En París se acaba de firmar un acuerdo sobre cambio climático que ha sido recibido con un júbilo y optimismo bastante exagerado. Se tolera disimuladamente que siga aumentando la temperatura global, se repiten unos cuantos acuerdos que ya habían sido alcanzados en previas cumbres, y todo descansa en compromisos voluntarios de los países, sin obligaciones precisas.
Eso explica que muy distintos actores, desde los grandes exportadores de petróleo a las corporaciones globales, todos ellos, terminaran aplaudiendo el acuerdo parisino. Si esos actores celebran el convenio, es que sin duda no se están poniendo límites a la civilización petrolera.
Tengamos muy presente que el Acuerdo de París es un instrumento dentro de la Convención Marco sobre Cambio Climático, que viene siendo objeto de negociaciones por más de veinte años, con muy pocos resultados concretos. De hecho, desde que se firmó la Convención, en 1992, hasta ahora, las emisiones del mundo han crecido en un 50%, dejando en evidencia la falta de compromiso en esta materia.
Como los últimos encuentros fueron muy frustrantes, la principal preocupación de la presidencia del actual encuentro negociador (conocido como COP21), representada en el francés Laurient Fabius, era no repetir fracasos anteriores (en especial de Copenhague de 2009, que fue incapaz de acordar un texto). En ese sentido el papel de Francia fue exitoso, explicando la satisfacción de algunos líderes gubernamentales. Pero el precio de la eficacia política fue, como era esperable, un acuerdo de poca eficacia climática.
Bajo el Acuerdo de París, el aspecto clave de la reducción de las emisiones de gases invernadero, será fijado por cada país (las llamadas contribuciones nacionales). Aunque deben ser informadas periódicamente, no serán obligatorias. Esto hace que en realidad el texto aprobado sea muy débil en lo que hace a su potencial para evitar el cambio climático, ya que descansa en medidas voluntarias. Recordemos que el objetivo de la Convención es estabilizar los gases de efecto invernadero en la atmósfera, y que según la comunidad científica, que asesora a la propia convención, no debería aumentar más de 1,5 º C. Pero el acuerdo parisino nos conduce a un aumento de la temperatura global superior a los 3º C.
El acuerdo es lo suficientemente vago como para establecer que el mundo deberá alcanzar el pico de sus emisiones (el máximo antes de comenzar a descender) “tan pronto como sea posible” y alcanzar un balance entre las emisiones y remociones (cero neto) en la “segunda mitad de este siglo”. ¿Qué quiere decir “tan pronto como sea posible”? No es posible responder a eso, porque las metas quedaron bajo el manto de la vaguedad diplomática.
Sin embargo lo que dicen los científicos respaldados por la propia Convención (el Panel Intergubernamental de Cambio Climático), es que el pico de las emisiones debe alcanzarse antes de 2030 y las emisiones netas deben ser cero a más tardar en 2060. Entonces el acuerdo es vinculante pero no del todo, ya que sus medidas más esenciales siguen siendo voluntarias.
Por si fuera poco, frente a algunos temas espinosos, el Acuerdo de París terminó repitiendo consensos aprobados en anteriores cumbres. Por ejemplo, en la cuestión del financiamiento, sin duda uno los puntos clave para lograr los objetivos climáticos, sólo se pudo repetir el mismo compromiso que ya había alcanzado cinco años atrás en la COP 16 de México, a saber: 100 mil millones de dólares anuales a ser “movilizados” desde los países desarrollados hacia los países en desarrollo. Otros temas de enorme relevancia están ausentes otra vez. Por ejemplo, la problemática de los pueblos indígenas no es tratada adecuadamente.
El problema es que desde su creación la Convención no logra conciliar sus tres principales objetivos: reducir emisiones, hacerlo con equidad y no detener el crecimiento económico. Lo que muestra la historia de las negociaciones es que las tres cosas a la vez no se pueden lograr. Puede haber crecimiento económico y sostenibilidad ambiental, pero no será con equidad pues el planeta no alcanza para que seamos todos ricos. Puede haber sostenibilidad ambiental y equidad, pero para eso debe detenerse el crecimiento y repartir mejor la riqueza actual. Y finalmente puede haber crecimiento económico y equidad pero eso solo se logrará devastando el planeta.
Escuchando los aplausos
Cuando se observan las reacciones de distintos actores se hacen muy evidentes los alcances y los límites del Acuerdo de Paris. Por ejemplo, los países que son grandes exportadores de petróleo, como Arabia Saudita, lo consideraron un gran paso, lo que indica que no ven que ese texto les impida seguir vendiendo crudo. Y si ellos venden petróleo, quiere decir que en alguien lo va a quemar en algún sitio y las emisiones seguirán subiendo. Distintos portavoces de los gobiernos de los países industrializados, incluyendo a EE.UU., lo celebraron y consideran que abre oportunidades para nuevos negocios.
China, que es el más grande emisor planetario, sigue con sus planes de aumentar todavía más sus emisiones, por lo menos al 2030, y no se ha quejado que en París le impusieran ninguna traba. Es más, como buena parte del acuerdo descansa en las propuestas nacionales voluntarias, se terminarían aceptando planes que en realidad aumentan las emisiones de gases invernadero (como sería el caso de Bolivia según algunos cálculos).
Los CEOs de grandes transnacionales “aplaudieron” el acuerdo parisino. Por ejemplo, el presidente de Unilever, Paul Polman, afirmó que ese logro “liberaría billones de dólares y la inmensa creatividad e innovación del sector privado” para enfrentar el cambio climático. Ese era el tono de muchos voceros empresariales, al entender que antes que un obstáculo para una civilización petrolizada, el Acuerdo de París no cambiaría las reglas del juego y para algunos se abrirían oportunidades de nuevos negocios.
También se entusiasmaron mucho las instituciones financieras internacionales. El presidente del Banco Mundial, que fue informado de los acuerdos en París mientras jugaba al golf con el presidente Barack Obama, lanzó un tuiter diciendo que están listos para inmediatamente aportar dineros para el cambio climático. Horas después, el presidente del BID, dijo que su banco también está disponible.
Por lo tanto, si todos celebran, gobiernos de cualquier signo político, grandes y pequeños contaminadores, empresarios y otros grupos de poder, si todos ellos se felicitan, ¿se puede creer que ese acuerdo en realidad esté poniendo un límite a la adicción petrolera?
Voces preocupadas
El mundo de la academia ya está comenzando a lanzar voces de alerta. James Hansen, uno de los científicos pioneros en poner en evidencia el cambio climático, afirmó que las negociaciones en París eran un “fraude”, y que se necesitan “acciones” para cortar las emisiones de carbono al 2020, y no “solamente promesas”. El fraude está, según Hansen, en sostener que se apunta a que la temperatura planetaria no sobrepase los 2º, pero se haga poco o nada cada cinco años.
Otros científicos que poco a poco están reaccionando ante el Acuerdo de París apuntan en el mismo sentido: el texto es vago al no especificar acciones concretas para las reducciones de gases emitidos, con indicadores y fechas precisas, y en menores plazos de tiempo. Los gobiernos, en cambio, solo dicen que habrá una balance neutral pero en la segunda mitad del siglo. Si eso ocurriera hacia el final del siglo XXI, las consecuencias serían catastróficas.
Muchas de las reacciones entusiastas son comprensibles. Eran esperables desde los gobiernos, ya que no se podían permitir reconocer que otra vez fracasaron; es entendible que las grandes corporaciones festejen ya que el acuerdo les deja muchas opciones, a unas para seguir dentro de los negocios que contribuyen al cambio climático, y a otras, para buscar nuevos mercados en reducir las emisiones. También era esperable en grandes redes ambientalistas que creen en las soluciones mercantiles o que trabajan codo a codo con las empresas.
Pero sorprende un poco que otras redes ambientales estén complacidas con los resultados de Paris. Por un momento suponemos que se han apresurado en los análisis, o no han detectado que una buena parte de esos acuerdos ya se habían aceptado en anteriores COPs. Por otro lado parecería que el miedo ante la inminente catástrofe planetaria hace que se aferren a la esperanza de que, por fin, se iniciaran medidas concretas. O para ellos ya no es soportable caer en el pesimismo de reconocer que el acuerdo es insuficiente, y por lo tanto prefieren hablar de un “vaso medio lleno”.
Diga lo que se diga, observando la situación desde los movimientos sociales, especialmente aquellos que serán más afectados por el cambio climático, y considerando lo que sabemos sobre la ecología planetaria, tenemos que ser realistas: el Acuerdo de Paris es totalmente insuficiente para atacar la problemática del cambio climático. Insistir en que es convenio adecuado, o que abre las puertas a abandonar el petróleo, es totalmente prematuro. La sociedad civil no puede quedar adormecida, y debe redoblar sus esfuerzos por ir más allá de este tipo de acuerdos para alcanzar medidas efectivas, reales, concretas, frente al cambio climático. Muchas de ellas serán costosas y dolorosas, pero la tarea es urgente.
* Gerardo Honty y Eduardo Gudynas. Investigadores de CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social).