La ocupación militar de los territorios mapuche, el apaleo indiscriminado a los pobladores, estudiantes y trabajadores que protestan, el robo diario que las AFP hacen a los trabajadores, la existencia del omnímodo poder del Tribunal Constitucional, así como casi todo lo que existe, está fundado en alguna ley.
El resto o no existe, o es del dominio de lo silvestre.
Cada una de las instituciones o conductas concretas que existen u ocurren en el país, tienen como respaldo una ley, la que, como se sabe, manda, prohíbe o permite.
De ahí que lo de Marco Enríquez Ominami, que intenta protegerse por la vía de argumentar que haber recibido más de 300 millones de pesos de un empresario ruin como Ponce Lerou, está respaldado por la ley, lejos de explicar su inocencia, lo deja en una situación tan desmejorada, como la de cada uno de los otros sinvergüenzas que se han vendido a los poderosos por la misma vía, y que han dicho exactamente lo mismo: actuamos con apego a la ley.
Marco Enríquez Ominami sufre del síndrome que es propio de todo poderoso que presuma de tal por poseer fortunas inimaginables, como por tener acceso a la toma de las decisiones que pueden cambiar en uno u otro sentido la vida a millones de seres humanos: cree que los chilenos son todos huevones.
Da la impresión que su certeza es que a la gente se le puede decir cualquier cosa y que va creer todo con tal de evitar el miedo, el estrés o la incertidumbre.
Por eso se cuida de hacer una distinción de sobra conocida por él: la que hay entre lo legal y lo ético, entre lo legal y lo legítimo, entre lo legal y lo decente.
Por eso no se refiere a lo éticamente reprochable para el hijo de un ejecutado político el acercarse así sea en son de paz o para conversar acerca del estado del tiempo, a quienes no solo fueron autores, cómplices o encubridores de crímenes que dejaron un saldo de más de 3.500 muertos y desaparecidos y centenares de miles de torturados, sino que jugaron un rol activo en la implementación de un sistema de dominación que hasta este minuto cumple con vengarse cotidianamente del pueblo y ha terminado haciendo de este un país de mierda.
Para Marco Enríquez no resulta reprochable su cercanía con sujetos que deberían estar en la cárcel si viviéramos en un país sano, reconciliado con el sentido de la justicia, depurado de la maldad y reencontrado con su sentido de lo decente.
Importa más su desenfrenado deseo de poder. Abandonado el recato que le debería ser propio en tanto víctima de la violación de los derechos humanos por la dictadura, accede a refregarse con aquellos que solo debían optar a su desprecio más profundo.
Sucede que Marco Enríquez Ominami es un contrabando ideológico que intenta elevarse por sobre blancos y rojos, aprovechando para el efecto la necesidad de suplir la falta casi absoluta de candidatos a casi cualquier cosa, luego que el magma piroclástico de la corrupción arrasara casi con todo el tándem de políticos corruptos, ineficaces, tramposos, mentirosos y traidores.
Agotada la Concertación/Nueva Mayoría, atragantada con sus propias regurgitaciones, atrapada por chantajes diarios de sus pretendidos prohombres, prisionera de su falsía y de su compromiso íntimo con la cultura neoliberal, a la coalición no le queda ni mucha maniobra, ni mucho cuadro.
Sus escasas huestes jóvenes hacen nata en las bien pagadas dependencias del Estado y del trabajo con la gente que alguna vez ofrecieron representar, ni hablar.
El costo de haber apostado todo el resto de historia a la promesa encarnada en el ex ministro Rodrigo Peñalillo, comprueba lo delicado de un sistema cuando entre eslabón y eslabón, entre peldaño y peldaño, lo que existe son muy pocas variantes. O ninguna. Así, basta que se caiga uno de ellos para que fracase la cadena completa.
Y ante el descalabro del hijo político de la presidenta, la sensación de vacío que quedó en las huestes gobernantes aún no se disipa.
Y he aquí que en este concierto la figura de un político joven que viene haciendo hace rato su experiencia como candidato, que en apariencia encarna rasgos que podrían representar un cambio no solo generacional, sino de estilos y formas, caía como anillo al dedo.
Bastaba afinar la bajada de ciertas ideas algo extremas para la delicada y conservadora epidermis de la Nueva Mayoría, negociar debidamente con la siempre desmedida ambición de la democracia cristiana y buscar el apoyo entre los otros partidos, lo que ya se había conseguido con el PC, para luego desplegar la mejor táctica de acercamientos mediante lobistas y agentes secretos. Pan comido.
Entonces vino la debacle. Cierto. En un país en el que es común ver muertos cargando adobes, el hecho de que Enríquez Ominami incluso sea procesado por financiamiento ilegal de la política, no implica en absoluto que ese delito va a ser castigado como sería para un pobre diablo que roba mucho menos. Como quedó demostrado con el ultraderechista Jovino Novoa, tres años en libertad es un moco de pavo.
Lo duro está en que se acabaría la promesa de un candidato que podía resolver la insolvencia en la que está atrapada la coalición gobernante, y, agreguemos, todo el sistema político.
Entonces, tratándose de razones de Estado, el riesgo de dejar al país al garete arriesgando todo lo hecho hasta ahora y las posibles consecuencias de una irrupción del populacho es muy alto, quizás se tuerza la justicia y todo quede en nada o en muy poco. Ya se ha visto.
La justicia, por muy sorda y ciega que sea, igual escucha y ve de lo más bien, como se ha probado y vuelto a probar. Y quizás ya le tenga el ojo y el oído puesto a ME-O.