El movimiento de los indignados –el 15M- en España tuvo una gran influencia internacional e inspiró movimientos similares en otros países, como el Occupy Wall Street (OWS) en EEUU. Ni que decir tiene que otros hechos internacionales y nacionales contribuyeron también a que apareciera tal movimiento que denunció al establishment político-mediático de aquel país, presentándolo como un mero instrumento de la élite financiero-económica (que el Premio Nobel Joseph Stiglitz había definido como el 1% de la población), que ejerce una excesiva influencia en la gobernanza del país.
La enorme crisis conocida como la Gran Recesión, resultado de la aplicación de las políticas neoliberales a ambos lados del Atlántico Norte, había creado un enorme malestar popular que el OWS canalizó. A partir de los años 2011 y 2012, aparecieron en muchas ciudades estadounidenses acampadas en numerosas plazas públicas, en donde se denunciaba la enorme concentración de las riquezas y de las rentas en EEUU, con el consecuente crecimiento de las desigualdades y el deterioro del bienestar de la gran mayoría de la población estadounidense. Tal deterioro era consecuencia de la aplicación de políticas públicas que facilitaron la concentración de la riqueza y de las rentas, favoreciendo a las rentas derivadas de la propiedad del capital a costa de las rentas procedentes del mundo del trabajo. El OWS presentó tales hechos como la lucha de clases del siglo XXI, es decir la lucha del 1% más rica en contra del bienestar del 99% restante, confirmando lo que había reconocido nada menos que una de las personas más ricas de EEUU, el Sr. Warren Buffet, cuando indicó que tal lucha era “la victoria de la élite de billonarios a costa de todos los demás”. Este movimiento, el OWS, definía Wall Street, el centro financiero de EEUU, como el centro del poder económico, político y mediático del país, base del 1% de la población más rica de EEUU.
El impacto del OWS en EEUU fue, como el del 15M en España, enorme, situando el tema de las desigualdades en el centro del debate político. Ni que decir tiene que la primera reacción del establishment político-mediático fue intentar reprimir tal movimiento, incluso físicamente. Las avalanchas policiales frente a los campamentos fueron especialmente brutales en Nueva York y en Boston. Y, como era de suponer, los mayores medios de comunicación –altamente influenciados por el capital financiero- intentaron desacreditarlo. Pero la insistencia y el espíritu de lucha y compromiso de tal movimiento, así como la enorme simpatía popular que creó, forzaron a que el tema de las desigualdades pasara a centrar la atención mediática, hasta tal punto que el Presidente Obama tuvo que reconocer que “el escandaloso crecimiento de las desigualdades era el mayor problema existente en EEUU”. Tanto en The New York Times como en el Washington Post, la palabra “desigualdades” a partir de aquellas manifestaciones apareció con mucha mayor frecuencia, gracias a la aparición del OWS.
La creciente popularidad del socialismo
Estas movilizaciones ayudaron, en EEUU, a desacreditar y a deslegitimar las instituciones políticas, llamadas democráticas, a las que se percibía como meros instrumentos de los grandes grupos financieros y económicos dominantes. La aplicación de las altamente impopulares políticas neoliberales estaba alterando la visión generalizada anterior al inicio de la crisis, de que “EEUU era el país de las grandes oportunidades”. La realidad mostraba que ello no era cierto, y ya en diciembre de 2011, una encuesta de la altamente respetada compañía de encuestas PEW mostraba que el 49% de las jóvenes de EEUU (de 18 a 29 años) tenían una opinión favorable del socialismo, un porcentaje superior al de los que la tenían favorable del capitalismo (el 46%). También lo que era muy interesante es que el 55% de los ciudadanos afroamericanos y el 44% de hispanos y latinos eran favorables al socialismo (en contraste con tan solo el 24% de blancos). Otra encuesta elaborada por el mismo centro durante el mismo mes mostraba que el 77% de estadounidenses (incluyendo el 53% de los Republicanos, la derecha de EEUU) creían que había en EEUU una excesiva concentración de poder en manos de un grupo muy minoritario de la población y de un número muy reducido de grandes empresas transnacionales, basadas en EEUU pero distribuidas por todo el mundo.
El candidato socialista a la Presidencia de EEUU
Es en este contexto en el que apareció, como candidato a la Presidencia de EEUU, una persona conocida desde hace muchos años (durante su carrera política en un Estado, Vermont, paradójicamente rural y muy conservador) como socialista, sin que nunca ocultara su compromiso político con el socialismo democrático. Y lo más llamativo de esta persona, Bernie Sanders, es que era uno de los dos senadores que representaban aquel Estado de Vermont (antes fue alcalde de Burlington, la ciudad más grande de ese Estado, y más tarde fue elegido representante de Vermont, cargo que ocupó desde 1990 hasta 2006, año en el que fue designado senador). Lejos de presentar una imagen defensiva, el senador Sanders siempre ha sido conocido como un crítico acérrimo del capitalismo estadounidense y de las instituciones llamadas democráticas, excesivamente instrumentalizadas e influenciadas por las grandes empresas y corporaciones conocidas en EEUU como la Corporate Class, y que Sanders define como la “élite de billonarios”. Su gran punto de referencia es Eugene Debs, el dirigente socialista que fue candidato para la Presidencia de EEUU cinco veces durante el periodo 1900-1920, y que preside su despacho en el Senado. Lejos de presentar el socialismo como una sensibilidad foránea y no estadounidense, Sanders acentúa que la gran mayoría de intervenciones federales, altamente populares, que han mejorado el bienestar de la población estadounidense desde el New Deal del Presidente Roosevelt hasta las conquistas laborales, civiles y políticas de los años sesenta y setenta han sido diseñadas o influenciadas por socialistas.
Uno de sus grandes retos ha sido neutralizar la propaganda procedente de los grupos más reaccionarios del país (como la Heritage Foundation), promotores de la Guerra Fría, que incluso hoy, están intentando presentar el socialismo como equivalente al estalinismo. Sanders ha clarificado (procurando con ello diluir la imagen que de él intenta presentar la también candidata para la Presidencia de EEUU, Hillary Clinton) que su objetivo no es ni nacionalizar los grandes medios de producción ni la tienda de comercio de la esquina. Los puntos de referencia que utiliza Sanders son los países escandinavos, habiéndose referido a Dinamarca Y Suecia como una “experiencia especialmente interesante” e “incluso relevante” para EEUU, lo cual ha sido criticado por la Sra. Clinton, que ha señalado que EEUU no es ni Dinamarca ni Suecia. El senador Bernie Sanders, admirador de Olof Palme, el asesinado primer ministro socialdemócrata sueco (1982-1986), se define como socialista convencido y orgulloso de pertenecer a esta tradición política enraizada también en la historia de EEUU. Otras voces críticas de Sanders, como la del diario Huffington Post, han ido incluso más allá y han intentado desacreditarlo al identificarlo como el Hugo Chávez de EEUU, comentario hecho sin ninguna intención positiva y laudatoria.
Ni que decir tiene que grupos izquierdistas también han intentado desacreditarlo, presentándolo como no suficientemente revolucionario o como un socialdemócrata tradicional (observación que intenta ser insultante), que solo “intenta humanizar el capitalismo”, expresión característica de elementos muy minoritarios, sin apoyo popular, y de carácter predominantemente testimonial y nula incidencia política, ignorando que el socialismo no es un proyecto que ocurre el año A y día D (la famosa toma del Palacio de Invierno), sino que se construye o destruye diariamente, con medidas políticas públicas que distribuyen los recursos según las necesidades de la población, recursos que son financiados según las habilidades y capacidades de cada ciudadano, atendiendo al principio de “a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad”.
La mayoría de las izquierdas, sin embargo, incluyendo la mayoría del movimiento OWS lo apoya, trabajando activamente en su programa. El intelectual más conocido dentro de la izquierda estadounidense, mi amigo Noam Chomsky, lo ha apoyado, pues su candidatura está movilizando a muchísima gente. Y si esta movilización continúa y puede mantenerse después de las elecciones, el movimiento podría convertirse en el movimiento popular que facilitaría la necesaria transformación de aquel país.
¿Puede ser un socialista el nuevo Presidente de EEUU?
Ni que decir tiene que las posibilidades de que Sanders pueda ganar son muy limitadas debido al enorme control que los aparatos del Partido Demócrata tienen sobre la campaña electoral. Además, la privatización del proceso electoral en EEUU, así como la falta de regulación de los medios de información en cuanto a la emisión de propaganda electoral (el candidato puede comprar tanto tiempo mediático como quiera y pueda según el dinero que obtenga) hace difícil conseguir la exposición mediática del mensaje socialista en EEUU. La campaña de Sanders está financiada con pequeñas donaciones sin ningún apoyo de las grandes compañías. Ha conseguido hasta ahora 42 millones de dólares (frente a los 120 millones de Hillary Clinton) procedentes de 681.000 donantes.
Se argumenta también, con cierta razón, que aunque ganara (caso poco probable), el Congreso no le permitiría hacer los cambios necesarios. Ahora bien, hay que ser conscientes de que la gran movilización que su campaña ha causado ha tenido un efecto considerable en el sentido de que ha aumentado sustancialmente el apoyo hacia el socialismo, rompiendo el tabú que existía hacia tal sensibilidad política. En realidad, la última encuesta del New York Times/CBS Poll (Noviembre, 2015) muestra que el 56% de los miembros del Partido Demócrata que participarán en las primarias de tal partido tienen una opinión favorable del socialismo, y solo el 29% la tienen negativa. Lo que es también muy importante es que su apoyo entre la clase trabajadora blanca ha estado creciendo a costa del votante trabajador al Sr. Donald Trump, el candidato ultraderechista republicano con tintes fascistas. Los sindicatos progresistas en EEUU lo apoyan, aunque la federación mayoritaria sindical (AFL-CIO) no haya tomado partido entre Hillary Clinton y Bernie Sanders. Ahora bien, lo que es más importante es que el propio Bernie Sanders ha acentuado la “necesidad de no limitarse solo a las campañas electorales, consciente de que el cambio no ocurrirá a no ser que exista un movimiento comprometido en ir más allá que el proceso electoral, estableciéndose así un movimiento político-social”.
Ni que decir tiene que hay también algunas áreas en las que la candidatura de Sanders es limitada, incluyendo algunas de las políticas que ha apoyado, y otras que no. Entre estas últimas está su resistencia a recuperar para el sector público empresas privatizadas (como bancos rescatados con fondos federales). En este aspecto, su mayor énfasis es en la redistribución de los recursos más que en cambiar las relaciones de propiedad. Pretende alcanzar la redistribución mediante el aumento sustancial de la carga fiscal a las rentas superiores y a las rentas del capital; aumento del nivel salarial subiendo el salario mínimo (a 15 dólares por hora frente a los 12 dólares que propone Hillary Clinton); facilitando la sindicalización de la fuerza laboral para aumentar los salarios, hacer una inversión masiva para mejorar las infraestructuras del país (de 1 billón de dólares en cinco años) y reconvertir la economía pasándola de basarse en las energías fósiles a basarse en las energías renovables, medidas todas ellas que tendrían un enorme impacto positivo en el bienestar de las clases populares. Por todo ello, y sin desmerecer algunas de las críticas que se le han hecho, el hecho es que, como Chomsky ha indicado, Sanders ha abierto un nuevo espacio que ofrece posibilidades y que puede contribuir a un muy necesario cambio en EEUU.
· Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Políticas Públicas. The Johns Hopkins University