Sujetos como el diputado Hasbún juegan un rol que muchas veces es incomprendido.
Los desajustes intelectuales del diputado tienen la propiedad de hacernos pensar en nuestras propias limitaciones, yerros y fantasmas. Es, visto desde cierto ángulo, un estimulante para la reflexión, para cuestionarnos qué cosa hemos hecho mal en nuestro paso por la vida como para merecernos una desgracia de semejante tamaño.
Cumple también con advertirnos de que el golpe de Estado de 1973, no fue solo una asonada que buscaba vengarse de un pueblo que había decidido a cambiar aquello que se le presentó durante toda su historia como inmutable
Algo, más allá de nuestra comprensión se fracturó en la naturaleza impredecible del chileno, dando paso a formas de vida de las que no había antecedentes.
Alguna vez se va a entender y retribuir como merece, la existencia de Hasbún.
Obviando la inútil discusión de si lo suyo es estrictamente genético o concurren en él algún tipo de entrenamiento, el caso es que estamos ante un evento que trasciende lo personal, para situarse en el ámbito de la socio- política.
Hasbún es una medida sociológica, un hito. Nos demuestra hasta qué punto el neoliberalismo es mucho más que un ordenamiento económico que puede llegar generar un fenómeno de su porte y cualidad.
Su existencia, descontado su derecho a la vida como cualquier ser de esta tierra, nos recuerda la tremenda irresponsabilidad de quienes no han sido capaces de levantar una idea de país en el que sujetos de esta naturaleza contribuyan a afear el mundo solo desde la intimidad de su vida personal.
Es cierto. No fue solo Hasbún el que comete el desatino de intentar sancionar a quien destaque lo obrado por el mejor presidente que ha tenido Chile en su historia.
Lo acompañaron otros dos.
Pero por trayectoria y méritos, creo que se merece todo el crédito. En un país en que hay tanta competencia, habrá que reconocer que lo de Hasbún es de una medida soberbia.
Dios lo guarde.