Pedimos perdón por habernos embolsado unos 80 millones de dólares anuales extras (en eso que llaman colusiones o monopolios) durante, vamos a ver, los últimos 42 años, desde 1973 en adelante, sólo por esta empresa. Ha sido esto del papel higiénico, las servilletas y otros papeles.
Desde la década del veinte, hace ya casi un siglo, hemos personificado otros embolsamientos que están en el subconsciente colectivo.
No pedimos perdón como dueños de Chile. Eso haría que hiciéramos el ridículo si guardan silencio otros dueños de Chile del último tiempo, como Iris, Horst, Roberto, Sebastián, Ponce, unos que están saliendo como los Edwards y los Cruzat y otros que están entrando por los palos en la elite del 0,01 por ciento, como los Chadwick, Saieh y Dávalos, para nombrar algunos pocos dentro de los pocos. La elite de los 2 mil millones de dólares y más. Unos mil cuatrocientos millones de millones de pesos cada conglomerado, si no nos equivocamos. Iris tendría más de 14 mil millones de dólares. La cacareada reforma educacional costaría en total 10 mil cien millones.
De los últimos embolsos, los de los papeles para el cuarto o el medio kilo diario de cada chilena y chileno, nos delatamos cuando estábamos pillados después de años y años, para que con la nueva colusión nos compensen. Es lo que llamamos delación compensada.
Todo esto ha sido posible, y seguimos pidiendo perdón, en primer término porque afortunadamente en el gobierno de Allende no se tocó la Papelera (“La Papelera NO”) y vino, además, en septiembre de 1973, el golpe que promovimos, anhelamos y ejecutamos en medio de la alianza cívico-militar respectiva. Allí dimos vuelta la tortilla que tambaleó tres años empujada desde el otro lado por la masa influenciable y vendible. La tortilla que aún está vuelta y bien vuelta en nuestro favor.
Si ahora, en los últimos años, tuvimos estos ingresos extras, con legislación controladora e interventora, Congreso Nacional, Contraloría, Consejo de Defensa del Estado, Sernac, prensa libre, gobiernos de centro izquierda, periodistas investigadores y golpes en el pecho en iglesias y cámaras de televisión, preferimos ni calcular con cierta exactitud lo que ganamos entre 1973 y 1990 en esta precisa producción, de tan millonaria y segura demanda. No hay nada que se demande más que el papel higiénico. Como ha dicho un alto ejecutivo amigo: “Hasta los que no comen o comen poco, defecan”. Otros han proclamado “Aquí, señores, defecamos todos”. Hemos avanzado: también defecan en Argentina, Brasil, Perú, Uruguay, Paraguay, Colombia y otros lados.
Por ello pedimos más perdón. Ya van hartas peticiones de perdones.
Queremos hacer un alto en esta petición de perdón para recordar a algunos de nuestros ancestros, notables varones que sirvieron a Chile y se destacaron como dueños del país.
En los años sesenta, después del terremoto de Valdivia, reconstruimos el sur de Chile con nuestro cemento, de manera monopólica y bien pagada, cuando una tía abuela era hermana de don Jorge, que era Presidente, y cuando don Jorge decidió que lo reconstruyéramos nosotros. En esos años, afortunadamente, no había “conflicto de intereses” ni “delación compensada”. Eran los tiempos dorados de la Papelera y de Cemento Melón. Allí, hace más de medio siglo, casi quebramos a todos incluso al naciente Cemento Bío Bío.
Hay que sacar la cuenta de que Arturo Matte Larraín, varón muerto en olor de santidad en 1980, fue yerno de don Arturo Alessandri Palma y cuñado de don Jorge Alessandri Rodríguez, ambos Presidentes de la República sumando tres períodos. Yerno de un conocido Jefe de Estado, ¿no les suena? Desgraciadamente a ese Matte lo derrotó Ibáñez en 1958 y no pudo ser Presidente de Chile.
Lo que ganamos extra hace poco, en los últimos decenios, por monopolios, oligopolios y últimamente “la colusión del papel”, unos 3.360 millones de dólares desde el 73, equivale a un tercio de la fortuna que poseeríamos, calculada por Forbes en unos 9 mil millones de dólares. Un tercio no es poco, y por ello pedimos perdón. Por los otros dos tercios no.
No sé si es verdad que en el origen de una gran fortuna hay siempre un terrible crimen, como señaló Balzac y repitió recién Carlos Peña públicamente en El Mercurio, pero aquí habría que investigar lo de las cadenillas, medallas de oro y candelabros de plata de muchos condenados a los hornos de exterminio en la Segunda Guerra Mundial; lo de los millones de los chinos que compraron y pagaron estúpidamente en dólares cuando se les había cobrado en pesos; lo de los regalos de un suegro omnipotente a su yerno; lo de los préstamos del Banco de Talca intervenido a empresas de papel inexistentes, y otras operaciones parecidas.
Nuestra petición de perdón, que está limitada sólo a lo de los papeles y la colusión en la que nos vimos sorprendidos, se ajusta al sacramento fundado por la Santa Madre Iglesia en la Edad Media y que tanto ha beneficiado a algunos dueños del mundo.
Pedimos perdón, como en ese sacramento de la confesión, de tal manera que luego, cuando el cura y el Ministro del Interior nos perdonen, rezaremos dos padres nuestros y tres avemarías, haremos un acto de contrición y, luego, nos dedicaremos nuevamente a los negocios de la libre empresa, que tantos logros han dado a los países desarrollados del mundo y a nuestro querido país y que han dado también origen a la cofradía de los nuevos dueños de Chile.
Terminamos esta sentida petición recogiendo las sabias palabras de uno de nuestros más destacados ancestros:
“Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo. Lo demás es masa influenciable y vendible. Ella no pesa ni como opinión ni como prestigio”.
(El autor de la médula de nuestra ideología, don Eduardo Matte Pérez, aquí citado, fue ministro de don José Manuel Balmaceda y de don Jorge Montt, que, buen almirante, derrocó al primero en una cruenta guerra civil con 10 mil muertos. Se le llamó “traidor” sin fundamento alguno, como a nosotros nos llamó Escalona “chupasangres” cuando aún era un radical socialdemócrata).
Por esto último, repetimos, no pedimos perdón. Nosotros somos los dueños de Chile. Y los dueños de Chile no pedimos perdón. ¿A quién? ¿A la masa influenciable y vendible?