La DC, como es sabido, dice fundar su teoría política en las enseñanzas del catolicismo.
En las ideas sociales del catolicismo laico, más o menos intensas según la época (ya casi no se habla de Bloy, Mounier o Maritain), en las encíclicas papales que critican el capitalismo y el comunismo y proponen reformas y en los flujos que normalmente emanan de las jerarquías católicas nacionales. Sus ideas centrales sobre la persona humana y la sociedad provienen de filósofos católicos medievales como Tomás de Aquino, todos ellos destacados “padres de la Iglesia”, herederos del creacionismo judeo cristiano y su dogmatismo.
No es obligatorio ser católico para ser demócrata cristiano (está el caso de don Jaime Castillo Velasco, que no lo era, o el de Julio Silva Solar, que terminó siendo ateo declarado) pero la tradición judeo cristiana, que evidentemente tiene un insoslayable peso religioso, impregna, a cada uno a su manera, e influye en la ideología de dirigentes, senadores, diputados y en el núcleo conservador del partido.
Bueno, veamos. La cultura judeo cristiana más básica se encuentra en la biblia y, allí, en el libro del Génesis, escrito al parecer por Moisés unos 500 años antes de Cristo.
Según la antigua leyenda, el ser humano, creado por Dios a su imagen y semejanza, cayó por ambición y soberbia, en el llamado pecado original. Moisés (inspirado nada menos que por Dios) culpa a la mujer de los males de la humanidad.
El sexo femenino, secundario y subordinado, creado de una costilla de Adán, fue el ser viviente utilizado por Lucifer para hacer que el hombre cometiera el pecado original. El pecado de soberbia en el que había caído el mismo Lucifer cuando era Luzbel.
Eva dio de comer la manzana a Adán. Estuvo el árbol, claro, y la serpiente, pero la serpiente era sólo el disfraz de Lucifer, que buscaba, en su infinita maldad, que también pecara (se condenara) la nueva criatura recién creada por Dios.
Cayeron en el pecado y Dios los expulsó del paraíso. Se condenó a la especie humana a nacer con el pecado capital y a condenarse a los infiernos, irremediablemente, por millones de años, hasta que hace apenas 2 mil años nació el hijo de Dios, Jesús, para ofrecernos perdón, con su sacrificio.
Este es uno de los meollos de la doctrina judeo cristiana, extremada por la teología católica, que algunos católicos reviven cuando les conviene políticamente. Frei Montalva, por ejemplo, no lo hizo nunca y bajo su gobierno se ejerció el control de la natalidad.
Ahora la ética decé ha variado y, como es necesario distinguirse del laicismo socialista, se recurre el Génesis. La ética se subordina a la política.
El enfoque vuelve a ser militantemente conservador.
Somos pecadores. La especie humana nace con el pecado, y por culpa en primer término de la alianza demonio-mujer. Dios nos ha querido decir, desde los inicios, que detrás del pecado está ella, Eva.
Por ello, a pesar de la cercanía a Cristo de María de Magdala, de Marta y de María la hermana de Lázaro, no hay “discípulas” de Cristo, según el catolicismo. Sólo varones. No hay fieles mujeres en las cúpulas sacerdotales, no hay entre las mujeres el poder de transformar el pan y el vino en el cuerpo y sangre del fundador. La mujer, por pecadora, está subordinada al hombre.
Por ello para algunas y algunos DC (recuérdese a Soledad Alvear, que debe pensar muy parecido a Gutenberg Martínez) la DC chilena no puede aceptar la despenalización del aborto en los casos de violación.
Existen el demonio y existe Eva. Y existe el pecado original y simplemente el pecado.
El Estado no debe atentar contra la vida de un ser humano que es fruto de una relación sexual por el solo hecho de que ella ha sido forzada e incluso producto de una violación. Habrá que sancionar al violador y, ¡ojo! (como diría Pinochet), habrá que entender (suponer), en todos los casos, la influencia que el demonio tiene sobre la mujer (Eva) y la influencia que toda mujer tiene en el acto sexual reproductivo. Y la capacidad innata de la mujer para pecar y mentir.
“Si se acepta el aborto por violación, se habrá aceptado el aborto a todo evento”, dicen.
¿Quién reclama la violación si no la mujer? piensan. ¿Y cuándo la declara? ¡Cuando ella quiere!
Ella, Eva, define cuándo abortar y cuando no.
Se habrá abierto, entonces, de par en par la puerta para que sea la mujer, y solo la mujer, el ser que ante sí resuelva sobre la vida del que está por nacer. El aborto libre caerá sobre nuestras cabezas.
¿Podrá mentir ella frente al suceso que da origen a una nueva vida? Podrá hacerlo y seguramente lo hará.
El doctor y filósofo nativo, Jaime Mañalich, ex ministro de Piñera, y apoyador de la DC en este caso, ha declarado recién en TV que hay que oponerse a la despenalización del aborto por violación, porque “si el administrador de La Moneda mintió, cómo no van a mentir las mujeres que quieran abortar”.
No se trata, entonces, sólo de defender la vida del feto; se trata ahora de la creencia judeo cristiana sobre el pecado original, el demonio y la “intrínsecamente perversa” Eva de todos los tiempos.
Ya la DC no es hoy, en esta materia fundamental, la DC del gobierno de Frei y de antes de 1964.
Ya la DC no se inspira en León Bloy, en Mounier o en Jacques Maritain, en el socialismo comunitario o el comunitarismo de Jaime Castillo, Chonchol o Julio Silva. Para oponerse al “pecado social” de este gobierno pone sus ojos en el Génesis, en el demonio y en la pecadora Eva. ¡Dios nos pille confesados!