¿Qué accidente genético, qué malformación en axones o encéfalos se debieron alinear para que un ser humano como todos en apariencia, rasgos, naturaleza y limitantes físicas y temporales, sea capaz de acumular riquezas al extremo de que ya no se sepa para qué?
¿Qué talla de mentiroso es capaz de pasar por sobre sus preceptos religiosos, con los que hace gárgaras los domingos en la mañana y a los que dicen aferrarse con dientes y misales y aprovechar cada minuto de su vida solo para hacerse rico más allá del alcance de toda imaginación y necesidad?
Los ricos son una plaga. Una epidemia que viola a cada segundo lo que depreca en la pulcritud de la sacristía. Que mancilla a sus dioses en cada paso que da, y por cada respiro abominan de sus libros sagrados y creencias. Y que trastocando sus verbos referidos al prójimo, a la verdad, a la santificación, no han dudado en asesinar, en robar, en explotar en generar un sufrimiento inabarcable solo para ser cada día un poco más ricos.
Se habrá instalado en algún momento de la evolución humana el accidente de ser rico, del mismo modo en que la vida moderna facilita la aparición de enfermedades y accidentes que hace mucho no existían.
Y esa anomalía habrá creados seres que juntan riquezas, aún y precisamente, a costa de que millones de otros seres humanos transcurran sus vidas en medio de innumerables aflicciones, sin derechos y limitadas sus posibilidades de acceder a los beneficios que en teoría ofrece el avance de la ciencia y de la técnica.
Jamás en la historia de la humanidad ha habido tantos sabios, científicos y artistas como en el día en que vivimos. Y jamás antes la humanidad ha estado tan al borde de su extinción.
Hay una porción ínfima de dementes, entre los siete mil millones que ya somos arracimados, sedientos, contaminados y perdidos en el espacio sin fin, que hacen lo posible para que quizás la única vida posible en todo el universo, viva sus últimos centenares de años. ¡Vaya qué frivolidad pasarse por el perineo millones de años de evolución por dinero!
Y no hay reflexión posible que los hagan caer en cuenta que lo que correspondería ante esa la soledad y vacío que hay más allá, es entender a los seres humanos como de un valor único en su unicidad planetaria y universal.
Son los ricos una malformación de la especie humana. Un accidente mitocondrial que pone en peligro la existencia de todo lo que hay.
Solo un mecanismo mental extraviado justifica tener tanto y tanto habiendo tanta necesidad y sufrimiento solo a pasos de sus inexpugnables mansiones.
Así como están las cosas en el mundo, vale preguntarse de qué les va a servir su dinero cuando estalle el primer armatoste que deje estéril la mitad de la tierra y luego de la conflagración total solo haya cucarachas por otros miles de millones de años en donde estuvieron los cimientos de sus bancos y mansiones.
Orgullos de la revista Forbes. Inmaculados. Píos y elegantes. El prestigio empresarial chileno se empina en un rastro de sangre y sufrimiento. Sus fulgurantes números fueron aupados a sangre y fuego en 17 años de castigar a quienes osaron entender el país y su gente sobre la base de una matriz solidaria, nacional y democrática.
La casta neo facha que les ha permitido seguir ganando sobre lo ganado y robado, travestida de nombre rutilante tanto como falso de Nueva Mayoría, tarde o temprano habría terminado de abandonar el proyecto liberador de Salvador Allende y la Unidad Popular.
La irrupción del fascismo le ahorró el tiempo y la molestia. De ahí su comodidad ante esa gente trastocada, enferma de ganar, egoístas de pura sangre, explotadores por doctrina, abotagados, mentiroso desde la cuna, codiciosos desde sus matrices.
Genocidas, es lo que son. La riqueza es un acto de corrupción permanente. Un pecado infinito.