Pocas veces se lo había visto tan decidido en los últimos años. Cuando Julian Assange salió trajeado al balcón de la Embajada de Ecuador en Londres comenzaron los flashes de decenas de medios de comunicación. Allí fue muy concreto: consideró como “una victoria” al fallo de la ONU en relación a su “arbitraria detención” y pidió al Reino Unido y Suecia que cumplan con la decisión. ¿Qué dice concretamente la resolución presentada por el Grupo de Trabajo de la ONU? Que se “debe poner fin a la detención” del fundador de Wikileaks y que las autoridades británicas y suecas tienen que garantizar la seguridad e integridad física de Assange, facilitando “el ejercicio de su derecho a la libertad de movimiento de una manera conveniente”.
El propio Assange había hecho referencia a ello previamente, a través de una conferencia, al decir que “ahora se me debería permitir moverme libremente. Si no esto desautorizaría el sistema de la ONU”. Por ello habló del fallo como una “reivindicación”. No es para menos: está privado de su libertad desde hace cinco años. En junio de 2012 se refugió en la Embajada de Ecuador en Londres, donde permanece desde hace tres años y medio sin poder salir, sin ver apenas el sol, con las condiciones mínimas para poder, apenas, sobrevivir. Por ello reemplazó los sinsabores del pasado por una noticia que le ratificó que su lucha no había sido en vano.
Para el premier británico David Cameron, en tanto, la decisión de la ONU “no cambia nada”. No es la primera vez que el primer ministro incumple alguna resolución del principal organismo internacional: ya le había dado la espalda en numerosas ocasiones a la resolución 2065, que insta al Reino Unido a dialogar (y negociar) con Argentina por las Islas Malvinas. En definitiva, tanto el Reino Unido como los propios Estados Unidos, tan acostumbrados a exigir cumplimientos de otros, están ante una disyuntiva histórica: acatar el fallo de la ONU y dar vía libre a un salvoconducto que posibilite que Assange vuele a Quito, o desoír -una vez más- el reclamo de los especialistas en detenciones arbitrarias en este tema.
Hay un motivo de fondo por el que la élite política internacional intentará no tomar grandes definiciones en el corto plazo, aún cuando la propia ONU exige aquello: Wikileaks filtró 8 millones y medio de documentos que muestran la intimidad del poder global, como jamás se habían visto. Especialmente sobre EEUU, las filtraciones fueron contundentes: Assange liberó 91 mil documentos secretos sobre la invasión en Afganistán y 400 mil documentos sobre la intervención de las tropas norteamericanas en Irak. Además informó sobre las torturas en Guantánamo y brindó información sensible para la diplomacia estadounidense, relacionada a los planes para aislar a Rusia y China. Por todo esto la élite política internacional, y sobre todo la norteamericana, dilatará grandes definiciones sobre el tema, presionando por lo bajo a Cameron para que no admita el salvoconducto.
Sin embargo, y como asistimos a la configuración de un nuevo mundo multipolar, una decisiva intervención del bloque BRICS y el espacio del G77+China (133 países en la ONU) podría reimpulsar el debate sobre el tema tras este importante fallo. La moral en alto de Assange no alcanza aún para su liberación, por las presiones de lobbystas que temen a nuevas filtraciones de Wikileaks. Pero resulta difícil naturalizar que una persona pueda estar privada de su libertad por más de cinco años en una detención catalogada como “arbitraria” por la máxima instancia. Con una adecuada intervención de aquellos que verdaderamente pregonan por un mundo más justo e igual, al Reino Unido, a Suecia, y a los propios Estados Unidos no le quedará mayor margen para acatar la resolución del organismo más importante en materia de diplomacia internacional.
En caso de que eso suceda, luego vendrá otro debate, tal como anunció Correa horas atrás: “¿Quién va a resarcir el daño que se le hizo a Assange y a Ecuador?”. Pero con Assange libre, discutir aquello será otro cantar. ¿Reimpulsará el fallo de la ONU a las voces que, con total justicia, piden el fin al atropello a los derechos humanos más elementales que sufre el fundador de Wikileaks? ¿Alcanzará la moral en alto de Assange para exigir al poder económico y político internacional una liberación que, a todas luces, es tan justa como necesaria? La pelota está ahora del lado de Cameron, quien deberá definir si otorga el tan anhelado salvoconducto o sigue con su teoría de que el fallo “no cambia nada”.
* Juan Manuel Karg, Politólogo UBA / Analista internacional, CABA – Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. @jmkarg