La derecha latinoamericana está eufórica. A la derrota del kirchnerismo por Mauricio Macri, oficiante del FMI y de los mercados financieros, le ha sucedido el desastre legislativo del PSUV a manos de las derechas venezolanas, una mezcla política con sede en Miami y cuya finalidad no es otra que la recuperación de la riqueza petrolera por las grandes corporaciones. De forma paralela, pero en la misma dirección, va el intento de destitución de Dilma Rousseff en Brasil y la vuelta al purismo del libre mercado desregulado, expresión retórica. que significa el control de los mercados por el gran capital.
En un proceso de esta naturaleza no puede hablarse de triunfos. Son evidentes derrotas de un modelo de desarrollo, en cada uno de estos países, sin continuidad en el tiempo. El proceso de inclusión a través de programas sociales financiados por los altos precios de las materias primas estaba destinado a su fracaso. Economías basadas en el extractivismo, que dependen de las oscilaciones de los mercados externos, tenían sus días contados si no incorporaban diversificaciones productivas o de valor agregado en sus exportaciones. Venezuela gozó por varios años de precios del petróleo sobre los cien dólares el barril, valor que en la actualidad ha caído bajo los 40 dólares. Sobre esta realidad, las posibilidades de acción han quedado sensiblemente reducidas.
Las derrotas del PSUV y del kirchnerismo habían sido anunciadas por no pocos analistas latinoamericanos, en lo que han llamado el fin del ciclo de los progresismos. No un final detonado por las políticas públicas inclusivas, sino por su poca profundidad ideológica y la dependencia financiera de los precios de las materias primas.
Las derechas latinoamericanas, y por cierto la chilena, miran con placer morboso este fenómeno: esperan la caída completa y la reinstalación del neoliberalismo. En el caso nacional, que contiene la paradoja de una denominada “izquierda” socialista que celebra junto a la ultraderecha, la mirada de esta coalición está llena de distorsiones y reproduce la sentencia “ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. Los gobiernos chilenos de la posdictadura han instalado y reforzado una economía basada en la extracción y exportación de recursos naturales. Y prácticamente todas las exportaciones las componen materias primas, y entre ellas la gran mayoría son minerales.
Un tercer factor que también relaciona a la economía chilena con sus pares latinoamericanas, es la dependencia de los precios de las materias primas. En el caso del cobre, éste tuvo hace un par de años un techo de cuatro dólares, precio que hoy ronda los escasos dos dólares. Y si observamos los rangos históricos, éstos están incluso por debajo de los valores actuales. Nada indica que en el futuro volverán a ubicarse en las recientes cimas, las que han sido más bien una anomalía estadística.
Las sonrisas en la derecha deberían borrarse. Porque el neoliberalismo tal como no ha sido opción de desarrollo integral en Chile tampoco lo será en el resto de Latinoamérica, bastante más sensible a los fracasos del modelo mercantil en las décadas pasadas. En el caso nacional, si bien las políticas públicas son ajustadas, son también una de las principales demandas de la población. El gobierno de Michelle Bachelet pudo llegar al poder con una promesa de programas sociales inclusivos tras los cuatro años de neoliberalismo a ultranza de Sebastián Piñera.
Si la caída del precio de las materias primas no golpeará de manera directa las ajustadas y mezquinas políticas públicas, sí lo hará por otros lados. La economía chilena depende, del mismo modo que a inicios del siglo pasado, de la minería y extracción de otros pocos recursos naturales. Es una economía concentrada y completamente dependiente de lo que suceda en el exterior. Sin manufacturas, sin productos de mayor valor elaborado, sin capacidad de determinar precios, está totalmente entregada a las oscilaciones de la economía mundial, la que en estos momentos va cuesta abajo. Todas las agencias y organismos internacionales están recortando las proyecciones de crecimiento del PIB mundial y nacionales para el año entrante.
Hay al menos tres aspectos que habrá que tener en cuenta para volver a recordar la inviabilidad del neoliberalismo para generar inclusión y desarrollo. En Chile se ha abierto un proceso de cierre masivo de faenas mineras, lo que generará un alto desempleo en estas zonas. Cierres y quiebras que se sentirán en todas las industrias proveedoras de la minería, lo que profundizará el deterioro económico y ampliará el desempleo a otras áreas y zonas del país. Un tercer aspecto, alertado hace unas semanas por The Economist, es el alto grado de endeudamiento del sector privado chileno, que llevó a la revista especializada a alertar sobre una eventual catástrofe económica. Un escenario global que ninguna política neoliberal podrá mejorar, sino empeorar.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 843, 18 de diciembre, 2015