Diciembre 26, 2024

Telescopio: Pásenme la pelota

 

Empiezo por decir que el fútbol no es algo que me interese mayormente. Pero debo admitir que en esto soy parte de una minoría, incluso en los tiempos más inesperados. Existe esta historia del temprano exilio chileno en Edmonton—que no sé si es real o leyenda urbana—según la cual un muy buen amigo mío, en una de esas tantas asambleas de esos años, fue abordado por un compatriota que en voz baja—como si todavía estuviera en la clandestinidad—le ofrecía vender el más reciente ejemplar de un periódico editado en Chile clandestinamente por una de las organizaciones de la resistencia. Mi amigo, que tenía lo que admito podría considerarse un sentido un tanto retorcido del humor, pero nunca mal intencionado, habría respondido: “¿Y trae los resultados del fútbol?  Porque a mí es lo único que me interesa de Chile”.

 

 

Traigo esto a colación porque el fútbol es una de esas cosas que aun tiene el poder de hacer vibrar conjuntamente a chilenos de distintas clases sociales, adhesiones políticas o creencias religiosas, e incluso en un momento crítico a los chilenos de dentro y fuera. Por cierto, en la interpretación marxista e izquierdista más típica, la respuesta a esta evidencia es muy clara: “Y qué espera compañero, es pura alienación. Es el manejo por parte de la clase dominante: pan y circo en su versión moderna”. Eduardo Galeano—él mismo un gran hincha del fútbol— en una oportunidad narró cómo el incluir o no una sección deportiva o si se hacía, cuánta importancia darle, era tema obligado de discusión cuando se lanzaba algún diario o revista de izquierda en Argentina o Uruguay.

 

Hace ya años que el fútbol no me interesa, a excepción de algún evento como un Mundial. En mi infancia eso sí, fui con mi padre muchas veces al Estadio Nacional a ver los partidos del Colo Colo, ese de los tiempos de los hermanos Robledo, el “Chico” Cremaschi y Misael Escutti. Además en mi niñez fui gran lector de Barrabases esa emblemática revista creada por Guido Vallejos en 1954 y que narraba las aventuras de un equipo infantil de fútbol, pero que además de ser un interesante aporte a la cultura popular chilena, entregaba en cada edición algunos importantes valores éticos (una lástima que hace unos años Vallejos haya sido sorprendido y procesado como cliente de una red de prostitución juvenil. “No juzgues a un hombre como afortunado, sino hasta cuando esté en su lecho de muerte” dice en un momento el coro en la tragedia Edipo Rey de Sófocles, no sé cómo ese notable dibujante y editor de una revista infantil que entregaba lecciones morales en sus historietas será finalmente juzgado por la historia, de cualquier modo en lo que a mí respecta—y creo que para muchos otros niños de entonces—contribuyó a plasmar mi visión del fútbol).

 

Y justamente por esa asociación que uno hacía entonces entre fútbol y sanidad ética, el destape de todos los recientes escándalos, desde los manejos de la jerarquía de la FIFA hasta los del hasta hace poco “capo” del fútbol chileno, Sergio Jadue, no dejan de ser un duro golpe a una actividad que—si bien todos lo sabemos, tiene y ha tenido desde hace ya décadas un determinante factor comercial—por otro lado aun guardaba una cierta aureola de integridad. Por último porque aunque de tiempo en tiempo se supiera de escándalos en clubes o federaciones en diversos países, eso aparecía más como excepción que como regla y sobre todo, ello quedaba opacado por el hecho que lo verdaderamente importante se definía por veintidós hombres en un campo de juego.

 

Hoy las cosas son diferentes y el fútbol, de ser un deporte  con una extensión comercial ha pasado a ser un negocio con una extensión deportiva. Como en otras actividades—la política por ejemplo—los financistas, operadores y burócratas (los dueños de los clubes y la dirigencia) pasaron a ser más importantes que todos los demás actores del juego. En el caso chileno donde la adopción de las estrategias neoliberales ha sido más completa, esto ha significado el fin de los clubes como entidades de socios y su conversión en sociedades anónimas (al menos los más grandes y por ende potencialmente más lucrativos). Los puestos de dirigencia antes servidos por lo menos con alguna dosis de genuino “amor a la camiseta”, hoy se ejercen del mismo modo como los gerentes que pueden pasar del directorio de una empresa a otra. Y por cierto la motivación es la de obtener ganancias. El dirigente que de su bolsillo ayudaba a financiar al club es hoy cosa pasada (aunque admito que pueda darse en clubes pequeños o de las divisiones inferiores). Incluso quienes sean mis coetáneos recordarán el caso de un Sr. Jaramillo, a finales de los años 50 presidente de un club que entiendo que ya no existe más, el Green Cross. Jaramillo era un alto funcionario del Banco Central (entonces ser dirigente del fútbol era tarea a tiempo parcial y generalmente no pagada) y su querido Green Cross estaba en serias dificultades económicas. Jaramillo entonces empezó a sacar dinero del Banco Central para financiar a su club. Eventualmente su maniobra, bastante elemental, fue descubierta (hacía lo que en términos del hampa se llama un “balurdo”, reemplazaba los billetes de los fajos, excepto los de las dos partes visibles, por papeles del mismo tamaño). Jaramillo fue a dar a la cárcel por un delito en el cual no buscaba su propio beneficio sino salvar a su club. Por cierto muy distinto el caso de Jadue y muchos otros que bien pueden terminar tras las rejas, pero porque buscaban llenarse sus propios bolsillos mediante coimas. Ignoro que pasó después con ese curioso personaje que llevó la dedicación a su club al extremo de arruinar su propia carrera. Pero sin duda, como él—aunque no al extremo de cometer un delito— había muchos otros genuinamente devotos de su club, el cura Lizama en el Iberia, otro club que parece haber desaparecido, o Pedro Foncea en Colo Colo, sólo para recordar algunos nombres.

 

En el caso chileno como en otras latitudes también, este manejo prácticamente mafioso por parte de muchos dirigentes, ha sido determinante en el surgimiento de ese otro grave mal que afecta al fútbol: la violencia en los estadios causado por el accionar de las llamadas barras bravas. Estas últimas constituidas por elementos del lumpen con un origen no muy claro, pero que se sabe que fueron financiadas directa o indirectamente a través de cesión de entradas gratuitas para sus miembros, por las propias dirigencias de los clubes. El más reciente ejemplo de esta violencia se vio en Chile en el partido que debería haber jugado Colo Colo al final del torneo, pero sucesos de esa naturaleza se vienen dando con tanta frecuencia que algunos ya se han acostumbrado. Estas “barras bravas” a su vez han terminado por desnaturalizar completamente el espectáculo deportivo. Por de pronto ya no es el espectáculo familiar de los tiempos cuando yo mismo apenas de 8 años asistía al estadio con mi padre, ambos sabiendo que no había ningún peligro en ello. Era una ocasión de alegría, sobre todo si el equipo de uno ganaba y si no, bueno cada uno para su casa y hasta el próximo domingo. Hoy dudo que muchos padres lleven a sus hijos pequeños a algún partido de fútbol. Todo se ha maleado, como algunos viejos hinchas comentan con tristeza.

 

Incluso ese morboso incursionar en la vida privada de los jugadores, la “farandulización” del fútbol, ha venido como resultado de este afán neoliberal de sacar el máximo de ganancia sin importar cómo. En el pasado uno sólo se enteraba de la vida privada de los jugadores según lo que ellos mismos quisieran revelar y a nadie se le iba ocurrir andar averiguando sobre su vida sentimental, si tenían amantes o si bebían más de la cuenta. La misma revista Barrabases, que mencionaba anteriormente, tenía una sección llamada “Un caso ejemplar” escrita por el periodista Carlos Barahona, en que se entrevistaba a algún deportista, se mostraban fotos con su familia y se daban algunos datos de su vida, esencialmente con el propósito de que los niños que entonces leíamos esos textos viéramos en los entrevistados modelos positivos a seguir.

 

Claro está, no estamos en esos años en que no se había perdido la inocencia, no es el tiempo de un Carlos Dittborn o un Juan Pinto Durán, los dirigentes que en ese tiempo consiguieron la sede del Mundial de 1962 para Chile, estoy seguro sin haber coimeado a ninguna otra delegación en la FIFA de entonces. Estamos en los tiempos en que el fútbol ya no se maneja como un pequeño comercio, sino como un negocio con tentáculos internacionales, no con la casi ingenua maniobra de Jaramillo para salvar a su club desfalcando unos cuantos millones de pesos de entonces del severo Banco Central, sino los tiempos de gente como Jadue que se instaló allí para enriquecerse a costa de los hinchas que al fin y al cabo son los que financian todo este enorme negocio: el fútbol “pasión de multitudes” como alguien lo llamó, paradojalmente beneficiando a dirigentes cuya única real pasión es por el dinero.

 

 

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