Según informes de la prensa chilena, las pérdidas que arrojan las operaciones de Televisión Nacional (TVN) cuya señal internacional TV Chile, es la que vemos los chilenos del exterior, llegaban en septiembre a los 18 mil millones de pesos, lo que preocupa especialmente a sus trabajadores, cuyos empleos pueden verse afectados, pero esto es algo que también debe preocupar al conjunto de los chilenos.
Claro está que si ha de servir de consuelo a nuestros amigos que laboran en TVN / TV Chile, el problema de desfinanciamiento y aun más de indiferencia y en algunos casos hasta de acoso contra la televisión pública, no es privativo de Chile. El caso más extremo fue el de Grecia que en lo peor de su crisis simplemente decidió terminar con su canal estatal (medida que fue revertida cuando el entonces izquierdista gobierno de Syriza se hizo cargo del país). Sin ir más lejos, aquí en Canadá la CBC/Radio Canada encargada por ley de proveer servicio de radio y televisión a través de todo el país en inglés y francés, las dos lenguas oficiales, además de mantener Radio Canadá Internacional, con transmisiones en varios idiomas, se vio enfrentada durante la administración conservadora de Stephen Harper a severos cortes presupuestarios que hasta llegaron a poner en riesgo su propia supervivencia. Si hasta la más antigua y venerable emisora pública de servicios de radio y televisión, la BBC de Gran Bretaña, ha sufrido cortes que han afectado seriamente su accionar y presencia mundial, uno bien puede preguntarse qué está pasando con ese principio de televisión estatal, al servicio de toda la población de un país y no de meros intereses comerciales. Pues bien, parece que simplemente ese es un principio más que la oleada neoliberal ha echado al tacho de las cosas inútiles. En la lógica del mercado y del estado subsidiario, un servicio que pueden proveer los privados se ve como redundante en manos de corporaciones públicas. A la objeción de que esos servicios comerciales generalmente ofrecen una programación de mala calidad la respuesta neoliberal simplemente será que si no hay suficiente audiencia para algo mejor en esos canales comerciales entonces los interesados deben crear su propio servicio y pagar por él como canal de especialidad sobre el cable, pero no debe haber rol del estado como dueño o programador de medios. Naturalmente este razonamiento entrega todo el control mediático a unos pocos conglomerados; por ahora gracias a la presión pública y al prestigio que los medios públicos tienen en países como Canadá, Gran Bretaña o Francia, ese escenario ideal con que los seguidores del neoliberalismo sueñan parece lejos de realizarse, pero no hay que bajar la guardia, ese objetivo sigue siendo importante para los que quieren que todo sea privatizado.
Volviendo al caso chileno, este es aun más dramático ya que en Canadá así como en la mayoría de los otros países las estaciones públicas de radio y televisión aun reciben subvención estatal, aunque ella tienda a disminuir, en Chile en cambio tiene que manejarse como una empresa comercial, autofinanciarse. Para lo cual por cierto tiene que desviarse del principio de calidad y de aspirar al mejoramiento integral de su teleaudiencia y en cambio entrar a competir en el mismo plano de mediocridad y hasta de vulgaridad que—en general y en particular en Chile—caracteriza a la televisión comercial. Es la manera de obtener “rating” esto es apelando al mínimo común denominador de una teleaudiencia cuya edad mental se calcula en no más de 12 años (digo edad mental, y esto con todo respeto a muchos chicos y chicas de esa edad que conozco y que por cierto son bastante inteligentes).
Aunque aquí el único canal chileno que uno puede ver es TV Chile, no es el peor que uno encuentra y por cierto cuando visito Chile tengo ocasión de ver algo de la programación de los otros, la que oscila generalmente entre la vulgaridad y la tontería (hay varios otros canales en lengua española que llegan por cable a Canadá, el mejor es sin duda TVE el canal español, especialmente por la calidad de sus programas informativos, aunque también afectado por cortes presupuestarios, los peores son los mexicanos y colombianos, estrictamente comerciales y básicamente dedicados a la transmisión de telenovelas, los llamados “culebrones”, por cierto no la mejor expresión de la cultura latinoamericana).
A su vez como el canal estatal chileno tiene que manejarse con criterios comerciales, su programación tiende a competir con la mediocridad instalada por canales como Megavisión o el Canal 13, un ex canal universitario ahora en manos de un grupo financiero. Así se produce una saturación de telenovelas (que por un afán pretensioso TVN / TV Chile presenta como “teleseries” en circunstancias que estas últimas son algo diferente) y que aunque en algunos casos tienen algún elemento distintivo de los “culebrones” mexicanos o colombianos, por ejemplo un cierto contenido social, en última instancia descansan sobre las mismas premisas del dramón que en el caso chileno fuera iniciado en los antiguos radioteatros de Arturo Moya Grau.
No todo es malo en la programación del canal estatal chileno por cierto, ya que a pesar de tener que competir con los canales comerciales, puede hacerse fuerte en los programas de investigación periodística y en general en los noticieros y programas de análisis o debate de actualidad. En esto por lo demás es consistente con la tendencia internacional, también aquí en Canadá, como en otros países, la televisión pública tiene su mayor seguimiento en este tipo de programas. Pero claro, ese nicho en que la televisión pública sobresale es más bien minoritario en cuanto a rating. Gústenos o no, la mayoría de los televidentes busca entretenimiento y en el caso chileno, el canal estatal se ve obligado a responder con programas decididamente estúpidos como fueron “Apuesto por ti” y todo tipo de reality shows o programas de concursos en los que, además, un condimento esencial parece ser el nivel de humillación que los concursantes estén dispuestos a pasar en orden a ganarse lo que Andy Warhol llamaba el derecho de cada uno a tener 15 minutos de fama.
Para ser positivo en este análisis, programas periodísticos como “Informe Especial” y “El informante” recogen lo mejor de una tradición de calidad informativa. Igualmente interesante—aunque con cierta irregularidad más que nada por el aporte que puedan hacer sus invitados—es el programa de debate político “Estado Nacional”. En el caso del primer programa mencionado por cierto debe destacarse el rol que allí tiene Santiago Pavlovic—con cuyas opiniones uno puede no siempre estar de acuerdo—pero que sin duda es uno de los mejores periodistas de la televisión chilena. Lo mismo puede decirse de Juan Manuel Astorga en “El informante” aunque tuvo una “caída” estrepitosa en la entrevista que hace unas semanas le hizo al ex presidente boliviano Carlos Meza: “¿Ud. cree que Bolivia es una democracia plena?” preguntó Astorga con esa autosuficiencia que algunos chilenos despliegan frente a otros latinoamericanos, Meza ciertamente actuó muy diplomáticamente porque yo mismo hubiera respondido “Con qué autoridad moral puede alguien en Chile hacer esa pregunta a un boliviano en circunstancias que Bolivia se rige por una constitución elaborada democráticamente en una asamblea constituyente, mientras que Chile lo hace por una impuesta por una dictadura. Vistos ambos países desde el exterior no cabe duda que Bolivia tiene una democracia más plena que Chile”.
El programa de debate político “Estado Nacional” objeto de crítica por algunos personeros de la derecha, especialmente su moderadora Andrea Aristegui, tiene ciertas inconsistencias en su calidad, pero aunque en efecto su moderadora se ve muchas veces como una maestra primeriza superada por sus alumnos desordenados (los panelistas del programa) provee a la audiencia intercambios en general interesantes, aunque a veces la selección de invitados es cuestionable. Paradojalmente en un canal donde los programas informativos y de análisis son su fuerte, los noticieros mismos en cambio son pobres, rutinarios y con una tendencia a repetir un mismo ítem noticioso no una sino hasta dos y tres veces en una misma semana. Eso sin contar que—al menos a la audiencia del exterior—esto que habitualmente los diez a quince primeros minutos sean dedicados a crónica policial, detallando los numerosos asaltos de la jornada resulta un tanto chocante y hasta intimidante (“¿me van a asaltar apenas salga del aeropuerto?” puede preguntarse algún potencial viajero al país).
Pero como en la antigua Roma, la gente pide circo, esto es entretenimiento. Un buen programa en esta categoría que entiendo se emite sólo por la emisión internacional es “Conectados” conducido por Jorge Hevia que logra ambos cometidos, informar y al mismo tiempo entretener, además con un importante mérito: intenta efectivamente ser un puente con una audiencia latinoamericana, en esto hay una visión original e interesante de parte de sus productores y animadores, entre estos últimos hay además tres integrantes no-chilenas, una venezolana, una argentina y una peruana. En esa misma línea de programación informativa pero a la vez amena, se sitúan programas como “Chile Conectado” y “Frutos del país” (ahora desaparecido del aire pero espero que retornará en la próxima temporada), así como “La sangre tira” que hace una interesante incursión a las raíces de chilenos de origen extranjero y esa delicia que fue “Réquiem de Chile” en que a partir de la muerte de destacadas personalidades se examinaba lo que había sido su vida utilizando bastante material de archivo.
Es por lo demás necesario insistir en la importancia de la televisión pública en el horizonte de los medios de comunicación, incluso a escala mundial. Ella es, junto a las estaciones de radio y televisión comunitarias, universitarias y en manos de otras instituciones sin fines de lucro, una efectiva alternativa a la uniformidad de pensamiento que los grandes monopolios quieren imponer. El “Big Brother” de George Orwell no es al fin de cuentas un estado omnipresente como el escritor imaginaba en su novela “1984”, sino un omnipresente oligopolio informativo y de entretenimiento masivo que hay que contrarrestar y los medios públicos pueden tener un rol en esta pelea por la libertad de información y de pluralidad creativa.
Por último resulta casi irónico—como recordarán mis lectores de cierta edad—que en Chile cuando se introdujo la televisión a comienzos de los años 60, bajo un gobierno de derecha como era el de Jorge Alessandri, los canales fueron adjudicados a las universidades (la Universidad Católica de Valparaíso fue la primera, seguida por la Universidad de Chile en Santiago cuyas transmisiones se iniciaban con una emblemática característica que resemblaba un silbido, mientras la pantalla mostraba la casa central de esa institución, las transmisiones se hacían desde la Escuela de Ingeniería y los primeros programas—de carácter experimental—fueron clases impartidas a los que entonces éramos alumnos del Liceo Manuel de Salas, dependiente de esa universidad). El razonamiento era que de esa manera se mantendría un cierto nivel de calidad que—entonces se entendía—la televisión comercial no podía dar. Cuando durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva se creó Televisión Nacional, se amplió ese criterio al dar mandato a ese canal para cubrir todo el país, pero siempre a partir de la premisa de una programación de calidad. Por cierto la idea de una televisión en manos de las universidades hoy simplemente suena como una rareza, en los hechos el único canal universitario todavía sobreviviendo es el de la Universidad Católica de Valparaíso. Por lo demás—y eso es bueno recordarlo para no idealizar demasiado ese pasado tampoco—esos canales universitarios siempre tuvieron una cierta dimensión comercial ya que de otro modo no podrían haberse financiado, sin embargo aun así trataban de dar algo más que pura diversión a sus televidentes. Y por cierto la televisión entonces estaba muy lejos del nivel de vulgaridad que hoy se observa en ese medio.