EL PETRÓLEO, EL carbón y el gas natural constituyen el 81% de nuestro consumo de energía primaria, lo que significa que somos terriblemente dependientes de un recurso que obtenemos en mercados exteriores, endeudándonos seriamente.
España debe abordar con urgencia la transición energética para abandonar, lo más rápidamente posible, una economía basada en los combustibles fósiles y dirigirse hacia otro paradigma económico en el que los criterios directores son el ahorro, la eficiencia energética, la producción de energías renovables y un acceso justo y socialmente sostenible a los suministros. ¿Cuántas veces hemos leído esta aseveración?
Todo el mundo está de acuerdo. Esta cantinela forma parte ya de los discursos oficiales que, como sucede en las cumbres sobre el clima, es un enfoque políticamente correcto y queda bonito pero que no se concreta nunca en compromisos concretos y vinculantes.
La mayoría de las fuerzas políticas que gobiernan o aspiran a gobernar España no parecen conocer otra economía que la que aspira al crecimiento indefinido, basada en el uso de los combustibles fósiles y la explotación de los recursos materiales, sin preocuparse de las claras señales de agotamiento. Y lo peor es que se resisten a considerar, ni siquiera a imaginar, otra economía que no comprenden. Pero a España no le queda otro remedio que abordar con urgencia la transición energética, no hay tiempo que perder, y debe hacerlo sin rodeos, sin subterfugios porque:
La industria petrolera está inmersa en una guerra de precios sin cuartel. El mercado del petróleo y del gas está soportando una guerra de precios a la baja, en la que los principales productores mantienen altas sus tasas de producción, a pesar del exceso de oferta, para expulsar del mercado a sus competidores, que pierden dinero al producir muy por debajo de sus costes.
La seguridad de suministro energético está en riesgo. Crecen las probabilidades del colapso de la industria petrolera a causa de la guerra de precios, que está provocando el cierre de explotaciones y la bancarrota de muchas empresas productoras. El mal trago de la industria repercute en los mercados financieros dejando en el camino muchos créditos fallidos, la dificultad de contratar seguros de cobertura y, en general, la retirada del dinero de los inversores de un mercado de riesgo.
España actualmente no puede tomar decisiones soberanas en materia energética, porque importa el 100% de los productos petrolíferos y el 80% del carbón que consume, quedando al albur de los vaivenes en los mercados y los conflictos armados que estallan en Oriente y norte de África.
La quema de combustibles se traduce en deuda. Frente a las inversiones en energías renovables, que crearían una infraestructura productiva estable, la compra de combustibles es un gasto que representa una pesada carga en nuestra balanza comercial, en torno a los 43.000 millones de euros anuales.
El cambio climático ya se está manifestando en España, en forma de fenómenos meteorológicos extremos, inundaciones, olas de calor, sequía y reducción de cosechas, por ejemplo. La reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero pasa, ineludiblemente, por el abandono de los combustibles fósiles.
La transición energética debe figurar en los proyectos políticos inmediatos, independientemente de cuál sea el horizonte del poder o la composición de los gobiernos de España. Debemos encarar un cambio de paradigma económico que, partiendo de una economía desarrollista de base fósil, debe construir una economía circular y sostenible. Esta transición es ineludible porque seguir en la senda actual, como si los recursos fuesen infinitos o esperando que la tecnología resuelva mágicamente el cambio climático, es insostenible a medio plazo desde todos los puntos de vista. El cambio de paradigma no es una amenaza, ciertamente producirá grandes transformaciones económicas y sociales, pero lleva también en su seno enormes oportunidades de crecimiento. Ya sabemos que los gobiernos del pasado, de orientación capitalista y liberal son refractarios, lo han demostrado ya sobradamente, a abordar las necesarias medidas económicas y sociales que hagan posible este cambio de enfoque económico. Así que más nos vale que la política económica esté dirigida por gobiernos de cambio, con suficiente apoyo popular y sometidos al escrutinio ciudadano.
El petróleo y el gas son baratos
Los precios de los combustibles fósiles, el petróleo y el gas natural, no han dejado de bajar desde 2014. En junio de 2014 el precio medio del West Texas y el Brent estaba en torno a los 105 dólares el barril. A partir de ahí comenzó un persistente descenso de precios que a lo largo de 2015 no se ha detenido, salvo un ligero repunte veraniego.
Hay que señalar que, aunque en diciembre de 2015 el precio del barril se situó en torno a los 35$ por barril, los intermediarios pudieron conseguir mucho petróleo aún más barato. Algunos crudos mexicanos se estaban comprando en diciembre por menos de 28$ el barril, Iraq estaba ofreciendo a algunos compradores asiáticos su crudo pesado (Bashra Heavy) a 25$ y en algunos lugares aislados del Canadá occidental rondaba los 22$. En Estados Unidos, el barril de petróleo procedente de fracking de la formación de Bakken, entre Dakota y Montana, se estaba pagando a 27$.
Los precios del gas natural también corrieron la misma suerte y, en diciembre, descendieron hasta los niveles de 1999 tras conocerse que sólo se estaba vendiendo la tercera parte del consumo promedio semanal. Los analistas advierten que el exceso de oferta de gas natural continuará en 2016 y que puede haber problemas para almacenar el exceso de gas producido. La producción de gas natural, a estos precios, ya no es rentable.
Ante el exceso de oferta y la baja demanda, la industria gasista apuesta por sustituir por gas el carbón que se utiliza para generar electricidad y por extender el comercio global de gas natural licuado, lo que exige construir instalaciones específicas de compresión para licuar el gas y almacenarlo, transportarlo en buques metaneros a los mercados y construir instalaciones de regasificación, en los puertos de descarga, para inyectarlo en los gaseoductos. Hay un gran número de estas instalaciones para exportar gas natural licuado, algunas en construcción y otras que están empezando a entrar ya en funcionamiento.
Pero, como los precios del gas natural se fijan en referencia a los precios del petróleo y los precios del crudo se han desplomado, las exportaciones de gas natural licuado ya no son tan rentables como esperaban los propietarios de las instalaciones de compresión y regasificación. La desconfianza del mercado europeo y las incertidumbres sobre la seguridad de suministro del gas ruso abre expectativas de negocio a largo plazo para la industria gasista y, en particular, para la industria española, que sueña con convertir a España en un nodo de comercio de gas para suministrar a Europa, reduciendo su dependencia del gas ruso.
Cada vez es más evidente que en 2016 habrá una gran conmoción en la industria del petróleo y el gas. En la primera semana de enero, por ejemplo, el barril se ha cotizado ya a 32 dólares, sembrando el pánico en todas las bolsas. Con precios que rondan ya los 30 dólares el barril, cuando ya no es rentable cubrir la demanda con contratos a futuro y ya no queda margen para reducir costes y mejorar la eficiencia en los procesos de producción, muchas empresas petroleras pequeñas tendrán que cerrar. Muchas compañías ya no eran rentables incluso cuando el petróleo estaba por encima de 100 dólares el barril y para sobrevivir están recurriendo a un fuerte endeudamiento a bajas tasas de interés.
¿Por qué está tan barato el petróleo?
El petróleo tiene un precio muy inestable, que refleja fielmente las tensiones geopolíticas en las zonas de producción y en los mercados financieros. Por ejemplo, las sucesivas crisis del petróleo de 1973, 1979 o 1990, con subidas bruscas de los precios, se corresponden con conflictos graves en los países productores de Oriente Medio. Por otra parte, el descenso de precios de la década de los 80 y en 2007-2008, se corresponden con la depresión causada por anteriores crisis económicas o financieras.
Pero la actual caída prolongada del precio del petróleo tiene un origen novedoso. Comienza a causa de la baja demanda de los grandes consumidores, los países de Europa occidental, EE UU y China, sumidos en una profunda crisis económica que estalló en 2007 y que aún se hace notar ocho años más tarde. En una situación de baja demanda, el comportamiento lógico del mercado aconsejaría reducir la producción para recuperar los precios. Pero algunos países de la OPEP, especialmente Arabia Saudí y Rusia, se niegan a reducir la producción para recuperar los precios.
En la pasada crisis de exceso de oferta de los años 80, cuando la OPEP disminuyó la producción para que subiera el precio del barril, sus clientes fueron a comprar a otros proveedores y los saudíes perdieron cuota de mercado. Ahora, la OPEP produce 32 millones de barriles al día y los saudíes no están dispuestos a pisar el freno, porque no quieren perder su cuota de mercado. Rusia tampoco quiere reducir la producción, porque eso refuerza su posición y expulsa del mercado a muchos pequeños productores y, sobre todo, condena a la ruina a la pujante industria norteamericana del petróleo no convencional obtenido mediante fracking. La ley de la oferta y la demanda ya no sirve para explicar lo que algunos insisten en llamar “libre” mercado. Es una guerra en toda regla, con práctica generalizada de dumping, en busca de la hegemonía en el mercado petrolífero.
Además, se prevé un invierno inusualmente cálido en 2015-2016, a causa del ya innegable cambio climático, lo que contribuirá a una demanda más baja de lo esperado y reforzará el hundimiento de los precios.
El problema de las reservas
Con exceso de producción y una demanda retraída, ¿qué se puede hacer con el crudo que no se vende? La solución es guardarlo para acumular un stock de reserva. Muchos países almacenan reservas de petróleo y otras materias estratégicas, para hacer frente a potenciales problemas de desabastecimiento y asegurar así el suministro durante un tiempo prudencial. En España las reservas estratégicas las gestiona la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (CORES), una entidad que debe controlar e informar del cumplimiento de la obligación legal que tienen los operadores del sector petrolífero, es decir, las refinerías, empresas logísticas y de almacenamiento, de mantener en reserva la cantidad necesaria de productos para atender la demanda durante 90 días.
Según CORES, las existencias de crudo crecieron en 2014 un 5,4% y un 11,1% las de productos petrolíferos destilados. Por su parte, las existencias de gas natural crecieron un 37,7%, almacenando un 16% más en los almacenes subterráneos y aumentando un 107,4% el gas almacenado en las plantas de regasificación, cuya utilización como almacenes fue autorizada por el gobierno. Estamos deseando ver las cifras correspondientes a 2015.
En otros países productores, especialmente en EEUU, los depósitos de reservas estratégicas de crudo y productos petrolíferos están actualmente llenas hasta los bordes. Algunos expertos estiman que se tardará dos años en eliminar el exceso de crudo almacenado en los depósitos cuando se equilibre la oferta y la demanda, si es que se alcanza algún día ese equilibrio. Por su parte, Goldman Sachs lleva meses advirtiendo que Estados Unidos podría quedarse pronto sin espacio para almacenar crudo. Decenas de súper petroleros están anclados en aguas del Atlántico y del golfo de México, cargados con millones de barriles de petróleo, a la espera de un puerto en el que descargar. También hay 250.000 toneladas de gasoil vagabundeando por el Mediterráneo buscando también un lugar para descargar. Pero la producción no se detiene ni disminuye. ¿Hasta cuándo?
Las consecuencias del desplome de los precios
Para muchos de los países exportadores de crudo, el desplome de los precios del petróleo representa una merma importante en sus ingresos fiscales y un severo problema de desequilibrio presupuestario. Con el barril por debajo de los 40 dólares, ninguno de los países miembros de la OPEP puede alcanzar el equilibrio fiscal.
Incluso para muchos de los principales productores (Venezuela, Arabia Saudita o Argelia) los ingresos del petróleo y el gas son la partida más importante de sus exportaciones y de su PIB. Como estos países dependen de los ingresos del crudo, con unos precios por debajo del valor de equilibrio tienen dificultades para mantener funcionando su economía y sus programas sociales, lo que genera tensiones e inestabilidad social. Muchas pequeñas compañías están hoy en serias dificultades financieras porque, con unos precios tan bajos, apenas ganan lo suficiente para pagar los intereses de los préstamos con los que pusieron en marcha su explotación de fracking. Por no hablar de las dificultades para obtener nueva financiación, cuando los inversores son cada vez más conscientes que invertir en petróleo es hoy el juego más peligroso.
¿Qué pasará si el precio del crudo se acerca a los 20 dólares y se mantiene pertinazmente en ese entorno? ¿Qué productores podrán mantenerse trabajando y perdiendo dinero indefinidamente? ¿Cómo se puede justificar el funcionamiento de una industria que ya no tiene sentido económico? Muchas empresas del sector del gas y el petróleo están quebrando y el paro en el sector se extiende. Cesar la producción para retomarla cuando vuelvan tiempos mejores no es una opción porque, cuando una compañía quiebra, despide a trabajadores muy cualificados, cierra explotaciones y se deshace de sus activos en concursos de acreedores. En otras palabras, se destruye tejido productivo y para retomar la actividad hay que volver a empezar desde el principio.
¿Qué consecuencias tendrá para los países productores una pérdida de ingresos tan significativa? ¿Qué puede pasar en Argelia, Egipto, Azerbajan o México, por ejemplo, con el cese de la actividad petrolera? Cada país tiene sus propias peculiaridades, es cierto, pero hay algo que tienen en común: unos ingresos del petróleo elevados han servido, hasta ahora, para mantener las redes clientelares de las élites dirigentes, además de un generoso flujo de subvenciones y subsidios, que engrasan la fidelidad de sus poblaciones. Pero la caída brutal de los ingresos puede traer consigo ajustes de cuentas, recorte de subvenciones y prestaciones sociales, penurias para la población y el inicio de una espiral de conflictos de resultado incierto. ¿Cómo nos afectarán las turbulencias y conflictos que, probablemente, se desatarán en nuestros países proveedores?
De nuevo, la urgencia de la transición
El petróleo, el carbón y el gas natural constituyen el 81% de nuestro consumo de energía primaria, lo que significa que somos terriblemente dependientes de un recurso que obtenemos en mercados exteriores, endeudándonos seriamente. Nuestro nivel de dependencia energética al exterior se situó en 2013 en el 86%, muy por encima de la media europea. Deberíamos reducir nuestro nivel de dependencia de los fósiles para recuperar soberanía energética. ¿Por qué esperar a que las turbulencias del declive del petróleo nos afecten gravemente? ¿Podemos asumir que los posibles conflictos en Oriente Medio y el norte de África no nos afectarán? Obviamente, no.
Tenemos unas metas que alcanzar y unos compromisos que cumplir para hacer nuestra aportación en la lucha contra el cambio climático. Tenemos los recursos necesarios: más horas de insolación que muchos países desarrollados, vientos abundantes, capacidad investigadora de excelencia, ingeniería del más alto nivel para ser tecnológicamente pioneros. ¿A qué estamos esperando?
Algunos grupos de poder, con intereses en el enorme negocio de la energía, ante la evidencia del cambio climático y el descrédito de un modelo de desarrollo económico indiferente ante el agotamiento de los recursos y los daños al medio ambiente, están tratando de armar un discurso que ensalza la necesidad de apoyarse en la energía nuclear como energía limpia, que no emite CO2, y en el gas natural como energía de transición. Pero la energía nuclear es insostenible y peligrosa, depende también de recursos materiales finitos y socializa los enormes costes de los residuos que genera. Por su parte, el gas natural también contamina, es finito y está sometido a las mismas turbulencias que el petróleo.
No dejemos que nos desvíen del objetivo de transitar hacia un modelo energético descarbonizado, basado en la generación distribuida de energías renovables y socialmente justo. Exijamos aquí y ahora medidas políticas ambiciosas a medio y largo plazo.
*Coordinador de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético.