Para nosotros, los de antes, ya es tarde. Para ustedes muchachos, que es ahora y presente, el momento resulta ser el adecuado. No lo desperdicien.
¿Qué hicimos mal, qué fue lo que no realizamos debidamente o qué cuestiones construimos a la total birulí, para tener que vivir bajo la administración de “socialistas de última hora” que, sin embargo, hace décadas se nos presentaron como “socialistas de primer cuño”?
Los escasos viejos izquierdistas de antaño que aún respiran y actúan en política -me refiero a los que siguen siendo honestos, honrados y consecuentes (por ello, escasos)-, tienen que hacerse una y cien veces estas preguntas, ya que durante el histórico y controvertido proceso del gobierno de la Unidad Popular eran –con toda seguridad- jóvenes estudiantes, jóvenes trabajadores, jóvenes pobladores… ¡jóvenes!… pero con activa participación en sus respectivas tiendas partidistas y esperanzados en ser los futuros constructores de un país, de una sociedad y de una nación más solidaria y justa.
En algún recodo del camino la ruta de varios se desvió, pues sabrá quién en qué esquina los dirigentes de entonces –no todos, por cierto, pero sí muchos- torcieron sus raíces y comenzaron a borrar lo que habían escrito con compromisos de encendida pasión política. Ocurrió poco a poco, frente a nuestras narices… y no supimos identificar el olor del aceite fenicio que les invitaba a guiar con docilidad a todo un pueblo hacia el meandro del neoliberalismo cual obediente respuesta al cántico de sirenas embaucadoras.
Cuando logramos despercudirnos de nuestro letargo, la nave socialista se encontraba muy lejos ya del territorio donde habíamos sembrado las apetecidas mieses de la igualdad y la justicia social. No pudimos siquiera cosecharlas, pues ya nada era nuestro… ni costas, ni valles, ni siembras… ni esperanzas. La traición de los cipayos había logrado obnubilar la realidad y vender incluso nuestros sueños.
Y no nos dimos cuenta a tiempo, no supimos o quizás no nos interesó hacerlo en ese instante; sólo nos percatamos de la magnitud de la catástrofe cuando ella estaba transformada en gobierno y en sistema, y este alcanzaba ya niveles de civilización. Confundidos y esparcidos cual archipiélago de grupos y referentes, los antiguos socialistas, los de verdad, los consecuentes con los ideales de siempre, los izquierdistas en serio, vimos minimizadas nuestras fuerzas y ridiculizadas nuestras ideas por la prensa del patronaje transnacional, dueño de las conciencias, almas y bolsillos de aquellos desvaídos revolucionarios de ocasión que dirigieron las masas populares en nuestros tiempos mozos, pero que ahora estaban reconvertidos a la nueva fe del neoliberalismo luego de haber sido reeducados por las poderosas cofradías del capital en lo que, torpemente, supusimos que era –para esos antiguos líderes- un doloroso exilio europeo.
Culpables ellos… responsables de la tragedia, nosotros. Hoy, con el telón ya subido y la función iniciada, nuestros mea culpa sirven tanto como una solitaria gota de agua sobre el extenso desierto de las viejas esperanzas. Roma ha sido incendiada y los ‘nerones’ financieros se agenciaron a bajos precios -rayanos en la gratuidad misma- los terrenos baldíos donde levantan coliseos cuyas dependencias venden, a precios de oro californiano, a los mismos seres que los habían ocupado históricamente hasta el momento en que las llamas les sacaron de esos lugares. “Desarrollo”, le llamaron a tamaña ignominia, así como tildaron de “resentidos” a los antiguos dueños que osaron reclamar por el desvergonzado robo del que fueron víctimas.
¿Y dónde estábamos nosotros, dónde seguimos estando, supuestamente conscientes de aquella indigna realidad? Divididos, atomizados, políticamente “archipielagogizados” por la prensa perteneciente a los predadores carentes de patria y ley, a la vez que protegida y alimentada por los duopólicos moradores de la cueva de Ali-Babá.
Alguna vez escribió Santos Discépolo “da lo mismo un burro que un gran profesor”… hoy día podemos parafrasear aquello asegurando que no hay diferencias sustanciales entre un progresista y un ultra conservador… entre un Piñera Echeñique y un Lagos Escobar… un Walker y un Bitar… un Moreira y un Correa… un Burgos y un Pinochet. Ello se debe a que hace ya 20 años desapareció la vida democrática y comenzó la sobrevivencia.
Es el momento de despertar, de volver a reconstruir las esperanzas y retomar la lucha en el mismo nivel que ambas tenían cuando las abandonamos merced a esos engaños y traiciones que aplacaron y entibiaron nuestras fuerzas… pero que no las sometieron.
La prensa electrónica independiente, junto al vigor imbatible de las redes sociales, deben esmerarse en levantar un cerco sólido protegiendo y aapoyando a las organizaciones sociales que luchan por construir una sociedad más justa, solidaria y participativa. Ha llegado el instante de provocar una renovación de verdad, profunda, de las cofradías políticas mediante la imposición popular de nuevos nombres, de nuevas ideas e incluso de nuevos referentes.
De poco sirve señalar con dedo acusador a todos aquellos que, a pesar de la vigencia reciente de una novel ley indicadora de períodos máximos para representación ciudadana, pretenderán continuar ejercitando –en este caso sería un último ‘veraneo’ en aquella financiera llamada Parlamento- lo que hacen desde décadas: la farsa de una inefable democracia de los acuerdos que protege y beneficia únicamente a las minorías dueñas de los principales intereses económicos, pues entonces lo que se requiere es sacar de circulación pública (léase ‘política’) a todos y cada uno de aquellos que llevan veinte o más años enquistados en cargos de representación popular tejiendo marañas para beneficiarse a sí mismos, pero a la vez sirviendo y obedeciendo indicaciones de quienes les allanan camino y les financian el recorrido hacia la teta fiscal.
¿No le parece a usted que es hora también de obligar a esas lapas sociales a sudar algo más de lo que hoy transpiran en sus curules? Claro que sí, pues debería llegar el minuto en que tales “servidores públicos” conozcan en carne propia el mundo del trabajo, el real, el de verdad. ¿Cuántos años llevan viviendo plácidos y gordos en la cómoda riqueza del emérito Parlamento, o ganando pingües millones en la actividad política? ¿Décadas? Tal vez más que un par de ellas. Vea usted el siguiente listado, reducido ya que sirve a guisa de ejemplo nada más.
Andrés Zaldívar Larraín (PDC): Entre 1964 y 1967, en el gobierno de Eduardo Frei Montalva, ocupó los cargos de subsecretario de Hacienda, ministro de Economía y, finalmente, ministro de hacienda… y a partir de 1989 ocupa un sillón en el Parlamento, hasta el día de hoy.
Los “coroneles” (y “asistentes de coroneles”) de la UDI: Novoa, Coloma, Merelo, Moreira, Longueira, Chadwick, tienen labios y lenguas con evidente hinchazón, pues llevan mamando de la teta fiscal desde los años de la dictadura, cuando la Junta Militar les nominó en diversos cargos (bien pagados, por cierto) pertenecientes a organizaciones como Municipalidades, Subsecretarías, Gobernaciones, Consejos varios (TVN, por ejemplo), etc., y desde 1989 –merced al sistema binominal- muchos de ellos se instalaron en el Congreso Nacional como si fuesen dueños del mismo. Algunos se han retirado temporalmente de la actividad parlamentaria (no de la política), como Lavín, Longueira, Novoa y Chadwick…temporalmente, si se me permite insistir en el término.
El político chileno-estadounidense Juan Pablo Letelier (PS), y su colega el doctor Guido Girardi (PPD), llevan ya veintisiete años enquistados en el Poder Legislativo, lo que equivale a asegurar que ambos se acercan a un record de Guinness, cual es alcanzar las tres décadas sin haber trabajado en serio ni un solo minuto. ¡Grandioso! Digno de elogio.
¿Y los hermanitos Walker, Hasbún, Espina, Tarud, Allende Bussi, Lagos Weber, Kast, Edwards, Ossandón, García Huidobro, Larraín… son acaso ’’pajaritos nuevos’ pertenecientes a la renovación de las cofradías partidistas, o más bien forman parte del conglomerado vetusto que se domicilia en la ya mencionada cueva de Ali-Babá?
Todo ello ocurre en el poder legislativo, y si extendemos la mirada hacia los partidos políticos constataremos que en sus dirigencias (mayores o no mayores) continúan actuando (lo que en alguna medida puede entenderse también como “mamando” de la ubre fiscal directa o indirectamente) conocidos personajes que arrastran sus figuras por el escenario público desde finales de la dictadura. Es el caso de Enrique Correa, Ottone, Andrade, Escalona, Auth, van Rysselberghe, von Baer, Tohá, y un etcétera que usted conoce quizás mejor que yo.
Cofradías, hermandades, pequeñas sociedades, familisterio, mafias, costras purulentas…utilice el nombre que le apetezca, pero no olvide que en esas grupos están siempre los mismos, los de ayer, los de anteayer, los de hoy… como si solamente ellos y sus parientes tuviesen capacidades para administrar, representar y guiar al país y/o a sus instituciones.
Sepa entonces, amigo lector, que esas personas –esas y no otras- son las responsables del actual estado de cosas que mantiene alimentando la caldera social que amenaza con explotar en cualquier momento… usted lo sabe… y de usted depende que tal situación no continúe creciendo.
En su conciencia, en su decisión y en su sufragio se encuentra la mejor y más pacífica y democrática solución. No replique el error que cometimos nosotros hace veintisiete años, y por favor tenga la bondad de perdonarnos por haber sido, más que ingenuos, estúpidos. No acepte sufragar por individuos candidateados totalitariamente por las cofradías políticas. Imponga usted los nombres de chilenos y chilenas que puedan ser verdadera renovación de los cuadros dirigenciales que el país requiere.
Hágalo, pues para nosotros, los de antes (que políticamente ya somos una especie de “muertos vivos’ sobreviviendo a nuestros propios errores y omisiones), ya es tarde. Para ustedes, que es ahora y presente, el momento resulta ser el adecuado. No lo desperdicien.