Con cierta timidez, la prensa uniformada informa acerca de la renuencia del Servicio de Impuestos Internos para querellarse en contra de los involucrados en el caso CAVAL. Lo mismo pasa con el ex Ministro del Interior Rodrigo Peñailillo, caído en desgracia luego de descubrirse su financiamiento, personal y político, mediante dineros trasminados de pinochetismo.
Y, doble contra sencillo, esa renuencia se ampliará a otros sinvergüenzas que encontrarán en la dejadez del SII, la opción de salir indemnes.
¿A quién acudir si la colusión que garantiza la impunidad cursa también en las instituciones que se suponen, velan por el bien común?
A la aguda sensación de impunidad, se le suma con rasgos crecientes la sensación de cosa podrida. La mayoría de la gente, vilipendiada, engañada, estafada, mentida, castigada y traicionada, ha sido abandonada hasta por quienes se decían sus vanguardias más aceradas, comprometidas y exasperadas de consignas, discursos y mártires.
De fondo, el paisaje es nada tranquilizador. Todo el sistema de políticos de distintos pelajes, colores y diseños está metido hasta el cogote en el fango de descrédito, tanto por dineros sucios, por movimientos sucios, por declaraciones sucias, como por sucias vueltas de carnero y cambio sucios de chaquetas.
Y el que se salva hasta ahora, es solo porque hizo su malabar con algo más de fineza que sus colegas. Lo recto sería que cada cual demuestre que no ha metido las manos, que no se ha vendido ni arrendado. O regalado.
Se hace la ley, se hace la trampa. Se hacen las leyes para hacer las trampas. Prevalece la trampa a la ley. Prevalecen, triunfan, se enriquecen los tramposos. Se hacen diputados, senadores, ministros, operadores, gerentes, directores. Se reciclan una y otra vez. Caen hacia arriba. Arrancan hacia adelante.
Mienten con soltura, roban con desparpajo, amenazan con impunidad, se trenzan en cópulas políticas con estricto apego a la endogamia, asumen como conductas honestas aquello que no es sino la costumbre criada en años de robar y engañar por gracia divina y/o porque el chancho está tirado.
Así, se han dado a conocer solo por las anomalías que los legisladores inadvertidos han dejado en ciertas instituciones, las colusiones que han demostrado que la mentada libre competencia no es sino un slogan para los cándidos. Y lo que de verdad ocurre en el seno del sacrosanto mercado es que los mismos de siempre hacen y deshacen a su antojo. Es decir, roban con total impunidad.
Y luego, afirmados en los huecos que dejan ex profeso para situaciones de emergencia, claraboyas perfectamente diseñadas en las leyes y las instituciones, salen sin mácula y muchos millones, como si nada. Y el mundo sigue andando.
Y este estado de cosas se ha venido naturalizando sin prisa pero sin pausa al extremo de que el escándalo del robo de los fondos reservado por la Ley del Cobre en el seno del Ejército ha pasado a un discreto segundo plano sin que haya reventado como lo que efectivamente es: un escándalo de gran magnitud.
Y con certeza, ese cogoteo uniformado irá a parar al cajón de las cosas olvidadas a la espera que otro manazo al erario nacional ponga de nuevo el tema en las primeras páginas.
Cabe preguntarse si esta espiral de sinvergüenzuras, colusiones, robos, negociados e impunidad tendrá su límite. Si es posible que algo pase en el país como para que los ladrones vayan a la cárcel y que devuelvan todo lo robado, como ocurre con el despistado que roba tres chauchas.
Resulta hasta risueño comprobar que en el caso del papel higiénico, precisamente el monto involucrado, 800 millones de dólares, son la garantía de que a esa trenza de fascistas, banda organizada para estafar a la gente, no les va a pasar nada.
Casi todos los que mandan, sino derechamente todos, deberían estar presos. Unos por sus responsabilidades en los crímenes de la dictadura, otros por ladrones y otros tantos por ambas razones.
Del otro lado, la gente abusada sigue colgada de su inocencia eterna, mientras mira a través de sus teléfonos inteligentes como pasa la vida, pagando un crédito que su vez paga otros.
Y del estallido social, de la rebelión generalizada, la desobediencia civil que debería detonar como una demostración de la supervivencia de cierto decoro en la gente decente de este país, todavía no hay ni luces.