En el principio fue la mentira sin bordes, el ofrecimiento anestésico, la propuesta sin financiamiento, el chamullo. Fue también la imagen de una presidenta impoluta, al margen de la contingencia, reinando sobre los avatares mundanos.
Luego vino la realidad y lo cubrió todo.
Y quedó la sensación de vacío, de estupor, de la cosa a medias, de fracaso fresco. Y todo lo que había brillado se demolió cuando aún no se cumplía un año de gobierno.
Y luego, realismo sin renuncia se motejó a la maniobra para encubrir la falta de política en el gobierno. Y vino para quedarse una eterna improvisación que ha llevado a reiteradas, y a veces ridículas, contradicciones entre quienes se supone, deberían obrar de consuno.
Lo que se definió como la hoja de ruta que lo ordenaría todo, hoy es un recuerdo que los nostálgicos tendrán archivado para la historia. El Programa de Gobierno no fue sino una suma de ofertas basadas en aquello que se recogía del clamor de las marchas populares, pero que no tenían, en rigor, posibilidad alguna de ver la luz. Ni genuina decisión de hacerlo.
Nunca se ha respetado un programa de gobierno, descontado el caso moralmente imbatible de Salvador Allende, y a lo sumo esos rutilantes documentos impresos en papeles brillantes han servido para engrupir a la gente que renueva cada año con más bríos su necesidad de creer en algo.
Cada uno de los actores que conforman el tinglado de la Nueva Mayoría sabían que lo relevante era la credibilidad de la presidenta y su aura de mujer alejada del mundanal ruido, de la chimuchina y por sobre todo, de las trazas de la corrupción que ya hacían lo suyo cuando tomo la errónea decisión de encabezar un segundo gobierno.
El caso es que de pronto los pocos pilares en los que se afianzaba su segunda aventura presidencial se comenzaron a hundir en el cenagoso terreno de la corrupción generalizada, alcanzando a su entorno más íntimo y delicado: su familia, la sanguínea y la política.
Y como las malas noticias no vienen solas, y similarmente a cuando se desata incontenible el matera piroclástico de un volcán que se desborda, la oleada ponzoñosa de la corrupción abarcó a prácticamente toda la fauna que completa el tándem de los poderosos.
La estrella imbatible de la presidenta, desde entonces se ha ido apagando sin prisa pero sin pausa. El Programa de gobierno es un recuerdo incómodo y ya se ha chuteado para otros tiempos. Y los más desleales miembros del gobierno, que juegan en el gris campo de ser tan de gobierno como de oposición según sean sus negocios e intereses, se solazan de los trastabillones.
La nube rosada desde la que reinaba la Presidenta Bachelet es un recuerdo. Hoy sobre su cabeza circulan los negros nubarrones del fracaso.
Haciendo cabriolas entre las improvisaciones de su equipo y de ella misma, el gobierno busca desesperadamente una salida ante lo que se viene. En estas condiciones, el tiempo parece andar más rápido y la perspectiva de las presidenciales, sin tener un nombre que realzar para el efecto, se vuelve una abrumadora inminencia.
Ni siquiera parece tan fácil el extremo Plan B. En estos días veremos silenciarse la acusadora ironía de Marco Enríquez Ominami que por un tiempo había vendido la idea de una voz limpia y sana, pero que ha sido imputado por aparecer recibiendo dineros ni más ni menos que de SQM, que es como decir de la cripta del tirano.
Mala noticia para quienes preveían a Enríquez Ominami como un nombre para las siguientes presidencial, si se considera que es bien poco el universo de donde sacar a algún abanderado.
El execrable recurso de alegar apego a la ley para recibir las donaciones de los empresarios, no es precisamente decente y ya las encuestas, oráculo que lo define casi todo, lo dan cayendo en atributos y credibilidad.
Es que el proceso de descomposición de un modo de entender el ejercicio del poder, que se ha repartido el botín del Estado en el último cuarto de siglo, no se detiene, al contrario, suma y sigue porque no se trata de una costumbre improvisada, o el riesgo del malabar limite de un contador avivado. Estamos hablando de una cultura.
Cierto. La necesidad de defender el sistema se va a imponer en breve y a esta hora ya estarán los operadores secretos buscando salidas y especulando maniobras de gran alcance para detener riesgos mayores. Nadie quiere que esto muera.
El país navega por inercia, sin timón ni timonel ni norte. Hay un sálvese quien pueda soterrado que hará su eclosión en las siguientes elecciones: ¿quién acompañará las fotos de los candidatos?
Alguna vez los delantales médicos fueron grito y plata en este país. Ahora quizás sea más rentable el silencio.