Las elecciones argentinas se definirán en una segunda vuelta el 22 de noviembre. Contra los pronósticos más optimistas del kirchnerismo, su candidato Daniel Scioli (FpV) apenas si pudo superar a Mauricio Macri, que se coloca en la mejor posición para el siguiente round, aunque la batalla final apenas comienza. Entre los articulistas –y me refiero sobre todo a los del diario bonaerense Página 12– algunos subrayan el viraje conservador de los electores como el dato definitorio de la coyuntura. En ese cuadro destaca, sin duda, la sorpresiva victoria de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires, al derrotar por más de cuatro puntos al postulante oficial que se daba como seguro ganador, imponiendo lo que Luis Bruschtein llama la venganza de los porteños
de clase alta contra el peronismo de los trabajadores y la clase media baja
. El voto, pues, ha creado un nuevo escenario. Mario Wanfield resume así el momento: optimismo en Cambiemos, cabildeos en el FpV. Por lo pronto, la polarización es real y está servida.
En esa lógica, Scioli, quien siempre apareció como el favorito, tendrá que ponerse las pilas e intentar algo más. De entrada definió la segunda vuelta como la disyuntiva entre dos modelos de país casi irreconciliables (mercado/Estado) y llamó a los sectores del peronismo críticos del oficialismo (como Massa, tercer lugar en votos) y a otros sectores disidentes a sumar fuerzas en torno a la idea de que el Estado debe tener un rol social activo
para no dejar todo librado al mercado y a las políticas del endeudamiento
.
Macri, quien asume sin velos la defensa neoliberal del mercado, confía en la eficacia de su muy mediática y agresiva campaña electoral, sustentada, ciertamente, en los errores del gobierno y en la caída de las expectativas a raíz de la crisis global, pero no improvisa pues, como advertía Horacio Verbitsky antes de los comicios, respondía a una estrategia deliberada, un juego peligroso
, que tiende a la deslegitimación del sistema político y las elecciones democráticas
, con vistas a (incluso en caso de que la oposición no ganara) condicionar la evolución argentina en términos parecidos a lo que ocurre hoy en Brasil
. Ese es el punto.
En la mira de las fuerzas que sostienen al macrismo, dice el periodista, está echar abajo la heterodoxia económica con que el populismo contrarresta la mayor crisis internacional en nueve décadas
. Para lograrlo, la derecha apela a un catálogo de acciones que incluyen entre otras las constantes denuncias de corrupción, sólo a veces fundadas; el hostigamiento de una prensa militante, que actúa como punta de lanza de una burguesía exasperada que intenta conducir a la oposición política
; los alegados vínculos con gobiernos extra regionales a los que se sindica como antioccidentales o parte de algún eje del mal
.
Tal estrategia, presentada como defensa de la normalidad democrática, se replica con singularidades en otros países latinoamericanos alentando los mismos prejuicios antipolíticos, considerados una pieza clave para la reivindicación ideológica de la democracia y la ciudadanización. Si la cercanía con el poder mancha necesariamente, la independencia
deviene un valor absoluto, tan defendible como la libertad de empresa frente a un Estado que debe enfrentar escenarios de grave desigualdad social ampliando los derechos sociales, económicos, políticos y culturales de la mayoría. Sin embargo, como señala Washington Uranga, la participación ya no está limitada a los partidos políticos, cuyas estructuras han sido ampliamente rebosadas (y desbordadas… cuando no ignoradas) por multiplicidad de organizaciones (formales e informales) de diverso tipo, y con objetivos disímiles
, la derecha enfila todas las baterías de la ciudadanización contra los políticos y el Estado (populista) para reforzar al individualismo transliberal como la única ideología funcional en el reino del mercado, es decir, como la única viable bajo la hegemonía de los intereses particulares que dominan al capitalismo. Lo más grave es que, al igual que en Brasil, a la hora de los votos también en Argentina esa postura logra avances consistentes.
En consecuencia, si hay una lección negativa para el kirchnerismo ésta radica en el fortalecimiento del voto conservador, pues éste provino, según Bruschtein, “de sectores populares que ganaron en calidad de vida estos años… Capas medias que fueron rescatadas de la extinción por este gobierno” se volcaron a respaldar el discurso que esconde las viejas políticas que las llevaron al borde del precipicio
, lo cual obliga a una reflexión más detallada y profunda sobre el futuro de la democracia y no sólo en Argentina. Hoy es evidente que la fidelidad electoral de la ciudadanía no sólo depende de las bondades inmanentes
de las instituciones democráticas, sino de la capacidad de las fuerzas políticas para cambiar desde el Estado las condiciones de desigualdad estructural en un contexto externo sembrado de obstáculos. Pero la capacidad de mantener vivo el proyecto de la mayoría tropieza con la hostilidad de poderosas fuerzas trasnacionales, las cuales aprovechan la caída de los precios de las commodities, o impulsan los llamados fondos buitres, para recrear los espacios de incertidumbre y polarización a los que nos hemos referido.
Por lo pronto, el Frente para la Victoria que apoya a Scioli sigue siendo la primera minoría y no le será coser y cantar derrotar a la oposición, pero nada está escrito. Veremos.