Noviembre 18, 2024

El papel de la ética en las políticas de desarrollo

Lo que tiene de original la lógica de desarrollo de esta nación es, justamente, su capital simbólico, que tiene como base valores espirituales como el sentimiento de libertad e independencia, de cooperación y solidaridad, que marca la historia de este país desde la lucha de los esclavos hasta la implantación del socialismo. Muchos en el exterior ignoran cuán arraigada está esa ética revolucionaria en el pueblo cubano, y apuestan a que en breve Cuba será una miniChina, políticamente socialista y económicamente capitalista.

 

 

Ese peligro existiría si Cuba abandonara lo más precioso que posee: su capital simbólico. Este país no posee muchos bienes materiales, y los pocos que tiene han sido repartidos para garantizarle a cada habitante su derecho a la dignidad como ser humano. Pero pocas naciones del mundo son ricas, como Cuba, en capital simbólico, encarnado en figuras como Félix Varela, José Martí, Ernesto Che Guevara, Raúl y Fidel Castro.

 

Ese capital simbólico no es solo un resultado de la Revolución victoriosa en 1959. La Revolución lo potenció, pero es consecuencia de siglos de resistencia del pueblo cubano a los dominadores españoles y estadounidenses. Es resultado del profundo sentimiento de independencia y soberanía que caracteriza a la cubanía y marca la gloriosa historia de este país.

 

Pero no seamos ingenuos. La corrupción no tiene ideología. Se inmiscuye en la derecha y en la izquierda. Es un virus que penetra cuando el revolucionario pierde su inmunidad ideológica. Y eso ocurre cuando se despersonaliza, fascinado por las funciones que ocupa en la estructura de poder. La función se torna más importante que la persona, y esta hace cualquier cosa para no perderla, como un náufrago que se aferra al tronco en medio de la borrasca marina.

 

Corrupto no es solo quien facilita el logro de intereses que no son los de la colectividad a cambio de sobornos y ventajas. Corrupto es también quien se encierra en su burbuja de cristal y no admite críticas ni, mucho menos, que lo depongan de su supuesta posición de general para asumir el puesto de simple soldado en las trincheras de la Revolución. El corrupto nace de la ambición desmedida, de la vanidad exagerada, del autoconvencimiento de que es intocable e insustituible, y se ampara en la certeza de la impunidad. Y todo corruptor tiene olfato suficiente para captar a distancia el olor de derecha del corrupto.

 

Si la Revolución Cubana tiene el propósito de perdurar como “un sol del mundo moral”, según la feliz expresión de Luz y Caballero que da título al clásico de CintioVitier sobre la eticidad cubana, y si el desafío es perfeccionar el socialismo, la cuestión ética se torna central en los procesos de educación ideológica. Cada cubano debe preguntarse por qué Martí, que vivió casi quince años en los Estados Unidos, no vendió su alma al imperialismo ascendente. ¿Por qué Fidel y Raúl, hijos de latifundista, educados en los mejores colegios de la alta burguesía cubana, no vendieron sus almas al enemigo? ¿Por qué el Che Guevara, médico formado en Argentina, revolucionario consagrado en Cuba, ministro de Estado y presidente del Banco Central, osó franciscanamente abandonar todas las honras políticas y las facilidades inherentes al ejercicio de sus funciones de poder para internarse anónimamente en las selvas del Congo y de Bolivia, donde la muerte lo encontró en estado de total penuria?

 

He aquí la respuesta: el sentido. La vida de cada ser humano se define por el sentido que le imprime. Y ese sentido solo se transforma en capital simbólico cuando está enraizado en la ética.

 

Como me dijera Fidel: “Un revolucionario puede perderlo todo, hasta la vida, menos la moral”.

 

El capitalismo, con su poderosa maquinaria de publicidad, quiere que la humanidad tenga como sentido el tener y no el ser.

 

Quiere formar consumistas y no ciudadanos y ciudadanas. Quiere una nación de individuos y no una comunidad nacional de compañeros y compañeras.

 

El socialismo apunta en la dirección opuesta. En él, lo personal y lo social son caras de la misma moneda. En él, cada ser humano, con independencia de su salud, ocupación, color de la piel, condición social, está dotado de una dignidad ontológica y, como tal, tiene derecho a la felicidad.

 

Esa es la ética que debe cultivarse para que, en el futuro, Cuba no llegue a ser una nación esquizofrénica, con una política socialista y una economía capitalista. El socialismo de una nación no se mide por los discursos de sus gobernantes. Ni por la ideología del partido en el poder. El socialismo de una nación se mide por la amplitud democrática de su sistema político, efectivamente emanado del pueblo, y, sobre todo, de su economía, en la que todos, ciudadanos y ciudadanas, tengan iguales derechos a compartir los frutos de la naturaleza y del trabajo humano. Por eso considero que el socialismo es el nombre político del amor.

 

Anexión simbólica

 

En el mapa político, Cuba es hoy lo que expresara hace 200 años Luz y Caballero: “Tan isla en lo político como lo es en la geografía”. Esa coyuntura exige, más que nunca, que la Revolución no sea relegada a la condición de hecho histórico del pasado, sino que represente una conquista a ser perfeccionada, sobre todo en sus fundamentos éticos. Si hoy no existe ya el peligro de que el imperialismo pretenda la anexión territorial del país, persiste, sin embargo, la amenaza constante de la anexión simbólica de la conciencia del pueblo cubano. Para esa amenaza, el antídoto más eficaz es la ética, el sentimiento de justicia, la fidelidad a los valores espirituales. Vale recordar lo que escribió mi querido amigo y hermano en la fe cristiana, CintioVitier: “Lo que está en peligro, lo sabemos, es la nación misma. La nación ya es inseparable de la Revolución que desde el 10 de octubre de 1868 la constituye, y no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto.

 

 

“Si la Revolución fuera derrotada caeríamos en el vacío histórico que el enemigo nos desea y nos prepara, que hasta lo más elemental del pueblo olfatea como abismo. A la derrota puede llegarse, lo sabemos, por la intervención del bloqueo, el desgaste interno y las tentaciones impuestas por la nueva situación hegemónica del mundo”.

 

Termino mi intervención con unas palabras de Martí en La Edad de oro: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”. Hablemos de la luz, busquemos siempre más luz.

 *Fraile dominico brasileño, teólogo de la Liberación

 

 

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