Este martes nos hemos enterado que renunció nuestro “primer agente” ante La Haya, Sr. Bulnes.
Tenía que suceder. Hace ya un buen tiempo la Corte rechazó la tesis de incompetencia que le había espetado Chile (es un decir) encabezado internacionalmente por el Sr. Bulnes, contratado no por su pasado en Cancillería sino por saber más que nadie de allí en este tipo de alegatos. Y por ser de derecha, que así se probaría que nuestra posición era “nacional”
En su momento el Sr. Bulnes fue bien respaldado, en sus argumentos, e incluso aplaudido con gesto sobrado, mirando a “los viejos de la Corte” por sobre el hombro.
“Aquí te las traigo Pedro” diría en La Haya, y ya!
El Sr. Bulnes había dicho urbi et orbi que se iba a durar muy poco la Corte en aceptar que ella era incompetente. Se las íbamos a cantar claras. Y hubo aplausos para él hasta de ex Presidentes y candidatos o precandidatos actuales a ser Presidente, como el señor Tarud.
Don Felipe era una especie de defensor de Chile en el campo de batalla judicial como en los inicios de la república lo habían sido sus ancestros en los campos de batalla de Lircay, contra los liberales, y en Yungay, contra peruanos y bolivianos. Con emoción miraban a don Felipe los viejos funcionarios diplomáticos de la Cancillería, tan propensos a la admiración decimonónica.
No hubo fisuras oficiales en el respaldo a la eximia estrategia de don Felipe, como lo ha afirmado Gaspar después de la renuncia del Sr. Bulnes. Gaspar no es antiguo ni nuevo diplomático. Estudió para embajador en la universidad de la vida.
Sin embargo y sorprendentemente para todos los seguidores del Sr. Bulnes, incluida el ala chovinista, que confunde sus torcidos y apasionados sentimientos con la objetividad jurídica y judicial, la Corte rechazó el calificativo de “incompetente” que se le había espetado y el incompetente fue el incompetente. Y todos nosotros.
Para los anales de la Corte y de nuestra historia diplomática este Bulnes pasó a ser Bulnes El Incompetente.
Ahora, después del fracaso, en vez de pedir disculpas a Chile por su tremenda metida de pata internacional, el señor Bulnes nos pide que lo felicitemos porque a lo más la Corte, ahora que irá al fondo del asunto, lo más que podría pedir a Chile es que conversemos con Bolivia pero nunca, como dice él textualmente, “en ningún caso, para que cedamos territorio”.
El señor Bulnes se va sin haber aprendido nada, ni el ABC de la cartilla del Pacto de Bogotá.
Eso (que cedamos territorio soberano a Bolivia después del Tratado de 1904) la Corte no nos lo puede pedir, no nos puede “dictar”, ni en este “juicio” llamémoslo “de competencia” (terminado) ni en el que ahora viene, ni incluso en el que puede venir después. Ni la Bolivia de Evo puede soñar con eso. Ni el señor Bulnes tener esa pesadilla.
La solución va por otro lado.
La solución integral al problema, como lo hemos dicho mil veces y como lo saben todos los pocos miembros de la Cancillería que son serios, vendrá fuera de toda Corte y será tripartita o no será, y tripartita en la medida en que los tres (Chile, Bolivia y Perú) establezcan previamente, para llegar a acuerdos, sus posibles avances y retrocesos. Desde un principio, por así decirlo, porque todos tendrán que ceder y que ganar.
Chile debe proponer seriamente una solución de ese tipo, al norte de Arica y pegada a la Línea de la Concordia, que es la continuación en tierra de la frontera marítima, y que parte del Hito Uno.
La actual declaración del señor Bulnes, al renunciar, no nos propone nada.
Es propia de un niño de jardín infantil, de los últimos de la clase, de esos porfiados de mate.
Llevado ante la señorita por sus líos permanentes con el niño del lado, el niño Bulnes alegó que en eso la señorita no tenía nada que hacer, no tenía que meterse, y que él le contaría su lío sólo a su mamá.
La señorita, llevada a decidir éste y no otro entuerto entre los mocosos, resolvió que ella, aunque no entraría en el fondo, era competente para tratar que los niños no pelearan en el jardín, porque el lío se había producido siempre en clases, es decir dentro del colegio, en el último banco.
-Ud. no puede meterse, señorita intrusa, así es que déjenos irnos para la casa, dijo Felipito.
-Sí, me voy a meter, Felipito, tan porfiado usted, porque yo soy la señorita en este colegio en el que usted fue matriculado por su mamá. Y punto.
Al salir de la oficina de la señorita el niño Felipito corrió al patio, donde estaban todos sus amiguitos agrupados y les gritó:
-Uds. poco me apoyaron, cabros envidiosos, pero felicítenme ahora, porque la señorita prefesora (así dijo Felipito) no me obligó para nada a entregarle a Evito, ese cabro pesado y pelusón, todos mis regalos que él quiere que le entregue, habrase visto, cuando esos regalos son míos, me los compró mi mamá y mi papá hace muchos años…lo único que dijo es que ella tenía que decir su palabra, que iba a estudiar el caso y posiblemente, más adelante, me iba a decir que yo converse con ese pelusón y no me lleve tirándole las mechas en clases como él a mí. Así es que ya saben, cabritos, felicítenme al tiro, aplausos para este pechito, ven que no tengo que entregar nada…
Y agregó: -Me voy a ir sin embargo del colegio, porque muchos de ustedes me jugaron chueco, incluso el cabro aymara…y no me apoyaron ante la señorita, aún cuando ella me dio la razón, ¿no ven?
Los cabros cercanos al niñito Bulnes, todos los cuales usaban gomina, corbatas y humitas aunque anduvieran con pantalón corto y eran tan flojos como él, lo miraron extrañados y pensaron
-Este cabro está más enredado y agilao que nunca, más todavía que cuando se creía Ministro de Educación y no le alcanzaba ni para inspector, y así fue como le fue. Igual que ahora.