmascaramiento de los genocidas de la dictadura. Gracias a su tesón, después de muchos años de denegación de justicia, al menos se logrado el conocimiento de las brutalidades perpetradas por los agentes de la dictadura, en especial del caso de “la caravana de la muerte” – su esposo, Carlos Berger, periodista comprometido, fue uno de los ciudadanos masacrados cruelmente por la comitiva, presidida por Arellano -.
La justicia chilena se había comportado como una verdadera ramera ante la Junta Militar, incluso en época de la “transición a la democracia”, y Augusto Pinochet se había erigido en senador vitalicio a fin de esquivar a la justicia – por el fuero – y nada había avanzado en el esclarecimiento de la masacre, llevada a cabo por la comitiva de Arellano – así como de los innumerables delitos de lesa humanidad, perpetrados por militares y sus cómplices civiles -.
Una vez aprobada la extradición a España por parte de la Cámara de los Lores, las presiones del Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle y su ministro del Interior, José Miguel Insulza Salinas ante el ministro del Interior inglés, Jack Straw, quien decidió permitir el regreso del tirano por supuestos motivos humanitarios Tímidamente los tribunales se atrevieron a abrir procesos a los esbirros del dictador
El valor del juez Juan Guzmán Tapia permitió, en 1999, la detención de Pinochet y de cinco oficiales retirados por su participación en el caso “caravana de la muerte”. Este juez fue el primer magistrado que se atrevió a someter a proceso al Augusto Pinochet.
Pinochet es el modelo de todos sus esbirros genocidas y lo han seguido en el arte teatral de simular trastornos seniles. Una vez que la justicia se atreve a someter a proceso a estos criminales de lesa humanidad, todos aparentan padecer enfermedades mentales, con lo cual evaden el pago de la pena – aún en estas circunstancias siguen siendo cobardes, igual que su maestro, que quedó impune haciéndose el demente -.
Arellano Stark, igual que su líder, muere en la más absoluta impunidad, sin haber pisado ni un solo día la cárcel, donde debiera haber estado por haber dirigido una de las masacres más brutales de nuestra historia.
La memoria histórica es, de por sí, revolucionaria y reparadora, por consiguiente, a pesar del tiempo y de los esfuerzos de algunos gobernantes y magistrados por mantener la impunidad, esperando que la muerte se lleve a los actores, no hay que olvidad nunca a las víctimas y la brutalidad con que fueron exterminadas por carniceros, como los integrantes de la “caravana de la muerte”, entre ellos, su cabecilla Sergio Arellano Stark, Sergio Arredondo, Pedro Espinoza, Marcelo Moral Brito, Armando Fernández Larios, y otros.
Siempre me ha parecido el “nunca más” como un lugar común. Desgraciadamente, las brutalidades llevadas a cabo por la “caravana de la muerte” podrían repetirse y así lo prueba la historia de la humanidad; nuestra única defensa es el poder revolucionario que conlleva la memoria histórica. Parodiando a Francis de Quevedo, en su poema Amor constante más allá de la muerte:
“Su cuerpo dejará no su cuidado.
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán,
Mas polvo enamorado”
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
10/03/2014