Porque a resolver los graves problemas que se arrastran por más de 130 años desde que las ropas del Ejército chileno avanzaron sobre el territorio mapuche dejando una estela de asesinatos, torturas, violaciones, robos, saqueos y despojando las tierras de sus legítimos habitantes, no habrá sido. Desde esa época lejana, o cercana según se mire, se arrastra un conflicto en el que el Estado nacional ha usurpado y permitido la usurpación de vastas extensiones de tierra y ha hecho esfuerzos para que sus instituciones terminen con el pueblo mapuche, por la vía de la escuela, la iglesia, el Ejército, Carabineros, Policías de Investigaciones y todo el aparataje de los ministerios y agencias gubernamentales.
Lo que se libra en la llamada Araucanía es una incesante guerra de despojo que busca terminar con el pueblo mapuche para lo cual se intenta asimilarlo a la cultura chilena e integrarlo a nuestra cultura, propiciando el avance de las empresas forestales financiados en gran medida por el Estado, precisamente para ocupar con plantaciones tierras que serán finalmente esterilizadas por esa actividad.
Sin tierra, no hay mapuche.
Y ante la resistencia de las empobrecidas, aisladas y arrinconadas comunidades mapuche, los gobiernos de la Concertación y luego de la Nueva Mayoría no trepidan en ocupar militarmente extensas zonas en conflicto, dotando de medios cada vez más onerosos y criminales a las fuerzas de ocupación.
No pasa día sin que no nos enteremos de nuevas incursiones policiales, obviamente con la venia y conocimiento de la autoridad política, que avanzan destruyendo, matando, torturando, disparando a tontas y a locas a mujeres, ancianos, niños y hombres desarmados.
La poca hombría, la falsedad de los discursos de las autoridades que se dicen democráticas, incluso muchos que se nombran como afectos a la causa mapuche, resumen su gestión por la vía cobarde del ataque infame de las fuerzas militares y paramilitares que operan en la zona.
La política hacia el pueblo mapuche de la Nueva Mayoría sigue siendo de exterminio. Y desde el punto de vista del hombre de la tierra, su situación no es distinta a la que vivía durante los negros años de la dictadura. En esas castigadas zonas, es bien poco lo que ha cambiado desde los tiempos de los bandos y los bandidos.
Así, el gobierno de la Nueva Mayoría ha dado numerosas y vergonzosas muestras de postración ante los ricos y poderosos. Será porque han recibido puntual financiamiento para sus campañas políticas y sus modos de vida. El caso es que quienes determinan la gestión gubernamental en la zona son las grandes forestales, los grandes empresarios y la aristocracia terrateniente que no hace mayor cuestión por vivir en tierra robadas.
En territorio mapuche se desarrolla un enfrentamiento que tiene que ver con cuestiones mucho más complejas. Y ni el celo policial, la tecnología aplicada al control de la zona, o el blindaje de enormes vehículos construidos para matar, jamás van a resolver.
Se relaciona con el concepto de país que se intenta construir a punta de represión y chantaje.
Se funda en el concepto ampliamente racista que ha inducido la educación chilena para acercarse al pueblo mapuche. Tiene sus raíces en el desprecio por el otro, sea maricón, pobre, mujer o indio.
Y ahí, en ese espacio ideológico es donde el Estado chileno, y en especial la derruida pachorra de la colación gobernante no ha dado pie con bola. Si acaso entiende de qué se trata.
Opera en ellos una concepción racista, homogénea y blanca de nuestra sociedad, cuya pretendida amplitud y cultura se exalta en los discurso mentirosos y fraudulentos de toda autoridad, las que ocultan al hecho indesmentible de que este territorio llamado Chile no es solo Vitacura, Las Condes, Providencia y Santiago.
¿Por qué razón la presidenta toma el avión en secreto, para callado, incluso de espaldas al que debería ser su hombre de mayor confianza, el Ministro del Interior?
¿Qué oculta? ¿De qué teme?
A menos que el sigilo sea su nuevo deporte, todos entendemos que cuando se hacen cosas escondidas, de lo que se trata es de ocultar.
Quizás si el intento se relaciona con meter debajo de una alfombra que ya no resiste más sus propias ignorancias, sus miedos, sus incapacidades y por sobre todo la certeza íntima de estar en un callejón tan sin salida.
En ese caso, un viaje a Temuco tendría mucho más sentido si fuera para comprar merquén en la Feria Pinto