Noviembre 16, 2024

Crisis de dominación Plutocrática

  José Ortega y Gasset que, sin duda, es uno de los mejores  publicistas de la lengua española, escribió uno de los textos más sugestivos en  la Revista de  Occidente titulado  El tema de  nuestro tiempo. En efecto, cada época tiene un problema central a resolver: después de concluida la Primera Guerra Mundial, el desafío que se enfrentaba era el derrumbe  de la democracia parlamentaria y el conflicto entre los regímenes estalinistas versus el fascismo-nazismo y, como telón de fondo,  se presentaba la crisis de representación y de las instituciones políticas.

 

 

           En la actualidad vivimos  una nueva crisis de dominación oligárquica que pone en cuestión no sólo la democracia, sometida a los bancos y a las grandes empresas, sino también a todas las instituciones que le son consubstanciales – el sufragio, el régimen político, los partidos políticos, en fin la esencia de la misma política -.

           Los tópicos que caracterizan la actualidad política no son muy distintos a los ocupados por los cientistas políticos, sociólogos y economistas pertenecientes a la escuela de las élites del siglo pasado, es decir, Gaetano Mosca, (1858-1941); Vilfredo Pareto, (1847-1923); Robert Michels, (1876-1936). Los términos “clase política, casta política, crisis de las élites” son usados a diario en columnas  periodísticas y en análisis políticos, por ejemplo en España, el Partido Podemos, dirigido por Pablo Iglesias, ha hecho de la crítica a la casta política empresarial y financiera uno los baluartes de su programa político.

           Gaetano Mosca orienta su trabajo intelectual a refutar las teorías democráticas colectivistas – es especial al marxismo – en el sentido de que sería una utopía opuesta al realismo, que pretende desarrollar a través de la concepción sobre la clase política, mediante la cual el Estado no sería un órgano de clase, como  tampoco se concebiría una lucha entre explotados y explotadores, sino entre las mismas clases políticas que recurren a los dominados en momentos claves para fortalecer su poder.

           Mosca se inspira en el socialismo utópico de Saint Simon, que plantea un sistema de clases donde hay una minoría dominante y una gran mayoría dirigida. En la visión de Saint Simon las clases nobiliarias feudales son reemplazadas por las clases productivas de los empresarios, trabajadores y científicos. En el fondo, las clases generadas en feudalismo  – ociosas e inútiles – fueron reemplazadas por la clase burguesa – productivas, creadoras de riqueza, de conocimiento y de saberes -.

           Para Mosca es cierto que el descontento e indignación popular puede provocar la caída de una determinada clase dominante, pero no traerá consigo la hegemonía proletaria, sino más bien el surgimiento de una nueva clase dominante. No es sólo la fuerza el monopolio de la coerción legítima – como lo decía Weber – el que asegura la permanencia de la clase política, sino que debe tener una prestancia y autoridad moral e intelectual que le permitan mantenerse frente a la presión de los desprovistos de poder.

           Mosca tuvo siempre un gran desprecio por el sufragio universal y los sistemas electorales argumentando que los sufragistas no elegían a sus representantes, sino que tenían que seleccionar una candidatura surgida de un grupo de personas que conformaban un partido político, cuyo fin era imponer su voluntad a la gran mayoría desorganizada de electores. Para este politólogo, las elecciones del individuo ante la urna se reducían a abstenerse o votar por algún candidato con probabilidades de triunfar perteneciente a los partidos representativos de la clase política.

           Estas dos ideas de Mosca – la primera, la de la clase política, que sólo puede ser reemplazada en las crisis, debido a la presión de los dominados, o bien, a la pérdida de peso moral e intelectual de los miembros de la casta política y, la segunda,  la falsa ilusión del sufragio universal como un sistema capaz de expresar la representación del pueblo – son tópicos de plena actualidad.

           A la clase política, financiera y empresarial habría que ubicarla dentro del parámetro de las oligarquías que, por ejemplo, el caso de la democracia bancaria, se convierten en plutocracia. En el fondo, a diferencia de la concepción de Mosca, no hay un combate entre diferentes clases políticas que intentan legitimarse a través de  los sistemas electorales y del sufragio universal, sino que se ha instalado una crisis de dominación de la casta oligárquica, de difícil pronóstico.

           Por su parte, Robert Michels profundizó en su tesis  “la ley del hierro de las oligarquías” sosteniendo que toda organización entre más compleja, siempre crea una oligarquía. Por esencia, los partidos políticos persiguen la toma del poder y no ahorrarán esfuerzo para mantenerlo o para conquistarlo

           Michels comparte con Mosca y Pareto la posición crítica respecto a la democracia representativa: la democracia conduce a la Aristocracia  y contiene, necesariamente, un núcleo oligárquico.

           A comienzos del siglo XX Michels emprende el estudio del funcionamiento de los partidos políticos, fundamentalmente, la Socialdemocracia alemana, el partido más poderoso de la época y que suponía, además, sobre la base de sus principios, una negación de cualquier tendencia oligárquica. Este cientista político, en su libro Los Partidos políticos, (1911), termina formulando la tesis de que toda organización da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los representados – quien dice organización, dice oligarquía.

           Las causas de la burocratización al interior de los partidos políticos emanan tanto de razones psicológicas, como sociológicas y organizativas. Al igual que Mosca, Michels está convencido de que las masas se encuentran lejanas de la política y que, por lógica, tienden a delegar en sus representantes esta tarea. Las masas son débiles y maleables y por consiguiente, se entregan fácilmente a la conducción del líder que, muchas veces, corresponde al criterio carismático de conducción, definido por Max Weber.

           La razón más fuerte para negar la soberanía la soberanía de las masas radica, según Michels, en la imposibilidad mecánica y técnica de su realización: las masas son incapaces de tomar decisiones en el plano político. Este autor niega la idea rousseauniana del mandato directo. Citando a Louis Blanc en su polémica contra Proudhon preguntó “si era posible que treinta y cuatro millones de ciudadanos (la  población de Francia en aquella época) resolviera sus problemas sin aceptar lo que hasta el último hombre de negocios encuentra necesario: la intervención de representantes”.

           Para Michels la democracia directa, en la cual todos los ciudadanos participan y toman decisiones, se haría imposible en las sociedades de masas y con un Estado poseedor de una compleja y amplia red burocrática y de partidos políticos dirigidos por líderes especializados en política y en enfrentar los problemas técnicos, y que tienden a perpetuarse en el poder e, incluso, heredarlo a sus familiares.

           La soberanía popular, aun cuando estuviera garantizada en un sistema político representativo y si, además, aceptáramos en teoría la idea de que el gobierno parlamentario constituyera realmente un gobierno de masas, en la vida práctica no sería más que un  continuo fraude por parte de la clase dominante que por medio de “la ley de hierro de las oligarquías” (Michels) logra imponer a los líderes, y sólo le queda al elector   optar entre los candidatos  en competencia, nominados por la clase política (Mosca).

           Michels sostiene que la diferencia en un gobierno representativo entre democracia y monarquía es insignificante y solamente formal: el pueblo elige, en vez de un rey, a diversos reyezuelos, y el único derecho del pueblo es el de elegir periódicamente un cambio de amos. Como lo hemos escrito anteriormente, en el caso de la mayoría de los países latinoamericanos, lo que elige en una democracia representativa es, posiblemente, el cambio de rey-presidente, mientras no haya reelección  ad aeternum cuando la Constitución lo permite.

           Durante el período que media entre las elecciones, el ciudadano común bien podría ser objeto de agasajo – prebendas y cariño – por parte de los representantes de la  convertidos en oligarcas gracias a la clase política o bien, asalariados de su respectivo partido. En cierto sentido, el líder también forma parte de la burocracia que tiende a eternizarse en el poder.

           La persona que es acreedora de un cargo político sea por elección o nominación, tiende, por lógica, a evitar el desalojo, y si permanece por un determinado tiempo, considera el cargo que desempeña como su coto de caza o su propiedad privada. Michels captó muy bien la feudalización de la clase política, es decir, el dirigente siente su parcela de poder como el señor feudal a su feudo y, por consiguiente,  consideran como un   derecho a ser confirmado por sus camaradas y los ciudadanos, a veces con amenazas de abandonar el partido político, o tomar represalias si no se le mantiene en su cargo.

Según Michels, cuando estos dirigentes encuentran un obstáculo insalvable se apresuran a presentar la renuncia a su cargo con el pretexto cansancio y bien, motivos altruistas, como dejar el paso a las nuevas generaciones. En general, la mayoría de estas renuncias se hacen para reafirmarse en el poder ante la “obligada” petición de los subordinados que también aspiran a continuar, ojalá indefinidamente, en sus puestos de trabajo.

Al líder se le atribuyen, en la visión de Michels, cualidades superiores que le han servido por ser conducido al poder y mantenerse en él. Como en las religiones, a los hijos se les nombra con los patronímicos de los santos de la iglesia, (Pablo, Juan, Agustín Lucía…), en los partidos laicos, los hijos reciben los nombres de sus líderes (Lenín, Vladimir, León…), es decir, en el partido oligárquico se practica un verdadero culto al líder.

Vilfredo Pareto, en oposición a la teoría marxista de la lucha de clases, presenta su teoría de “la circulación de las élites”. Para él, la historia no es más que el “cementerio de las aristocracias”, es decir, toda élite está a ser reemplazada por otra puesto que degeneran con el transcurso del tiempo. En muchos casos, la élite en el poder logra incorporar elementos de las clases subordinadas, que le aportan nuevas fuerzas y vigor.

Los movimientos populares, dentro de este contexto, sólo acarrearían el fin de una vieja élite, pero llevando consigo el surgimiento de una nueva sobre la esencia de la misma.

Para las élites es más fácil mantener el poder mientras más ignorantes sean las masas, pero esta situación no es eterna – lo prueba la historia de los movimientos sociales – pues, poco a poco, los subordinados comienzan a adquirir conciencia de su situación de explotación y sumisión. Según Pareto, el surgimiento de un nuevo líder de la élite, desde su posición crítica, logra captar el descontento de las masas y, en consecuencia, la necesidad de instalar una nueva élite en el poder.

Para Pareto, las élites y las clases gobernantes emplean recursos verbales, exacerbando sus sentimientos y emociones, a fin de conquistar o bien, mantener vigente su poder y, para lograr su cometido, usará diferentes elementos que le permitan defenderse y eliminar a aquellos individuos capaces de arrebatarle el poder – la muerte, las persecuciones, la cárcel, la ruina económica, la exoneración de sus trabajos, el exilio, o bien la cooptación mediante de la incorporación de algunos descontentos a la élite en el poder -.

 

 

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