La llegada a América de la enfermedad provocada por el virus zika y su desarrollo abrupto crea una nueva dimensión a las patologías virales transmitidas por vectores (en este caso los mosquitos de la especie Aedes) y se convierte en el más reciente desafío para la salud pública en el mundo. Si bien la patología conocida como fiebre zika cursa con síntomas que son casi indistinguibles de los que acompañan a otras como el dengue o chikungunya (fiebre, dolores articulares, conjuntivitis y algunas dermatosis o lesiones en la piel), uno de los temas que ha generado especial preocupación es la aparente capacidad de este virus para atravesar en las mujeres embarazadas la barrera placentaria y provocar alteraciones en el desarrollo fetal.
Desde la primera descripción del virus, publicada por Dick y colaboradores en 1952, la enfermedad había permanecido confinada a algunas localidades en los continentes africano y asiático, con muy pocos reportes en la literatura científica internacional, pero en 2007 se presentaron casos en la Isla Yap, en los Estados Federados de Micronesia, y a partir de ahí el agente comenzó su desplazamiento por el océano Pacífico, llegando en 2014 primero a la Polinesia francesa y después a la isla de Pascua, hasta arribar en 2015 a Brasil, de acuerdo con un reporte de la Organización Panamericana de la Salud. Este es un hecho muy parecido a lo que ocurrió con el chikingunya, lo que muestra que se trata de un fenómeno que comienza a ser recurrente en nuestro siglo.
De acuerdo con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, sus siglas en inglés) de Estados Unidos, en la actualidad su distribución en el continente americano incluye a 20 naciones, entre ellas México, y otras en Centro, Sudamérica y el Caribe. De hecho los CDC han alertado a los viajeros estadunidenses a tomar precauciones, con mensajes dirigidos especialmente a las mujeres que están tratando de quedar embarazadas o lo están. La razón principal son los riesgos señalados de posible asociación del virus zika con defectos en el desarrollo.
Pero en realidad hasta ahora no hay pruebas irrefutables de que el virus zika tenga efectos en el desarrollo embrionario o fetal, particularmente causando microcefalia (diámetro del cráneo reducido en bebés), aunque los muy pocos datos hasta ahora disponibles, como la detección del ácido ribonucleico (ARN) viral en la placenta, líquido amniótico y en algunos recién nacidos o productos de aborto con microcefalia, obligan a investigar con atención esta posible asociación. En este sentido vale la pena observar lo que ocurre en Brasil, que es hasta ahora la nación más afectada por el virus zika en nuestro continente.
En el portal de salud del gobierno brasileño se informa que para la segunda semana epidemiológica de 2016 se habían reportado 3 mil 893 casos de microcefalia –cifra muy alta en relación con los años anteriores–, de los cuales 87 por ciento se encuentran bajo investigación. De los casos que ya han sido investigados, que son apenas 512, 44 por ciento (224) muestran las alteraciones típicas de las infecciones congénitas como la dilatación de los ventrículos cerebrales y calcificaciones intracraneanas en los exámenes de imagen. En solamente seis casos el ARN virus zika fue encontrado en muestras tomadas en recién nacidos o producto de abortos, es decir, en apenas 2.7 por ciento de los casos investigados.
Se trata de una proporción que, a mi juicio, es realmente baja como para llegar a conclusiones definitivas, aunque para el Ministerio de Salud brasileño este resultado refuerza una relación de microcefalia y/o malformaciones del sistema nervioso central con la infección con el virus zika durante la gestación
. Como quiera que sea, se trataría de un hecho inédito y, en mi opinión, aunque las respuestas definitivas las tendremos en los próximos meses, se justifica adoptar desde ahora las medidas de prevención necesarias a fin de evitar el contacto de mujeres embarazadas (y de toda la población) con el virus zika.