Uno de los ejes de la Revolución Chilena que lideró Salvador Allende por más de cuatro décadas hasta la conquista del poder político en septiembre de 1973 fue, sin lugar a dudas, la cultura: la danza, la plástica (el muralismo), la música (la Nueva Canción Chilena) y, muy especialmente, el teatro.
Allende había llegado, en efecto, al convencimiento en lo personal de que la cultura y el arte -así como un medio de comunicación de masas propio- resultaban ser una herramienta fundamental para alcanzar el poder por la vía pacífica y democrática e imprescindible –junto a la sanidad y a la educación- para consolidar los cimientos de una sociedad mejor: “más humana, más justa y más digna”.
Así, lo reflejó más tarde el programa de gobierno de la Unidad Popular (UP) conocido como las 40 Medidas.
Estos revolucionarios componentes representaban el soporte fundamental para sembrar la semilla “en la conciencia digna de miles y miles chilenos” -de la que habla el extinto mandatario en su último discurso- y que le dieron, finalmente, el sello distintivo creativo-festivo que tuvo ese sorprendente y entrañable experimento político, para llenar de asombro al mundo entero en los duros tiempos de la Guerra Fría. Un proceso tan señero y vidente como mal asimilado, especialmente, por una sociedad chilena que -a ratos- parece haber perdido definitivamente el rumbo y el alma.
Una de las figuras más importantes del eje teatral de la revolución cultural de Salvador Allende fue, sin duda alguna, la gran dramaturga y escritora Isidora (“Nene”) Aguirre (1919-2011). Quien, junto a una profusa (más de treinta obras estrenadas, además numerosas adaptaciones teatrales y varias novelas) y casi desconocida o ignorada obra -para el gran público-, ha pasado a la historia con mayúscula del (elitista) teatro nacional chileno como una de sus figuras más sobresalientes y como la autora de uno de los más grandes éxitos de la escena chilena de la primera mitad del siglo XX: La Pérgola de las Flores (1960), musicalizada por Francisco Flores del Campo (Seguida por La Negra Ester (1990) de los fallecidos Andrés Pérez y Roberto Parra, como el más grande éxito teatral de la segunda mitad de ese mismo siglo).
Sin embargo -paradojalmente- nunca recibió el Premio Nacional de Literatura. Un ignominioso agravio que no puede ser interpretado si no al calor de la inmoral convergencia que experimenta cierta parte de nuestra corrupta clase política (que se encarga a conveniencia de inclinar la balanza en esta clase de premios) hacia el neoliberalismo en los noventa. ¡Qué duda cabe!
Afortunadamente, por estos días y gracias a la preclara labor investigativa del equipo liderado por la profesora de la Universidad de Santiago (la ex Universidad Técnica del Estado, UTE) Andrea Jeftanovic -al menos- han sido descubiertos los textos que escribió entre 1967 y 1973, precisamente, para la recta final de la revolución chilena que llevó -no me canso de decirlo- a un marxista por primera vez en la historia de la humanidad a la más alta magistratura de una nación a través de las urnas.
Fue mediante un proyecto Fondart (Archivo Isidora Aguirre, Conservación y Difusión de su Fondo Documental) que estos investigadores pudieron indagar -durante un año y medio de labor- en los abundantes archivos personales de la dramaturga y escritora, con el propósito inicial de rescatar (del olvido y la desmemoria), específicamente, “los documentos póstumos de la autora (que fue parte del Teatro Teknos de esta institución, fundado en 1958 y vigente hasta 1975): cartas, libros, borradores de novelas y diarios de la destacada escritora y dramaturga nacional”, como ha señalado recientemente Jeftanovic.
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Ahora bien, este importante hallazgo, puntualmente, consiste en un valiosísimo conjunto de seis obras que “hablan de temas como los sindicatos campesinos, una mutual para conseguir una casa o las deudas que afligen a las clases populares”, como han destacado a la prensa por estos días.
Al respecto, la investigadora ha puesto de relieve, además, algunos sabrosos detalles relativo al quehacer y la labor creativa de Aguirre. El hecho, por ejemplo, de que desarrollaba un acucioso trabajo de campo en compañía de sus ayudantes (como David Baytelman), en donde se empapaba de la realidad y los problemas de los sectores populares para luego transformarlos en obras teatrales; las cuales finalmente terminaban siendo montadas por ella misma -y su equipo- con actores aficionados in situ. Sin más medios que los patios de conventillos, canchas de futbol, en la plaza o en la calle misma del pueblo o barriada respectiva.
Una hermosa historia que aún está por escribirse en su totalidad y en serio.
Asimismo, no debe sorprendernos la estrecha relación sostenida entre esta universidad -técnica- e Isidora Aguirre (recordemos que Víctor Jara fue funcionario de extensión artística de este centro de estudios hasta su fatal detención y posterior asesinato), la que juicio de este plantel, “se consolidó en 2009, cuando con motivo de su nonagésimo cumpleaños, se realizó un valioso encuentro internacional de teatro, cultura y literatura en su honor”; pues se ha destacado, asimismo, que esta relación arraigaba en los talleres de teatro que ella realizó entre 1971 y 1972 para esta universidad en las diferentes sedes que tenía en el país, y que recordó siempre con mucho aprecio, como han resaltado hace un tiempo sus autoridades.
Estamos hablando de la política sostenida entonces por UTE (en donde trabajó Isidora Aguirre hasta que fue exonerada en 1973) que, básicamente, consistía en “llevar” el teatro a las diferentes regiones del Chile; algo que la destacada autora identificaba como el Taller TEPA (Teatro Experimental Popular Aficionado).
Un taller teatral que, precisamente, nació durante la campaña de Allende en las presidenciales de 1970.
Por último, cabría señalar que los resultados de esta interesante investigación y -realmente- espectacular hallazgo, fueron dados a conocer el miércoles 28 de octubre en una exposición en la hoy Universidad de Santiago, en donde se incluyó, además, un importante material inédito en fotografías y textos, junto a un seminario y el lanzamiento del libro de rigor.
Pero no puedo terminar esta nota sin antes no recordar, brevemente, una hermosa anécdota personal respecto de esta gran “mujer de teatro”. Pues, tuve la suerte de coincidir en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile con ella y, de paso, con otra de las lumbreras de este gran movimiento cultural allendista, Luis (“Luchito”) Advis, autor de la célebre y legendaria Cantata de Santa María de Iquique, que en voces de los Quilapayún dio a conocer al mundo entero -como una verdadera premonición- la tragedia de Chile, que más tarde se cerniría sobre este pequeño país del sur del mundo.
No los tuve en calidad de profesores -a ninguno de los dos- ya que a raíz de que mi formación de licenciatura anterior se me brindó la posibilidad de cursar solo las asignaturas “prácticas” (las líneas de actuación, voz y movimiento) de la carrera de actuación teatral en dicha escuela actoral. No obstante, ello no me impidió tener más de alguna interesantísima charla con la gran Nene Aguirre. Es que no podía ser de otro, pues a penas supe, recién ingresado a la escuela, que era profesora en dicho lugar no pude menos que acercarme a ella casi de prisa y corriendo.
Y grande fue mi sorpresa, un verdadero shock, pero en positivo, el que sufrí en ese primer y recordado encuentro “casual”. En un submundillo plagado de intrascendentes egocentrismos y toda clase de narcisismos patológicamente desbocados (en donde se nos inculcaba que éramos unos seres excepcionales y privilegiados), me impresionó llegar a la cafetería del lugar y encontrarme con una diminuta y ya senil mujer (aunque dotada de una jovialidad casi atemporal) sentada con un libro leyendo casi anónimamente e ignorada por completo por unos casi imberbes y aburguesados parroquianos que atestaban el lugar. Seguramente no tenían ni la menor idea de quién era.
Me acerqué casi con lágrimas en los ojos y le dije: “señora Isidora Aguirre” –era mi encuentro con la historia misma, con un verdadero monumento vivo del teatro chileno, por lo que no era para menos-. Ella levantó la vista y me respondió con una sonrisa amplia y generosa: “Si ella misma. Tome asiento”. Así fue que estuvimos horas conversando, esa inolvidable primera vez…
Nene Aguirre era una mujer excepcional. Extremadamente cálida, culta, entretenida y (bien) dotada de una sencillez (de los grandes) sobrecogedoramente rayana en la humildad. Esto es lo que más me impactó de ella y hasta el día de hoy recuerdo ese encuentro como algo francamente excepcional que me ha ocurrido en la vida…
En la ocasión la interrogué extenuantemente hasta el hastío respecto del acontecimiento que motiva el referido hallazgo de esta nota, por lo que ella me contó, con toda suerte de detalles, la verdadera epopeya que significó para este grupo de “teatristas locos” que hacía -a su juicio- su modesto aporte al proceso (de profundos cambios y transformaciones que vivía la sociedad chilena de entonces).
Me habló del famoso “Tren Popular de la Cultura” de las compañas de Allende cuando recorrían precaria y voluntariosamente Chile de punta a cabo; tan solo con la alegría y la ilusión del “mañana mejor”, nada más que haciendo teatro y para el teatro… Una sorprendente producción que guardaba unas enormes similitudes con las “Misiones Pedagógicas” de la II República española, pues igualmente defendían -como éstos- la difusión de la cultura entre las clases populares a través de acciones itinerantes con el Teatro de la Barraca o el Teatro del pueblo y Lorca como punta de lanza.
Claro, el teatro era una práctica profundamente arraigada en los diferentes estamentos de una entonces culta sociedad chilena, a saber, en los sindicatos, en los barrios, en los pueblos, etcétera; y los actores genuinos agentes de los cambios y las transformaciones sociales y políticas que demandaban los tiempos. Ello, mucho antes de la llegada masiva de la TV comercial, que finalmente lo inundó todo envenenando tan noble oficio con esos espantosos dispositivo de las (feco)telenovelas…
Y, claro está, la Nene Aguirre era de otro tiempo, de aquel nostálgico tiempo… Un tiempo en donde el actor, en efecto, era un intérprete mayor y un artista comprometido a concho con su tiempo y con la historia. Nada más lejos del becerro de oro o del bufón de la corte que representan, hoy por hoy, genuina y lastimosamente muchos de nuestros actores en el contexto del oprobioso sistema instalado a sangre y fuego por la deleznable dictadura cívico-militar y consolidado, a posteriori, por los obsecuentes y claudicantes gobiernos pospinochetistas encargados de gestionar la (in)modélica transición chilena a la democracia.
Artículo publicado en revistapuroteatro.com
*Fco-Javier Alvear, es Ph.D in Communication and Media Studies, University Professor, Consultant/research/management in communication, media Editor, Chronicler and professional Actor graduate in the University of Chile.